Publicado en 1990

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Jay Farrar, Jeff Tweedy y Mike Heidorn debutaron como Uncle Tupelo en 1987, pero no fue hasta 1990 cuando No Depression vio la luz: un disco que abraza el country desde la rapidez del punk y lo retuerce a gusto en piezas seminales para una generación marcada por la rabia y la vida en las afueras. El debut de la banda es, además, clave para entender la evolución natural del country rock tal como se le conoce hoy. Hüsker Dü y Gram Parsons copulando libremente en Belleville, Illinois.

Farrar y Tweedy (años después líder de Wilco), amigos desde la infancia y nacidos en el mismo hospital, dictan las directrices de un trabajo donde ambas personalidades unificaban un todo coherente y explosivo. Las canciones de ambos son enormes y aún no había tiempo, ni ganas, para las discusiones ególatras que traería el tiempo y el reconocimiento. No Depression (en alusión al clásico del músico country A. P. Carter) está marcado por la inmediatez de la juventud, la desesperación de la rutina y por las cicatrices que comparten, así como por sus influencias llevadas al borde y por un ímpetu irrefrenable. Canciones como “Before I break??? o “Whiskey bottle??? son pura distorsión con raíz sureña y, todavía, el sueño de bandas tan interesantes como, por ejemplo, Two Gallants. Mientras, en “So called friend??? o en la inicial “Graveyard shift??? no se hace difícil encontrar el sonido de los primeros Richmond Fontaine o el eco de Neil Young, en “Life worth livin??? y “Screen door??? se escucha a The Birds.

Postales grises que se refugian en el licor para desenterrar desde ahí el temor a una vida anónima y rural. Canciones que hablan de trabajo forzado, borracheras y continuidad sin final. Himnos que elevan el sentimiento de derrota hasta convertirlo en la combustión del escape más puro. No Depression es una obra intransigente y tremendamente honesta. Una colección de canciones irrepetibles y en estado de gracia. Un clásico olvidado y feroz que mantiene entre sus líneas el secreto de la evolución natural de sus creadores y de un puñado de bandas enormes dispuestas a aceptar el sonido de Uncle Tupelo como una almohada, nada cómoda, para descansar sus propias ideas.