En los años 70 había un comercial del perfume Jean Le Pins que nunca olvidé. Una muchacha de pelo rizado muchesco y vestido blanco con velos tomaba en su balcón una paloma que tenía en una jaula y le ataba un mensaje para luego echarla a volar por la foresta, hasta que la paloma llegaba donde su amado y éste extraía delicadamente el mensaje de la pata de la paloma y alorosaba el inigualable aroma del perfume: el olor a ella. Junto con la estética visual del comercial había una música que se volvió un neoclásico: “Greensleaves”. Esa música era el corazón de aquel réclame. No podía estar mejor elegida, porque evocaba algo similar a lo que transmitía la visualidad del spot.

En los 70 todos los comerciales solían ser así: colores ocre, tonalidades de sol otoñal, pantalones de cotelé, hojas en el camino, tristeza, melancolía. Una época felizmente triste. Tan triste como escuchar pasar el carrito de los helados con su campanilla por el barrio en una tarde no tan soleada del verano. Tan triste como las postales Village que adornaban las paredes de los cuartos infantiles de muchísimas casas con paisajes también otoñales de parques lejanos cubiertos de árboles amarillentos.

Parecía ser una era en sepia, donde la verdad del dolor de cierta infancia y el sinsentido de cierta adultez se ocultaban tras visillos mientras tambaleaba un secreto deseo. No más échenle un vistazo a este otro comercial, setentero como pocos.

El spot es notable: por los ropajes, por el ambiente hygge, por la música de fondo (una muzak perfecta), por el guión algo porno. No por nada, las revistas para adultos como Penthouse explotaron esta visualidad, y Bob Guccione hizo escuela con ciertos filtros fotográficos difuminados sepia que hoy se repiten en Instagram. Algo al mismo tiempo sofisticado –de “Beau Monde”, como lo bautizó la revista Cosas que apareció a fines de aquella década– y levemente erotizado. Sofisticado, triste y levemente erotizado. Por eso mismo la música de aquella época, la AOR (Adult Oriented Rock) de aquella época, dispone de todos estos atributos como nunca ninguna música pudo hacer antes o después. Es cosa de escuchar uno de los temas emblemáticos de la “Me decade”, como decía la revista People, para darse cuenta.

“I’ve never been to me” – Charlene

“I’ve been to Georgia and California, anywhere I could run
Took the hand of a preacher man and we made love in the sun
But I ran out of places and friendly faces
Because I had to be free
I’ve been to paradise, but I’ve never been to me”

[“He estado en Georgia y California, y en cualquier lugar al que podía correr
Tomé la mano del predicador e hicimos el amor bajo el sol
Pero me quedé sin lugares y caras amigables
Porque tenía que estar libre
He estado en el paraíso, pero nunca ha sido para mí”].

Entre los años 2000 y 2003 ayudé con la búsqueda de canciones a un programa que se llamó “Maldita primavera” y que pasaba lo que yo llamo “clásicos AM”. Mucha canción de Camilo Sesto y de Pandora y de Nicola di Bari. Una noche a mediados de 2002 invité a una velada a las dos muchachas que hacían el programa y escuchamos música. Ellas habían venido con un amigo que, sorprendido con la cantidad de MP3 que tenía en mi PC, me empezó a pedir una y otra y otra canción, pero no de la llamada “balada romántica latinoamericana”, sino que cuestiones como “Bright eyes” de Art Garfunkel, “Balada para Adelina” de Richard Clayderman o “Mandy” de Barry Manilow. Quedé tutú: hasta ese momento no había reparado en que esta música no sólo existía, sino que estaba en mi disco duro mental alojada con tanta fuerza como la misma “Maldita primavera”. Las conocía todas, pero no podía reparar de dónde provenía este conocimiento. ¿Dónde había yo escuchado cosas como “Tonight I celebrate my love for you” de Roberta Flack & Peabo Bryson? ¿Qué estaba haciendo la primera vez que oí “When I need you” de Leo Sayer? ¿En qué rincón de mi cerebro había espacio para recordar el tarareo de “Tie a yellow ribbon round the old oak tree” de Tony Orlando & Dawn? ¿Por qué escuchar los sones que dicen “Please come to Boston for the springtime/ I’m stayin’ here with some friends and they’ve got lots room/ You can sell your paintings on the sidewalk/ By a café here I hope to be workin’ soon/ Please come to Boston/ She said ‘No, would you come home to me’” [“Por favor, ven a Boston para la primavera/ Estoy quedándome aquí con algunos amigos y tienen muchas habitaciones/ Puedes vender tus pinturas en la acera/ Cerca de una cafetería donde espero estar pronto/ Por favor ven a Boston/ Y ella dijo: ‘No, ¿podrías venir a mi casa’”] en la canción de Dave Logins parecía sobrecoger mi espítitu?

