Aparecido en noviembre de 1996.

Tras las alabanzas recibidas por su debut Maxinquaye (1995), Tricky no quiso ser accesible, ni entregar en bandeja nuevos códigos exitosos de fácil imitación (Morcheeba, por ejemplo). Se niega a ser incluido en el mismo envoltorio snob del trip hop (“justamente por eso hice dos discos como Nearly God y Pre-Millennium Tension“, declaró a Ray Gun el ’96), e insiste en sus nuevos discos con los beats mórbidos del hip hop, la cadencia insidiosa del dub y la bravuconada gangsta, convirtiendo su trabajo en un producto destinado a venderse en el limite de lo establecido. Así, retrata -en dosis apenas dañinas- la maldad, contaminación y asfixia de eso que los blancos vemos desde fuera y que jamás experimentaremos en carne propia: el bajo mundo sucio, caliente y encerrado.

Nacido Adrian Taws, en un comienzo Tricky cometía delitos de baja calaña en Knowle West, barrio de la ciudad estudiantil de Bristol, centro comercial que en el pasado fue puerto de comercio de esclavos al Reino Unido. Sin clara conciencia, en algún momento dejó de transar bajas cantidades de marihuana para subirse a rapear a los escenarios donde traficaba, sumándose casi por añadidura al seminal colectivo de DJ’s y MC’s Wild Bunch, del cual con posterioridad emergerían referentes como Massive Attack y el genio de las perillas noventeras Nelle Hooper.

Taws se sabe desclasado (huérfano tras el suicidio de su madre, de padre jamaicano ausente, criado por su abuela y tíos gangsters en un ghetto blanco irlandés), y roba lo que le corresponde por compensación. Se arrima a sus cercanos para aprender y compartir su fama y talento. Hurta con vértigo la fama de otros en sus samplers, parafraseando sin remilgo a Public Enemy, Michael Jackson o -incluso esta década- a Kylie Minogue y se rodea de colaboradores que dan color y aire a su propuesta obtusa y sofocada. Goldfrapp, Polly Jean Harvey, Neneh Cherry y hasta Cindy Lauper han desfilado por sus discos, y para ser justos, no debe ser coincidencia que sus temas de mayor impacto estén irrefutablemente asociados a su ex-colaboradora/esposa, Martina Topley Bird. Tampoco que ella haya seguido una carrera solista y que lograra más atención que el inglés durante el presente siglo.

A mitad de los ’90, Maxinquaye recoge sin esfuerzo la inquietud generada por el estallido incierto de Dummy (Portishead, 1994) y el bombazo a la cátedra que significó Protection (Massive Atack, 1994). Causando un gran estruendo (y no así daño significativo a la escena) el debut del bristoliano cegaría a la prensa con la luz de un fuego artificial. A falta de un talento evidente con el cual mantener el deslumbre, Tricky se sabe hábil manipulador, portador de un sentido común infalible que lo lleva a promover las polémicas necesarias para conservarse en vitrina y mantener viva la escasa llama cuanto más sea posible, haciendo miles de discos al mismo tiempo y grabando bajo distintos alias. Tricky se siente invencible, pero la llama no durará para siempre.

Valiéndose de la fama y oportunidades emergentes es que el año 1996 se convierte en fecha de múltiples lanzamientos: el EP GrassRoots registrado en New York como un acercamiento certero al rap gringo, el proyecto paralelo de múltiples colaboradores Nearly God y finalmente su segundo disco oficial, Pre-Millennium Tension.

Nearly God parece haber sido juzgado con injusticia frente al monumento de absorción pop en que se transformo Maxinquaye. De ruido feísta y temple levemente desorganizado, su sonido no alcanza a ser agresivo, sino más bien se emparenta con las impresiones asociadas al sueño, llámense sonambulismo, insomnio, pesadilla, adormecimiento o narcotismo. Una ensoñación engañosa y absorbente (“Poems”), que en sus beats sordos y sobresaturados construye una bruma de sonido abombado, en la que cruje permanentemente el lamento vocal de Tricky, ante la que brillan luminosos y claros los aportes de algunos instrumentos melódicos y, por sobre todo, sus múltiples invitados (Terry Hall de Specials, Alison Moyet de Yazoo, Suggs de Madness y por supuesto -sus fiancés– Björk y la Topley Bird).

