Con tres décadas de trayectoria, el quinteto de Nueva York se presenta por primera vez en Chile el 29 de marzo. Una ocasión perfecta para revisar la carrera de una banda que abrió las puertas hacia nuevas perspectivas musicales y ha sabido mantener la búsqueda sin decaer a través de los años.

“Nosotros funcionamos en base a éxitos probados. Queremos que todo sea plano, sin estridencias”, me dice la directora de una radio FM. Trato de imaginar una vida plana, sin estridencias, y me da vértigo. ¿Equivale eso a alguien que nunca ha sufrido una pérdida, que nunca ha sentido un orgasmo o llorado en su existencia? Qué miedo. Peor aún, imagino a una persona que nunca ha intentado nada nuevo, en un camino sin riesgos.

En la otra orilla, cruzando el puente, sentado en el pasto, un tema de Cat Power suena a través de los audífonos. Tranquilo, pero descarnado e intenso, para dejar mudo a cualquiera. “Me importa lo que piense la comunidad / tienes tanta belleza”. Steve Shelley ayudó a hacer ese disco de Chan Marshall, seguro de haber encontrado una estrella brillante. El baterista de Sonic Youth funciona, además, como un verdadero busca-talentos, el que, lejos del rock, se refugia en cantautores de excepción, los que publica en su sello Smells Like Records.

Mark Eitzel, Lou Barlow, Pavement, Helium, entre otros, se vieron en su momento beneficiados por el apoyo de Sonic Youth. La banda de Kim Gordon (bajo, guitarra, voz), Thurston Moore (guitarra, voz), Lee Ranaldo (g., v.), Steve Shelley (batería) y el reciente Mark Ibold (de Pavement, en bajo) supo mantener desde sus inicios un camino arriesgado que marcó una pauta a seguir para varias generaciones de músicos.

Provenientes de las escuelas de arte de la zona de Nueva York, los miembros de Sonic Youth abordan sus temas con una perspectiva contemporánea que incluye el uso del ruido y el trance para generar estados hipnóticos. En canciones como “Anagrama” y “The Diamond Sea”, el sonido de guitarras afinadas en tonalidades especiales e intervenidas por efectos y objetos (como una baqueta) se vuelve plástico, una textura. En otras, como “Unwind”, las notas parecen levitar, despegándose del suelo gracias a delays, amplificadores a tubos y armónicos, para luego encenderse con una sorpresiva distorsión. El resultado es surrealista y sobrecogedor. Tom Verlaine se refería a esta clase de estados como un rafting auditivo, a través de remolinos y torbellinos, y disfrutar el recorrido.

Sonic Youth – “Mote” (1990)

Cisnes y flores en medio del concreto

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Los inicios de Sonic Youth se encuentran en la agitada y contestataria No wave de Nueva York. Una actitud punk de subvertir lo establecido se gesta en distintos artistas que transformaron el ruido y la performance en una guerrilla arty y terrorista, a fines de la década de 1970 y comienzos de la siguiente.

The Swans, Lydia Lunch y Glenn Branca se internan en territorios desconocidos y perturbadores, con una búsqueda del subconsciente y de parámetros arquetípicos de la psique humana. El sexo, el erotismo, la violencia, la revuelta, la imagen y lo subliminal pasan a un primer plano en el que lo fuerte de la experiencia resulta determinante.

Moore, Gordon y Ranaldo se involucran en este movimiento con sus primeros discos y colaboraciones (Thurston tocaba con Branca). “Shaking Hell” de Confusion is Sex (1983, Neutral) refleja este ánimo, con una mirada descarnada sobre la sexualidad (“Sacude tu carne”, grita Kim) y una instrumentación obsesiva que da escalofríos. Lo mismo “Death Valley 69”, de Bad Moon Rising (1985), que rememora al clan criminal Manson, con Lunch en unas voces lúbricas e inquietantes. Esta artista realizaba experimentos como documentar encuentros íntimos con desconocidos en un contexto preparado, además de sus discos e instalaciones.

