Como confirma la tendencia, el rock ha vuelto a recobrar vigor en estos últimos años. No se trata de estéticas canónicas y reconocibles bajo estilos como el indie-rock de tintes low-fi (por citar, Pavement), el post-rock ni tampoco el post-punk revivalista del cambio de milenio, que ya bate en retirada. Se trata de vástagos disconformes, proyectos híbridos que fusionan técnicas y elementos dispares, muchas veces bajo el marco del minimalismo en la composición y puesta en escena. Es el caso de Times New Viking, No Age, Vivian Girls, y podríamos caer en la tentación de sumar a los canadienses Women (Alberta, 2007), pero la investigación dice lo contrario.

Sí, Women, formada sólo por chicos- Patrick Flegel (guitarra), Matthew Flegel (bajo), Michael Wallace (batería) y Christopher Reimer (guitarra, voces)- grabaron en cintas de caset en un sótano, probando diferentes distancias con los micrófonos, y también diferentes espacios para captar acústicas novedosas. Pero no se trata del clásico grupo que graba a la primera toma y que apoya sus canciones en una progresión de tres acordes. En este caso, los métodos de producción han sido elegidos en función de las canciones, no de una estética low-fi –cuenta la anécdota que grabaron una de sus canciones entre veinte a treinta veces, con riesgo de volver loco a su productor Chad Van Gaalen-. Y en particular, Women juega al despiste furioso y opta por la elipse luminosa con ascenso y caída en espiral retorcida.

Los dos polos de su disco son caóticos, llenos de aristas sucias de post-punk y no-wave en plan This Heat o Swell Maps, con quiebres abruptos y tracks breves que terminan de forma sorpresiva. En la mitad del recorrido se esconde su magia, un baúl de canciones roñosas, con un aire a pop barroco de fines de los sesenta. Desde “Black rice” hasta “Uptairs”, Women conecta uno tras otro, como si fuesen uppercuts y ganchos de un hábil y joven boxeador, pequeños hits llenos de buen gusto y buenas ideas, y de ese sentido femenino, evanescente, que les da su estampa.

Las guitarras ya no suenan tan chirreantes y ariscas y empieza a destacar las interesantes melodías de bajo, voces cavernosas y el dinámico trabajo rítmico de batería, junto a loops y beats subterráneos y pegajosos. Y si bien hay algo de progresivo en la construcción de sus canciones- la banda esconde un pasado math-rock que no les gusta recordar-, lo genial está en esa mezcla indiferente, en el hallazgo de senderos oníricos por el que nos llevan sus trips eléctricos. Dice Chris Reimer, vocalista y guitarrista, que muchas veces grababan sin saber exactamente a dónde iban a llegar. Es un buen punto de partida para un grupo de amigos que tocaban desde el colegio, se han reunido a experimentar y han debutado con un disco sincero y virtuoso.

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