La segunda versión de este evento se consolida como un espacio para poner en vitrina nuevos talentos, saldar deudas históricas y recordar a los clásicos, como la perfecta antesala de su hermano mayor que regresa el mes de noviembre. Acá relatamos lo que se vivió en el escenario Fauna Otoño el sábado 12 de mayo pasado.

Fotos: Rodrigo Ferrari

Con una organización funcionando cada vez mejor, la nueva versión de Fauna Otoño ya es un referente para tomarle el pulso a la escenas indie & electrónica. Con accesos expeditos, áreas de comida y bebida, guardarropía, zona de merchandising y un novedoso convenio con una empresa de Transportes, esto es lo que dio de sí el festival en su escenario diurno. 

The Holydrug Couple

Los encargados de abrir la jornada salieron puntualmente a escena a las 15:30, mientras los acordes de “Sweet Jane” de Spiritualized se disolvían en el aire. Tras unos breves ajustes, aparecieron los músicos y comenzaron su set. Presentados en formato de trío, The Holydrug Couple dieron un show contundente, buena muestra de por qué están entre los más reconocidos exponentes de la psicodelia a nivel mundial, gracias a su talento y al espaldarazo del sello Sacred Bones Records. Presentaron una selección de su discografía, en donde caben desde las influencias clásicas hasta referentes menos esperados como la chanson francesa o el soul de Aretha Franklin y Marvin Gaye. Antes del final, agradecieron al público presente por haberse apersonado tan temprano para verlos, presentaron un tema nuevo (con una intensa coda final) y terminaron con otra potente ejecución que mezclaba armonía y distorsión en partes iguales. Sea cual fuere el estado en el que te encontrabas, la expansión mental estuvo asegurada.

Cosmo Pyke

La gran apuesta del festival Fauna Otoño 2018 salió jugando a ganador desde el primer momento. Bastó que el británico se asomara al escenario a chequear los últimos detalles técnicos para arrancar suspiros del público (en forma de gritos) y dejar el ánimo aún más arriba, si era posible, junto con una buena cantidad de corazones rotos.

A la hora prevista, salió a sentarse directamente en la batería para abrir con un tema instrumental que solo dio más ganas de escucharlo. Secundado por una competente banda de apoyo (guitarra, bajo y batería), Cosmo Pyke se hizo cargo de la guitarra rítmica y demostró que más que una promesa, su tremendo talento es toda una realidad. Vocalista versátil y hábil guitarrista –preciso y libre de pirotecnia- dejó en casa las influencias hip hop y nos dio una clase de sensibilidad soul con toques de jazz que se extiende hasta el reggae y el dub. No faltaron las canciones del EP Just Cosmo (70Hz Recordings, 2017), estrenó canciones nuevas como “Railroad tracks” y la autobiográfica “In my town”, donde habla de sus vivencias en el distrito de Peckham, sureste de Londres, y más aún, encantó con un carisma a toda prueba mientras desgranaba las canciones que él define como “espaciosas, hermosas y perezosas.”

Todavía no cumple 20 años, pero este músico/graffitero/skater/modelo (búsquenlo en el clip para Nikes, de Frank Ocean) sabe perfectamente lo que quiere y lo que no quiere lograr. Solo nos resta esperar a que vuelva a sorprendernos. Todo un acierto.

Sun Kil Moon

Si algo quedó claro después de este show, es que a Mark Kozelek es mejor tenerlo de amigo. Quizás consciente de su fama de gruñón, y buscando redimirse, salió a escena como ese amigo pesado de sangre que quiere hacerse el simpático, saludando con un sonoro “I love you, Argentina!” para después aclarar que sabía que estaba en Chile, donde había disfrutado mucho nuestras comidas típicas como el gazpacho y el ceviche… Aparte del público, no se salvaron de su afilada lengua ni el técnico que corrió a cambiarle el micrófono apenas terminaba el primer tema, ni sus músicos, ni mucho menos los fotógrafos.