“Apoyen el poder a las mujeres. Usen la palabra ‘joder’. Esa palabra es amor”, canta Kim Gordon en “Flower”. La saturación social se convierte en otro de los tópicos de Sonic Youth, como lo evidencia “Society is a Hole” (“La sociedad es un agujero”). La influencia del escritor Philip K Dick comienza a hacerse palpable en E.V.O.L, de 1986, el que abre un nuevo camino, más cercano a un pop distorsionado y nebuloso. El espíritu de una ciencia ficción basada en la postmodernidad y lo concreto (canalizada en obras como “Sueñan los androides con ovejas eléctricas” y “Valis” de K Dick) baña el universo compositivo de SY.

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En este mundo, existe una voluntad del ensueño (daydream, en inglés), del soñar despierto. Ello evoca un cierto despertar pero, a la vez, la experiencia palpable. Ello en medio de lo urbano, de carreteras, postes de luz y edificios…cómo metabolizar la alienación, en cierta medida. Sister (1987, SST) y Daydream Nation (1988, SST) se encuentran marcados a fuego por esta temática: cómo seguir soñando bajo un gobierno como el de Ronald Reagan.

Este surrealismo a partir de lo visible permanece presente en álbumes posteriores, en particular A Thousand Leaves (1998, DGC) y NYC Ghosts and Flowers (2000, Geffen). Estos retoman la energía de la mejor época de Sonic Youth, la que se había visto pospuesta bajo las presiones comerciales de la David Geffen Company en los que llegarían a ser algunos de sus discos más populares: Goo (1990) y Dirty (1992), más cercanos al rock.

Ello en medio de la avalancha provocada por Nevermind de Nirvana, banda a la que SY promovió y que fichó también para Geffen. De inmediato la industria comercial empezó a buscar bandas para transformarlas en la nueva sensación. Ya con Experimental Jet Set, Trash and No Star (1994), Sonic Youth busca sacarse de encima el fenómeno con un ataque frontal de temas cortos y dislocados, a años luz del sonido grunge, el cual desprecian.

Sonic Youth – “The diamond sea” (1995)

Paz extática

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El sosiego consigo mismos para SY llega junto a Washing Machine (1995), un coloso que exhibe nuevamente un sonido intenso y salvaje, gracias a una grabación lo fi como las que añoraba un grupo obligado a grandes estudios y moldearse a lo que ‘se pueda vender’. Conocidas son sus riñas con el productor Butch Vig (Garbage, Smashing Pumpkins) y su intento de domesticación de la banda.

Con una nueva generación de músicos más atrevidos, como Pavement y Sebadoh, Sonic Youth vuelve a las raíces gracias a quienes ellos mismos inspiraron y graba en ocho pistas sus nuevas aventuras sonoras. Estas se apoyan en un arsenal de instrumentos y pedales de efectos (muchas piezas de colección y rarezas), los que llenan un camión entero. Dicho tráiler sería eventualmente robado a fines de los noventa, con la consecuente conmoción de Ranaldo y Moore.

Sonic Youth – “Sunday” (1998)

Con Washing Machine, y luego A Thousand Leaves, SY despliega un rumbo abstracto y experimental, que se acerca por momentos a la libertad del jazz. Por la época, el conjunto se relaciona, de hecho, con artistas como William Winant, un baterista maestro en el arte de la improvisación ‘free’, y con el músico avantgarde Jim O’Rourke, miembro de Gastr del sol, productor de Stereolab y Smog, y agitador noise a través del sello Skin Graft. Tras un disco colaborativo (SYR#3: Invito al cielo), O’Rourke pasa a producir y tocar en Sonic Youth.

