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Un día antes del estupendo show que brindó Jarvis Cocker en el Teatro Caupolicán, la periodista Marisol García fue hasta el hotel Crowne Plaza, aguantó la conferencia de prensa y, una vez sola frente a Jarvis Cocker, le pregunto lo que nadie más.

Foto: Paola Manfredi

Los techos de altura innecesaria, la alfombra de recovecos policromáticos, los apliqués de lágrimas se han vuelto, de pronto, la ambientación perfecta para una estrella mundial del estilo. Ha hecho ingreso a una sala del capitalino hotel Crowne Plaza el ciudadano parisino Jarvis Cocker (que no se olvide que ya van cinco años de su mudanza desde Londres), y hasta la más burda idea de un decorador chileno brilla a su lado como una estampa de manifiesto retro. Más largo que ancho, más reflexivo que espontáneo, más miope que astuto: a una edad indeterminable, aunque definitivamente adulta, el fundador de Pulp sigue siendo un seductor involuntario que responde exactamente lo opuesto a lo que esperaba anotar la (excitada) rueda de prensa dispuesta un día antes de su debut en Chile: Arctic Monkeys, sí; Kaiser Chiefs, no. No habrá temas de Pulp, porque esto no es Pulp. Sí, fui a un bar pero preferí beber cerveza que vino chileno. Y luego una paciencia que ni Chayanne para firmar autógrafos y sacarse fotos con profesionales de la información que vaya que deben haber bailado en la Blondie. Super 45 se hizo de rogar, y lo miró más tarde a los ojos, brevemente pero a solas:

–Nos has obligado a una decisión difícil: verte mañana a ti o a Jane Birkin.
–¿En serio? Me hubiese encantado verla también. Qué gran talento. Me habían llamado para grabar con ella en un disco de dúos (Rendez-vous, 2004), pero al final trabajé con su hija.

–Jane Birkin es otra inglesa que terminó instalándose en París. Como tú.
–Sí. Pensé que París no sería tan diferente a Gran Bretaña; ya sabes, no está tan lejos. Pero para mí ha sido un cambio significativo, fundamental. Como irme de Sheffield a Londres, o más. Yo no era consciente de cuánto te determina en el lugar del que vienes, y ha sido sólo fuera de Inglaterra que he venido a darme cuenta de aquello que llaman el “carácter inglés”; que existe, claro, por nebuloso que sea. Entonces a Francia me ha sido inevitable verla como el muchacho de Sheffield que soy. Hay cosas que me chocan y otras que me agradan mucho, como los parlantes con música clásica en los parques de estacionamiento.

–¿Crees que París te ha resultado más estimulante que lo que podrías recibir de haberte quedado en Londres?
–No creas. La música francesa es una mugre.

–¡¿Pero cómo?! Hubiese jurado que adorabas la época de los chansonniers.
–Bueno, eso sí. Pero a un país como Francia le sucede algo muy complejo, y es que debe cargar con el peso enorme de su tradición. Vives con tu historia, con tus museos, con tu arquitectura, con tus novelistas… y todos son magníficos. Algo así ahoga la creatividad más fresca. No sé si eso sea o no muy diferente a lo que puedes ver en Londres, pero… ¿sabes qué? Los juicios sobre estos asuntos suelen basarse en convenciones estereotipadas, yo quisiera formarme una opinión más sabia con los años…

–¿Cómo así?
–Yo podría hablarte de mi adolescencia en Sheffield, y de lo que allí me tocó ver, y de mi vida familiar, y de lo que más nos gustaba a mí y mis amigos… pero todo eso ya no existe. Sheffield, cuando yo crecía, era una ciudad industrial, de clase obrera, sometida a condiciones de vida muy rutinarias y difíciles, pero con una gran calidez al interior de las casas y las familias. En veinte años, es otro mundo.

A different class.
–Siempre digo que, cuando me mudé a Londres, fue la primera vez que conocí a gente que no tenía nada de dinero [sonríe]. Si esas cosas te impactan, salen inevitablemente en tus canciones. Por supuesto que todo eso estuvo en [el álbum de Pulp] Different class (1995). Componer y grabar discos es lo más cercano que tengo a un diario de vida.

–Hace un rato te preguntaban por tu “gira promocional”. Pero al revisar tus encargos del último par de años, pareciera ser que a lo que menos te has dedicado es, precisamente, a tu promoción solista.
–Pero eso ha sido algo intencional. Los últimos años con Pulp se volvieron un poco rutinarios y hoy intento saltarme la dinámica convencional de disco-entrevistas-gira-disco. Me gusta la producción, me gusta aprenderme canciones de otros músicos, me gusta improvisar y quién sabe qué me guste en dos años más. Por supuesto que no he dejado de componer, pero si fueras a mi casa verías que no vivo precisamente la vida de alguien preocupado de su ascenso o nada parecido. Digamos que vengo saliendo de algo parecido a un retiro, a una revisión de mis motivaciones, a la confirmación de qué es lo que me tiene en esto, ¿sabes? Que no sé hacer otra cosa que música ya es algo así como una conclusión definitiva, y al menos es algo. Los cauces que siga ese “talento”, si así quieres llamarlo, creo que son más diversos y amplios de lo que suelen interpretarlos quienes están preocupados de una carrera pop guiada por la fama, la celebridad o qué sé yo.

–Lo que dices me recuerda tu dueto reciente con Beth Ditto, de The Gossip. Ahí hay otra figura musical poco ortodoxa, ¿no? Intuyo que te atrae esa provocación o al menos esa salida del arquetipo de lo que debe ser una estrella pop.

–Ella me gusta mucho. Si nos viste cantar juntos, era algo así como los dos extremos: ella muy ancha, y yo en los huesos. Ella expresiva y provocadora, y yo medio contenido. A estas alturas, esa concepción del pop me entretiene mucho más que lo que nos enseñaron sobre las boy-bands de bíceps definidos y poleras sin mangas. Quiero demasiado al pop como para perder el tiempo en clichés. Además, con polera sin mangas yo me vería horrible, ¿no crees?