Luego de insistir en que aprendiéramos la correcta pronunciación de su apellido (“Recuerden: Káazzelek”), el ex Red House Painters empezó cantando canciones del álbum que acaba de editar bajo su propio nombre, “y que está disponible en Spotify”. Luego de “This Is My Town” y “666 Post”, hipnóticas muestras de country rock anestesiado, pidió disculpas por no tocar algo que pudiéramos reconocer y se lanzó con otros extensos temas como “Bloodfest”, en los que solo cantó apoyado por un atril desde donde tenía las letras –Se necesita una memoria privilegiada para recordar textos tan largos, algunos bastante autoreferentes- y permitiéndose improvisar hasta completar la primera media hora de concierto. Ahí se colgó la guitarra para interpretar canciones como “The Black Butterfly” y, luego de preguntar cuánto tiempo le quedaba sobre el escenario, enfiló la fase final del show con temas más conocidos como “Linda Blair” (el que detuvo diciendo que había olvidado la letra, pero en realidad era para decirle a sus músicos que tocaran más lento), “Dogs” y una sentida versión de “I Can’t Live Without My Mother’s Love” que fue el punto final de un show que comenzó entre risas nerviosas y terminó en medio de carcajadas. Aprobado.

The Drums

Terminado el set de Sun Kil Moon, el recambio de público fue notorio: las primeras filas se repletaron de jóvenes veinteañeros ansiosos por ver a la banda neoyorkina, que salió a escena en medio de una ovación.

Viendo al bajista/guitarrista vestido como un habitante de un squat londinense de fines de los 70s y al vocalista Jonny Pierce enfundado en un overol, cual obrero del post punk, por un minuto pareció que le habían dado una vuelta a su sonido y escucharíamos algo en la línea de Liars o The Pop Group, pero lo suyo fue un set de indie rock oreja y algo predecible, basado en las canciones de The Drums (Moshi Moshi, 2010), Portamento (Moshi Moshi, 2011) y Abysmal Thoughts (Anti-, 2017), donde también estrenaron el single “Meet Me In Mexico”, y el público no paró de saltar y cantar a todo pulmón hasta el final. Escuchando con atención, y exceptuando las composiciones más pausadas, a los pocos minutos sus canciones empiezan a sonar preocupantemente similares entre sí, aunque casi a nadie parecía preocuparle mucho.

Siendo justos, el sonido fue impecable, con cada instrumento interactuando con los demás sin lucimientos excesivos que opacaran al resto; fueron efectivos pero también efectistas, con el cantante apelando al karaoke colectivo en los coros y enfervorizando al respetable con sus pasos de baile o abriéndose el overol para mostrar algo de piel.

Por si hacía falta ganarse aún más el corazón de los fans, antes del final Pierce dio nuevamente las gracias, declarando que “si no fuera por el amor de los fans latinoamericanos, probablemente ahora no estaríamos sacando discos.” Público y banda no cabían en sí de felicidad, con Pierce agradeciendo hasta último minuto y declarando que les encantaría regresar a Chile. Objetivo cumplido, aunque no estaría mal verlos arriesgarse más en el plano sonoro.

Mogwai

Un desmayo en las primeras filas del público, advertido por uno de los roadies, atrasó unos minutos el inicio de este concierto. Una vez que la chica afectada fue retirada del público y llevada a ser atendida, la noche retomó su curso.  Tal como se había anunciado, los escoceses llegaron a Chile con formación modificada. Junto a Stuart Braithwaithe, Dominic Aitchison y Barry Burns no llegó el ex Long Fin Killie Luke Sutherland, viejo amigo de la banda, pero sí comparecieron la impactante baterista Cat Myers –una verdadera fuerza de la naturaleza- en reemplazo del convaleciente Martin Bulloch, y el jovencísimo Alex Mackay, a cargo de guitarras, sintetizadores y percusión, supliendo las labores del retirado John Cummings.

La banda venía a presentar su última placa Every Country’s Sun (Rock Action, 2017), y de ésta cayeron cinco temas (la inicial “Crossing The Road Material”, “Coolverine”, “Party In The Dark”, “Old Poisons” y “Every Country’s Sun”, ésta última en el bis), intercaladas con rescates más cercanos o pretéritos de su discografía (“I’m Jim Morrison I’m Dead”, “Rano Pano”, “Remurdered”, “Hunted By A Freak”, “Auto Rock”) donde la fusión de experiencia y sangre nueva dio resultados sorprendentes (el bello arreglo final de “2 Rights Make 1 Wrong” o esa apabullante interpretación del clásico “Mogwai Fear Satan”, con Cat Myers dando buena cuenta de sus habilidades). El volumen, como era de esperarse, superaba toda resistencia humana, sobre todo más cerca del escenario, por lo que el uso de tapones en los oídos era imperativo, salvo que uno estuviese dispuesto a probar la capacidad de sus tímpanos. Si hay una banda capaz de disputarle a Swans el título de “Loudest band in the world”, Mogwai llevan la ventaja.

