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El ambient –entendiendo el sobrenombre de esta música en la acepción más amplia imaginable, en un continuo que va desde Brian Eno hasta Labradford- es un género ambiguo. Donde un auditor escucha desolación e intranquilidad, otro oye sencillamente el zumbido de una radio mal sintonizada. Generalmente, se requiere de un esfuerzo para considerar seriamente a buena parte de los cultores de este minimalismo contemplativo, pero existe consenso en que ciertos pasajes de Aphex Twin o los momentos menos house de The Orb son viñetas de belleza extraterrestre.

En A Strangely Isolated Place, su disco anterior, Ulrich Schnauss pintaba un paisaje más inquietante, más susurrado, con unos bordes difíciles de definir que resultaba, en conjunto, más sugerente. Goodbye, el disco que ahora nos ocupa, suena soso y desorientado, en comparación. Quizá la culpa esté en la textura digital que tiene el sonido del disco: quizá distorsiones de guitarra a lo EAR hubieran dado un tono más interesante a estos experimentos que se quedan en lo genérico.

Lo que sí resulta interesante es que este álbum de Schauss, viniendo de alguien que declara su admiración por el shoegazing y las cascadas interminables de estática, parece una reliquia de museo que no encuentra su sitio. Nadie hace, hoy por hoy, discos así. Pocos sellos –y menos Domino- se jugarían por editar un trabajo tan a medio camino, tan tibio, tan falto de riesgo. Goodbye es llamativo por eso, como acto fallido, como un intento que decepciona por lo fácil viniendo de quien viene. Fuera de eso, vale sólo como música de fondo para parlantes estropeados.