Tricky intenta subvertir a quienes le llamaron “el señor del beat ralentado” (“ahora los quiero ver que les doy un disco sin beats”, comento al respecto), armando extrañas tramas melódicas percutidas, sin hacer melodías francas ni usar beats como tales (“I be the prophet”, “Black coffee”), usando capas aparentes tal si fueran interrupciones o tropiezos. Definido por si mismo en el press kit como “una colección de demos brillantes”, el registro escapa de la tentación libidinosa de su debut, forzando la búsqueda de sonido en la repetición de patrones hasta el gasto de la idea, canciones a veces injustificadamente prolongadas. Aun así el disco persuade en su gris calidez, casi inofensiva (“Keep your mouth shut”) según podemos observar hoy al paso del tiempo.

Tricky trata de romper con todo y con todos, bautiza su disco Pre-Millennium Tension simplemente con el ánimo de burlarse y provocar a quienes comenzaban a alarmarse por el fin de mundo, titulo engañoso que llevó a los cronistas a referir este disco como un “documento de la ansiedad de fin de siglo”, sin detenerse en verdaderas polaroids del zeitgeist pre 2K, como si fueron OK Computer (Radiohead, 1997) o Chaos A.D. (Sepultura, 1993).

Durante un mes de estadía en Jamaica, Tricky no compone sino que desmembra, corta con serrucho y pega con violenta astucia para alejarse de la elegancia incorruptible de “Glory box” o “Safe from harm”. Lejos de la coquetería ahumada de sus entregas anteriores, el repertorio se mueve con alma mecánica, dura en cocaína y retoma el tenor rapper haciendo las bases y loops mas golpeados. Flotando en desapego y abandono, Pre-Millennium Tension acuña tres líneas de nucleares: urgencia, incomodidad y paranoia, en un juego pasivo que se vuelve simultáneamente siniestro y melancólico. La opción fauvista no es para Tricky una propuesta estética ni filosófica –más bien es la única forma que conoce de hacer música-, sino una abierta ostentación de su rol de amo del desconcierto, de su capacidad para hacernos comer de su sucia mano cuantas veces le plazca.

Así las cosas, entre bravuconadas e impertinencias, el disco se desenvuelve nervioso, aturdido, a ratos errático y lleno de obstáculos. Nada más alejado del continuismo seguro que pedían a gritos tanto sus fans como su discográfica. Pretencioso en su baja accesibilidad, el disco negocia directamente con la violencia callejera de rating asegurado (“Tricky kid”, “Lyrics of fury”), al mismo nivel de importancia que el manejo autocomplaciente de la propia frustración (“Makes me wanna die”, y en discos posteriores “Broken homes”). De aquí en adelante, sus líricas parecen tomar tres frentes bien definidos :“soy tan trascendente que debes tener miedo de mí” (“Tricky kid”), “y a pesar de eso soy tan sensible” (“Makes me wanna die”), “sin embargo el mundo me acosa” (“Christiansands”).

Con críticas dispares en la prensa especializada y los fans muchas veces desconcertados, sino insatisfechos, este disco adelanta el camino a seguir por Portishead y Massive Attack, quienes – con resultados dispares a los del bristoliano-, toman el desazón por norte y hacen albumes cada vez más claustrofóbicos y disconformes (bástese por ejemplo Third o Mezzanine).

Hoy por hoy Tricky no es sino un cuerpo caliente, sudado y al bode del colapso respiratorio entre salbutamol y/o thc, buscando con ansiedad la satisfacción en una epifanía sobre sí mismo, el paroxismo que jamás alcanzó. Tal vez si sea justo reconocer que pagó con su sangre el intento de hacer el pop inseguro y desconfiable, aunque no sería sino M.I.A o “Gimme gimme” de Britney Spears quienes finalmente lo conseguirían con reconocimiento.