Con la veteranía que dan los años de circo, los de Glasgow supieron manejar a la perfección los tiempos y superar fácilmente los leves problemas técnicos que jamás interrumpieron la ejecución, armando un show contundente que terminó con el mencionado bis, cerrado con una aplastante “We’re No Here”, clara muestra de que el escenario sigue siendo el hábitat natural de este grupo de amigos, convertidos ya en estandartes de eso que alguna vez se llamó post rock. Como en cada una de sus visitas anteriores, vinieron, vieron y vencieron.

Future Islands

El trío de Baltimore era otro de los números más esperados de la jornada, y vista la reacción de la asistencia, las expectativas fueron superadas con creces. Apoyados por el eficaz Michael Lowry a la batería, el tecladista Gerrit Welmers, el bajista William Cashion y el cantante Samuel T. Herring salieron a darlo todo ante un público ansioso de escuchar su tecnopop que tanto bebe de clásicos como OMD o New Order, como de la New Wave de Blondie y el universo de The Cure.

Sobre el escenario, la presencia de Lowry hace ganar varios puntos al trío, el que suena mucho más orgánico gracias a la inclusión de la batería acústica en las composiciones desarrolladas por Welmers y Cashion. Estaban las ganas de verlos y de escucharlos, pero tanto o más que las canciones, el gran atractivo de la noche era ver en primera persona a Samuel T. Herring, frontman sui generis como pocos, que hace de cada canción una performance, ya sea ejecutando extraños bailes en los que flexiona las rodillas y se desliza de un lado a otro del escenario, lanzando patadas al aire, golpeándose en la cara, el pecho o la cabeza; deformando su voz hasta convertirla en un rugido gutural, contoneándose sensualmente, arrojándose al suelo o mirando fijamente al público con gesto acusador como un profesor regañando a sus alumnos, según sea el caso. Herring, que en las fotos promocionales puede parecer un tipo de mediana edad, algo perno si se quiere, menciona a Ian Curtis, James Brown y Elvis Presley como sus influencias escénicas, lo que puede explicar esa mezcla de histrionismo desatado con toques de torpeza que puede generar anticuerpos, pero que lo hace aún más adorable para la fanaticada devota. Como bien indicaba el compañero Ed Milla –ilustre colaborador de Super 45- el personaje se devora a la persona durante toda la actuación.

El set, como era de esperarse, fue dominado por las canciones del elegante The Far Field (4AD, 2017): Sonaron “Ran”, “Beauty Of The Road”, “Time On Her Side”, “North Star”, “Cave”, “Aladdin” y “Ancient Water”. Tampoco faltaron los destacados de Singles (4AD, 2014) como la infaltable “Seasons (Waiting On You)”, “Light House”, “A Song To Our Grandfathers” o “A Dream Of  You And Me”. Incluso se acordaron de “In Evening Air” (Thrill Jockey, 2010) y On The Water (Thrill Jockey, 2011). Mientras avanzaba la hora, con cambio incluido, la intensidad y el baile no hacían más que aumentar gracias al sólido entramado sonoro formado por los tres músicos alineados en segundo plano, dejando todo el espacio necesario para que Herring se moviera a placer, arengando al público, explicando el sentido de algunas canciones o dedicando otras, y agradeciendo cada cierto tiempo por el caluroso recibimiento, que, por lo visto, los sorprendió genuinamente. Tras una intensa interpretación de “Spirit”, los cuatro hombres se retiraron, agradeciendo una vez más. Todo indicaba que la noche terminaba ahí, pero a los pocos minutos volvieron para cerrar con broche de oro. Herring, supurando adrenalina, anunció que esta sí era la última, despidiéndose con una soberbia versión de “Vireo’s Eye”, no sin antes advertir: “Last chance to dance, motherfuckers!”. Para nosotros también fue un gusto, Samuel.

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