Gepe lanza GP
Miércoles 24 de octubre
Club Chocolate

El espectáculo comienza con una diablada. Una diablada en serio, escenificada por los músicos que acompañan a Gepe, con un diablo con luces en los cuernos, con Gepe luciendo una chaqueta adornada con lentejuelas.

El espectáculo sigue con cuatro canciones en las que Gepe no saluda, sólo sonríe, concentrado en la precisión de lo que está pasando en el escenario. Sin perder la calma, claro.

El espectáculo consiste, a partes iguales, en disfrutar de estas canciones que Gepe ha escrito como siempre, de manera espontánea, sin complicarse la vida, por una parte. Por otra, el espectáculo consiste en ver cómo Gepe se ha transformado en algo más que un cantautor.

GP, el disco que Daniel Riveros presenta esta noche, es un disco en el que, en un gesto que no tiene poco de valentía, Gepe da nuevamente un golpe de timón en su carrera para producir canciones de optimismo descarado, que no tiene miedo de plantarse en los oídos de la gente como un disco de pop en español. Un disco al que no es difícil colgarle adjetivos como “feliz” o “primaveral”. Que tiene mucho de folclor, de eléctrónica, de reggaetón, y mucho de Gepe, también.

Esta noche es una fiesta

Si un artista le debe algo a alguien, si tiene algo así como una obligación, no es con el público, ni siquiera con la industria o con sus compañeros de generación. Un artista, si quiere ser considerado como tal y no como un mero bufón, debería deberse a su propia integridad. Tomar los riesgos que considere necesarios para decir aquello que quiere decir. Y la integridad, tal como parece entenderla Gepe, consiste en arrojarse de lleno a los lugares hacia donde lo impulsa su curiosidad.

¿Y qué es el pop en español? ¿Es algo que tiene que responder a las expectativas del primer mundo acerca de cómo debe sonar la música hecha en Latinoamérica? Es cierto que el espectáculo de Gepe pareciera ajustarse al prejuicio. Pero los quiebres rítmicos, las trompetas asordinadas, el baile y la fiesta no están ahí porque él quiera agradarle a nadie, ni para vender discos donde antes no los vendía. Esos ingredientes, ese color, ese carnaval furioso que traen sus últimas canciones, están ahí porque él necesita que estén ahí. Porque a su vida ahora le hace falta una fiesta, y esta vez estamos todos invitados.

Gepe ahora es algo más que un cantautor. Hay que entender que con el tiempo ha aprendido a sacarle provecho a su carisma desmañado, a las entrañables indecisiones de su discurso, a esa calidez como indefensa que proyecta desde el escenario. Hay que entender que detrás de todo esto, como detrás de cualquier personaje de la música popular, existe también cierto cálculo, cierta puesta en escena… y hay que entender que el triunfo de esa representación es que, desde el público, Gepe aparece como un tipo cercano, espontáneo, casi frágil.

“Siempre había querido hacer esto”, dice Gepe entre jadeos tras zambullirse al gentío. Canta a los gritos mientras la multitud lo rodea sin devorarlo, lo aplaude, le aviva la cueca. “Ya, pero ahora déjenme volver a la batería y al micrófono”, dice resoplando.

Suponer astucia en las estrategias de Gepe no es signo de desconfianza: es algo así como la corroboración de que Gepe piensa en el pop, se lo toma en serio. Cuando canta, junto con Fakuta, una versión de “Ojalá que llueva café”, de Juan Luis Guerra, y luego de “Doble opuesto”, de La Ley, la devoción con la que el público corea toda la letra termina por darle la razón a Gepe. Si en el papel parece un desastre, en el escenario funciona de maravillas, en parte gracias al arreglo imposible con que a Gepe se le ocurre cantar “Doble opuesto”, que en algo recuerda a Paul Simon.

El espectáculo termina con Gepe cantando solo en el escenario, con guitarra acústica, la canción que el público le pidió a gritos: “Los barcos”, de su debut. Porque Gepe no se olvida de su pasado. Sólo lo ha incluido en una matriz más grande, más eficaz. Más espectacular.

Mira acá la galería de imágenes de show, tomadas por Rodrigo Ferrari, o en nuestro Facebook.