“Please come to Boston” – Dave Loggins

Y entonces me puse a investigar. Luego de que se fueron mis amigas y mi nuevo amigo me quedé hasta las cinco, seis de la mañana, tratando de dar con si todas esas y otras canciones constituían un género. Y encontré un listado comprensivo con cerca de quinientos temas como estos en un proto-blog de Internet. El muchacho, ya quizá en su adultez, que había escrito esa entrada llamaba a todas estas canciones “Goofy songs”, algo como “baladas de amor tontorronas”. Y claro, es obvio que los mayores exponentes de este estilo son cosas como Neil Diamond o los Carpenters, pero también ciertas cosas de las duplas Goffing-King o Bacharach-David (o sea, puro Brill Building), y, por qué no, también ciertas cosas no exclusivamente setenteras como “Georgy girl” de The Seekers.

“Georgy girl” – The Seekers

Esta canción ha sido elegida en muchas ocasiones como la más happy del mundo. La canción más happy y tonta del mundo. En síntesis: una canción (unas canciones) perna(s).

Pero el listado de las canciones goofy/pernas setenteras, de las baladas anglosajonas goofy/pernas es mucho más amplio y cubre latamente asuntos como John Denver con “Annie’s song”, “Longer” de Dan Folgerberg, “How deep is your love” de los Bee Gees, “Operator” de Jim Croce, “All by myself” de Eric Carmen.

Hay entre las “Goofy songs” guiños al easy listening (como en el caso de “El amor es triste” de Paul Mauriat o “Concorde” de Frank Pourcel), mucha influencia del country (como en “The gambler” de Kenny Rogers) y, por cierto, vínculos que son como ríos profundos con el cine. Porque cierto cine de los 70, que es el antecedente más importante del tipo de película Hallmark, es absolutamente Goofy. Pensemos en El niño de la burbuja (la historia con John Travolta de un niño que es tan alérgico que tiene que vivir dentro de una) o Castillos de hielo (una patinadora de hielo… ciega) o Una ventana al cielo (una esquiadora que sufre un accidente que la deja en silla de ruedas): todo muy sensible y al borde –o directamente dentro– de la cursilería. Por eso es que muchas de estas canciones de la balada romántica anglosajona de los 70 fueron clásicos acompañamientos de películas, como La aventura del Poseidón con Maureen McGovern, o el “Love theme” de Superman, con la misma Maureen McGovern; o Diana Ross con el tema principal de Mahogany, “Do you know where you going to”. Si hasta David Soul de Starsky & Hutch exploró en el estilo con “Don’t give up on us”.

Canciones todas que tienen una orquestación que hace un nudo y también una lágrima en la garganta. Canciones que hablan de corazones rotos, de pérdidas, de rupturas: “You packed in the morning I stared out the window/ And I struggled for something to say/ You left in the rain without closing the door/ I didn’t stand in your way” [“Embalaste tus cosas por la mañana y yo me quedé mirando por la ventana/ Y luché por decir algo/ Saliste a la lluvia sin cerrar la puerta/ Y no me interpuse en tu camino”] (Randy Vanwarmer – “Just when I needed you most”), pero también de un amor feliz y erotizado: “Do that to me one more time/ Once is never enough with a man like you/ Do that to me one more time/ I can never get enough of a man like you, oh” [“Hazme eso una vez más/ Una vez nunca es suficiente con un hombre como tú/ Hazme eso una vez más/ Yo nunca puedo tener suficiente de un hombre como tú, oh”] (Captain & Tenille – “Do that to me one more time”). Canciones que son el vaso de Rubin de la música, el equilibrio perfecto entre la orquesta y la voz, donde no podemos decidir cuál de los dos elementos se encuentra en primer plano.

“Do you know where you’re going to” – Diana Ross

“Just when I needed you most” – Randy Vanwarmer

Y para qué hablar del niño Michael Jackson y la balada a la ratita Ben.

“Ben” – Michael Jackson

Los 70 fueron el reino o quizá el imperio del schmaltz, esa música notoria por su patetismo y tristeza extrema de la que habla Carl Wilson, y curiosamente se encuentran alojados, como casi todo lo importante en la vida, en una gaveta al lado de donde nuestros padres (que disfrutaban al chancho con estas canciones) guardan el cognac. Les apuesto que si buscan con detención en sus casas de la infancia, se encontrarán con elepés de todos estos artistas y si revisan con atención algunos videos de Youtube del Festival de Viña, se darán cuenta de que muchos de ellos, como Roberta o Leo, vinieron a inicios de los 80, cuando quizá estaban haciendo las últimas monedas con el estilo lagrimón, goofy y perno que el tiempo olvidó.

Listado de Canciones en Spotify: