Este 19 de mayo Grace Jones cumple 70 años. Jorge Acevedo tiene una (o dos) cosas que decir al respecto.

La historia es repetida, pero es tan linda e ilustrativa que bien debiese de adornar textos escolares chilenos, con foto incluida. Eran principios de la década de los 80s y se hablaba (se susurraba, más bien, que mejor no nos escuchen) de apagón cultural, ya que imperaba una oscuridad casi absoluta, iluminada tristemente con las velitas desfallecientes de los medios oficiales. Y como la geografía mandaba por aquella época, estar efectivamente en el confín del mundo no colaboraba para saber qué pasaba en el resto del orbe. Justo en ese momento, porque el dólar estaba bajo y la atención del productor de turno también, es que se apareció la diva del under neoyorquino de la época por Chile. Y se comió una planta. Fin de la historia.

Era Vamos a ver el programa en cuestión, corría el año 1981 y el mundo ni se enteraba del choque de universos que ocurría en plena televisión chilena. En un rincón, modelo jamaiquina, musa del afamado fotógrafo Jean Paul Goude y estrella en ascenso, que combinaba cierto éxito en ventas con constantes alusiones a lo más interesante del glam y del post punk. En el otro Raúl Matas, clásico conductor de televisión chileno, que si usted no sabe quién es, tome la referencia anterior sobre Grace Jones y piense en su completo reverso. Un señor que, enfrentado a la primera extraterrestre que pisaba suelo nacional, reaccionó con aplomo y entereza, mientras cuidaba el resto de la utilería frente al hambre de la invitada. “Eso es lo que quería lograr, Grace Jones”, habría dicho un no-lector de esta página.

Aclaremos, Grace no se comió ninguna planta ni tampoco al señor que, con cara de espanto, la miraba desde la mesa donde ella se acercaba con movimientos felinos. Más bien lo que hizo fue (en una versión tranquila, que tampoco había que gastarse mucho para impresionar por acá en aquellos años) su trabajo habitual: molestar un poco, burlarse de algunas expectativas y jugar con más de un deseo oculto. Algo así como lo que hacía en aquella época con discos que mezclaban el pulso reggae y dub con new wave y pop estilizado. Esa variedad que también se encontraba en los covers de la más diversa índole con los que se atrevía, ya fuesen ellos de Roxy Music, Edith Piaf, Iggy Pop, Astor Piazzola, Joy Division o The Normal.

Dice Simon Reynolds en Como un golpe de rayo, el libro sobre el glam y su legado histórico, que Grace Jones disputó alguna vez el cetro de ser la Bowie femenina en los 80s junto con Kate Bush y Madonna. Poco dado a la exageración, el crítico inglés apunta con la comparación a la capacidad de mutar, sorprender y estirar los límites de lo aceptable en las tres artistas señaladas. Quizás su pasado en el modelaje, su rol de salvaje chica Bond a mediados de los 80s o, qué sabe uno, alguna planta a medio comer en televisión; han oscurecido su importancia histórica, como nexo entre el mundo del arte de vanguardia, la música caribeñas y lo más granado del post punk.

Por ahí apunta el reciente documental Bloodlight and Bami (Sophie Fiennes, 2017), estrenado en el último In-Edit, donde la ex “reina del hielo”, alguna vez documentada en unas muy famosas fotos antinaturales por Jean Paul Goude, muestra su intimidad hogareña y también el prestigio musical que aún conserva a sus recién cumplidos 70 años. Unos que la encuentran en actividad de conciertos y preguntándose cómo espantar a algunos buenos samaritanos hoy día en la noche.