Con la perspectiva que sólo otorga el tiempo, revisamos parte del contexto que dio pie a Emperor tomato ketchup, acaso la obra cumbre de Stereolab, a 20 años de su lanzamiento.

Tim Gane amaba el sonido de “Sister Ray”, punto final de White light/white heat (1968) de The Velvet Underground, donde John Cale distorsiona su órgano a través de un amplificador de los sponsors del grupo, Vox. También le gustaba “Roadrunner” de The Modern Lovers, descendiente directa de “Sister Ray”, producida a su imagen y semejanza cuatro años después por Cale, con Jerry Harrison (un futuro Talking Heads) en las teclas.

Por su lado, Lætitia Sadier se adentró en la música comprando vinilos. De nacionalidad francesa, vivió entre los 10 y los 12 años en Estados Unidos, y durante esa época, fines de los setenta, empezaron a interesarle los singles de moda. Sus primeras adquisiciones fueron “Ring my bell” de Anita Ward y “No more tears (enough is enough)” de Donna Summer con Barbra Streisand.

Gane, inglés, tocaba guitarra en McCarthy, banda a la que en algún momento le dedicaremos las elogiosas líneas que merece. Presentándose en París, conoció a Sadier. Se enamoraron y ella terminó cantando en el último disco de McCarthy, que pronto se disolvería para dar paso en 1990 a un nuevo proyecto: Stereolab.

Stereolab

Seis años después de su formación, y como era predecible dados los gustos disímiles de sus fundadores, Stereolab ya tienen ganada una merecida fama de coctelera de estilos. Poco antes de sacar el disco que nos atañe, Emperor tomato ketchup, la prensa los define como una cruza de The Velvet Underground, Beach Boys, Neu!, Suicide, Esquivel y el pop francés de los 60. Se habla de Tim Gane en Rockdelux como “el mejor carpintero del post pop mundial”. Erudito, adelantado, retrofuturista y un largo etcétera. Los periodistas siempre se entretuvieron buscando adjetivos para describir al grupo. Que, ya en aquel entonces, había sobrevivido asociaciones con otros de menor vuelo creativo como Lush o incluso Menswear.

En Emperor tomato ketchup se nota como nunca por qué cuesta aterrizar en palabras a Stereolab. Por qué la etiqueta de pop, pese a ser la única capaz de resumirlo todo en pocas letras, estaba condenada a ser insuficiente. Detrás de sus canciones subyacía un concepto sacado del idioma francés: détournement. O sea, la reutilización de un medio —en este caso, música común y corriente— para alterar su significado y convertirlo en un mensaje crítico.

El disco también dialoga con el cine de Jean-Luc Godard: Gane quería imitar el diseño de sus películas. Buscaba estructuras de aspecto libre y simple, pero que reflejaran una fuerte personalidad e ideas firmes. Todo en respuesta a la enorme cantidad de grupos que, en esa época de britpop y post-grunge, trataban de acomodarse en alguna tendencia sin tener claros sus conceptos ni sus objetivos. ¿Y cuál era el objetivo de Stereolab en 1996? En breve, oponer resistencia al sistema desde la acción cotidiana.

Tim Gane y Lætitia Sadier —de 31 y 27 años, respectivamente— compartían un departamento en Londres. Solía estar un poco desordenado: había maquinaria vintage (sintetizadores Moog, Farfisa, VCS3, Vox Continental) y cables por doquier. Gane, según Sadier, era un comprador compulsivo de equipos. Emperor tomato ketchup, entonces, no sólo tiene un gran trasfondo intelectual, sino que responde a un entorno familiar. Es la fundición de vida y obra.

Si bien es factible afirmar, dada su querencia por los instrumentos antiguos, que Stereolab posee un costado revisionista, su propósito en ningún momento fue pausar ni rebobinar, sino ir hacia adelante. Así, en pleno movimiento, durante una gira estadounidense con Gastr del Sol, conocieron a John McEntire de Tortoise, que produciría parte del disco y prácticamente sería un integrante más. Contrario al mito, por cierto, el aroma funky de “Metronomic underground” no tuvo que ver con McEntire: Gane tenía la canción lista antes de viajar a Chicago a juntarse con él.

Stereolab alcanzaron el cénit de su sincretismo en Emperor tomato ketchup. Considerando que abarcaron un espectro tan amplio de géneros, desde las referencias krautrock de sus albores hasta las citas a Motown de su crepúsculo, no es poco decir. El disco captura a un grupo capaz de elaborar un apacible pop con cuerdas en “Cybele’s reverie” y luego, con naturalidad, pasarse al guitarreo crujiente en “The noise of carpet”. Ahí estaba todo: el minimalismo, las inclinaciones lounge, la repetición como recurso expresivo. Esa capacidad de sintetizar lo viejo y hacerlo nuevo.