Foto: Rod

Siempre ha llamado la atención, especialmente para quienes no han seguido de cerca su carrera, la estrecha vinculación entre Javiera Mena y su público. Incluso antes de tener distribución formal, era parte de la experiencia ver cómo las canciones de Esquemas juveniles (2006) eran coreadas con decisión por adolescentes -y algunos no tanto- identificados con los versos esquivos y las melodías pegajosas de su alabado primero disco. Llamaba también la atención la disonancia entre la decidida opción pop de sus canciones y la introversión de Javiera en el escenario, como si fuese posible esconder sus inquietudes a través de la interpretación en escena.

Como era de esperarse, sus seguidores hicieron pequeño el lugar escogido para el show de lanzamiento del nuevo disco. Es interesante que la presentación del disco, de una artista que hace una manifiesta apuesta comercial a través de un pop sensible e introspectivo, se haga en la sala SCD de un popular centro de compras cuya terraza apostaba al bullicio ensordecedor como estrategia de marketing.

La presentación de las canciones que componen Mena (2010) mostró, además, un cambio fundamental en Javiera Mena. No sólo se hace evidente el paso de las temáticas bucólicas de sus primeras composiciones a canciones más complejas, gracias a un bonito juego de texturas, instrumentos y coros -marca registrada de la producción de Cristián Heyne-, sino también el crecimiento artístico que se verifica en los detalles del vestuario, en la puesta en escena, en la sustantiva mejora en su registro vocal y también en la interacción con el siempre motivado público asistente a sus presentaciones. Donde antes veíamos a una adolescente en pleno proceso reflexivo con cierto recelo a los focos y la exposición, hoy vemos a una artista que asume con seguridad las expectativas generadas por su primer disco, superando el rótulo de promesa utilizado con tozudez por la prensa especializada para referirse a la santiaguina.

Queda la sensación que el disco nuevo crece y potencia las virtudes de Javiera Mena en la presentación en vivo. Salvo ciertas dudas al comienzo, el show contó con el acompañamiento impecable de un bajo, batería y un par de coristas perfectamente alineados con la propuesta de Mena, que avanza sin sobresaltos entre canciones que rescatan sin culpa esa tradición romántica injustamente rescatadas por el kitsh (como la magnífica “No te cuesta nada”) y la pista de baile (“Hasta la verdad”, “Sufrir”). Si hasta ahora Javiera Mena podía montar un show con tres de los hits de su disco debut -injustamente tratados por las parrillas radiales nacionales, por cierto-, hoy puede sumar tranquilamente algunos más a su repertorio en vivo, incluso con ciertos guiños hip-hop que no desentonan.

Si bien tuvo dos bis -el último, sin preparar, con una desnuda versión de “Cámara lenta”-, el show pareció más corto de lo esperado. Tal vez muchos querían un invitado con quien interpretar “Sufrir”, y tal vez faltó regalar un cover a la entrega del público. La evolución artística de Javiera Mena tendrá la última palabra, pero el tenor del grueso de las canciones del disco y su interpretación podría lograr una progresión lógica, a un salto todavía más sustantivo en la presentación, llevando no sólo las canciones a la pista sino la pista al escenario. El cuerpo de baile es la próxima estación luchando contra la introspección.