TBT #3: El triunfo del “mainstrindie” Ricardo Martínezmayo 2, 2016ColumnasDestacadosTBT0 Comentarios Esto es como la “historia de dos ciudades”. Cuando uno entraba en los ochenta a la Feria del Disco (o a Rockshop) no era solamente mirar carátulas. Era escuchar las canciones que sonaban en el local y que sutilmente “pinchaban” esos Dj’s secretos que eran los dependientes. En estos lugares, al igual que la Circus –que estaba ubicaba a veinte metros por la misma Avenida Suecia, al lado de un peladero– o la Fusión, en Andrés de Fuenzalida –tres cuadras más abajo–, uno aprendía de música solo por el hecho de ingresar al lugar. Cada una de estas tres o cuatro tiendas tenía una “parrilla” (quizá hasta habría que llamarla “payola”) selecta que daba al local gran parte de su “onda”. Era común que una tarde de 1984 en la Feria del Disco sonara una canción como “Against all odds (take a look at me now)” de Phil Collins, mientras que la Circus se llenara de los sones de “Missing you” de John Waite, el Rockshop se aventurara con los teclados robados al new wave de “Jump” de Van Halen y la Fusión hiciera algo similar con “Head over heels” de las Go-Go’s. Cada una de estas tiendas tenía un estilo musical claramente definido, desde el mainstream más explícito de la Feria del Disco, hasta el new-pop más oscuro de la Fusión. Uno sabía un poco a lo que iba. Por eso, resultaba un absoluto cortocircuito para cualquier adolescente de Providencia, cuyo gusto musical se encontraba teledirigido por estas cuatro disquerías y por la Radio Concierto y por el Magnetoscopio Musical y por el mismo Billboard, una mañana cualquiera –saliendo de su zona de confort comunal– adentrarse en las caseterías (no disquerías) de, por ejemplo, San Antonio o Puente, en Santiago Centro. En estas caseterías no sonaba nada similar: su parrilla estaba compuesta por corridos, rancheras, música folclórica y un cuantúay de otras guarifaifas absolutamente desconocidas para él. Pero, lo más notable es que estas caseterías estaban incluso más repletas de gente que las “cuatro de la fama” y los casetes se vendían como pan caliente. Hace demasiados años que tengo la idea de escribir, por esa experiencia, sobre lo que una vez bauticé como “mainstrindie”, esto es, música que en Chile resulta sumamente popular, pero que por algún motivo ha permanecido medio sumergida entre lo más mainstream/hype. “Mainstriendie” es René Inostroza (uno de los cantantes que más casetes “cortaban” en aquellas décadas), o Los Viking 5 o Hiroíto. Músicos que eran parte de la banda sonora de todo un público, pero que (casi) nunca llegaron a los estelares de la tele o fueron tocados por las radios FM. “Mainstrindie” son cosas como Star Sound, el sello de la radio Colo-Colo (la misma en que las noticias se contaban como tallas en “Radio crónica”, de Mario Pesce y Carlos Sapag) en los ochenta, responsable de cosas como Hijos de Putre (“Que bueno es Julián”) o El Tereso, en las voces de Los Luceros del Valle (“El animalito”). O Tekyla Records, el sello de Los Kuatreros del Sur. Bandas con decenas de miles de seguidoras y seguidores, pero que eran obviadas por los medios de prensa tradicionales o por el Festival de Viña y que vieron su ultimo recinto clave en La Tuna (con sus clásicos afiches pegados en la Alameda y facturados con Word Art). “Mainstrindie” era la música de las rockolas, esos dispositivos de carga de discos Super45 🙂 que se popularizaron a partir de los Wurlitzer en los años sesenta y que habitaban en las fuentes de soda y los boliches poblados de viejitos amantes de los sones del ayer: “El movimiento rockolero, que alcanzó madurez hacia mediados de los sesenta, empezó a germinar poco antes con la instalación de Wurlitzer en las cantinas. Ello contribuyó a ampliar el horizonte de la industria discográfica, que pudo entrar de manera colectiva en los sectores populares. El tocadiscos, que en las casas pobres era un lujo imposible, en las cantinas o fuentes de soda hizo de los discos un consumo de masas al alcance de todos” (Escobar, 2010). En esas rockolas dominaban el escenario las canciones de lo que alguna vez el locutor y promotor musical Ricardo García bautizó como “música cebolla”: Ramón Aguilera, Julio Jaramillo, incluso Lindomar Castilho con su hit absoluto “Camas separadas”. “Mainstrindie” también podrían ser cosas como las canciones subidas de tono que interpretaban los adolescentes ochenteros, como “La Pirilacha” de Nilda Moya (mamá de Tatiana Merino) y todo el repertorio del “Festival de la Una”. Un espacio que no cabe dentro del mainstream de los periódicos de circulación nacional, pero tampoco en los medios más “alternativos”, sino que se ha movido desde los años treinta o cuarenta, como hacen ver González y Rolle (Historia social de la música popular en Chile, 1890-1950, 2005) en una mezcla extraña de películas mexicanas vistas en los antiguos cines de provincia rural, casetes vendidos en el Persa Bío-Bío y guitarreos de asados en la periferia de Santiago. Una música que es parte de la vida de muchas personas, pero, como dice Carl Wilson, peca demasiado de “Schmaltz” (“música triste o romántica, hasta el punto de la exageración”, Merriam-Webster): esto es, sentimientos a flor de piel, apoteosis sonora, cursilería y todos los otros términos con que es castigada por las personas con mas “capital cultural”. Hoy, por alguna razón que también vale la pena explorar, algo del “mainstrindie” como lo conocíamos (el de bandas tropicales como La Noche, o de raíz mexicana, como Los Charros de Lumaco) alcanzó notoriedad más allá de la “historia de dos ciudades”. Es cosa de ver las últimas ediciones del Festival del Huaso del Olmué o el listado de discos más vendidos de los dos miles, que ahora sí toman en cuenta a Los Vásquez o al mismo Américo, del que incluso se hizo una especie de “cover” por el Ministerio de Vivienda y Urbanismo llamado “Chao, suegra”. Es cosa de ver la “parrilla” de radios como Candela o Corazón. Pero quizá qué bandas hay debajo de ellas que no han saltado al hype de los traditional media. Me pregunto, por ejemplo, qué es lo que escuchan nuestras hermanas y hermanos colombianos o peruanos inmigrantes en sus fines de semana en algunas comunas de Santiago que nunca son tema para la TV, ni para los medios.