El genio de Chicago se traslada a Nueva York, donde trabaja día y noche junto a la banda en discos como NYC Ghosts & Flowers, Murray Street y Sonic Nurse. Ubicado en la zona 0, O’Rourke –noctámbulo reconocido-se despertó en el estudio en medio de una nube de polvo tras el ataque a las Torres Gemelas. La década del 2000 trae la consagración para SY, con un público sólido y fiel, más uno mucho más joven que es el que llena clubes para ver a TV on the Radio o Yeah Yeah Yeahs. Hype y sofisticación se unen para la juventud sónica, quienes se mantienen vigentes y a la punta del movimiento indie tras décadas en el camino.

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Una curiosidad divertida es la compilación de ‘grandes éxitos’ que editó el Starbucks Café hace un tiempo atrás, llamada Hits are for Squares, con una selección a cargo de distintos artistas y personajes de la industria, como Radiohead, Beck o Flea. A pesar de ello, Sonic Youth no logra cuadrar con Geffen, y a menudo se sienten frustrados ante la respuesta de una cierta audiencia snob. Los llaman los ‘Fauxhemians’ y se refieren a ‘falsos bohemios’, o jóvenes que gracias a su privilegiada posición social buscan revivir el espíritu de los beatnicks (Burroughs y Ginsberg) en el Soho y el East Village, algo que ahora cuesta una fortuna, al revés de estos próceres que crearon sumidos en la pobreza.

Rather Ripped (2006) es el último álbum de SY para la multinacional, tras lo que han vuelto al mundo independiente (ellos formaron parte del legendario sello SST que reunía a Black Flag, Husker Du, Minutemen y Dinosaur Jr). Ahora, el fichaje ha sido para Matador, y el nuevo disco, The Eternal, será publicado el 9 de mayo. Mark Ibold de los disueltos Pavement es el nuevo bajista de la banda (viene con ellos para el show del Arena Movistar y toca en The Eternal), tras la partida de Jim O’Rourke. “Estaba cansado, y sentía que no había cumplido sus expectativas en Sonic Youth. Ahora vive en Japón y quiere ser cineasta”, confiaba junto a una copa de vino su amigo Bill Callahan el año pasado en Santiago.

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El resto de la banda sigue adelante, motivados. La oxigenación en diversos proyectos personales ha sido calve para ello. Thurston dirigía un fanzine para luego armar su sello de noise y avant llamado Ecstatic Peace, además de improvisar en vivo con otros músicos y de sacar trabajos solistas como su reciente Trees outside the academy. Steve Shelley tiene Smells Like, donde edita a artistas de folk y punk como Two Dollar Guitar, Sentridoh, Christina Rosenvinge y Blonde Redhead, y es un amante de la poesía (un reconocido fan de Pablo Neruda).

Kim Gordon diseña ropa de alta costura y Lee Ranaldo es también poeta, escritor e instalador, además de un viajero que ha ido hasta Tánger en la huella de Burroughs, a conocer a los misteriosos músicos tribales conocidos como los Yayoukas, buscando nuevos timbres y ritmos. Ligados desde sus inicios al mundo del arte contemporáneo, este año se abrió una muestra itinerante de trabajos gráficos relacionados a Sonic Youth, que recorre París, Nueva York y distintas galerías y museos en Estados Unidos y Europa.

Sonic Youth – “Bull in the heather” (Letterman live, 1994)

Discografía recomendada

E.V.O.L. (1986, SST)

Este es uno de los discos más enigmáticos de Sonic Youth, donde el grupo canaliza la energía caótica de sus inicios en un estado más depurado, sin perder la intensidad del ataque. Los largos trances catárticos se convierten en canciones misteriosas y descarnadas acerca de la sexualidad (“Starpower”), el starsystem y la cultura pop (“Madonna, Sean and Me”), la adolescencia (“Tom Violence”), el agitado mundo interno, la imagen y el deseo (“Secret Girl”, “Shadow of a Doubt”).

Con un lenguaje misterioso, que apela a los sentidos y el transcurrir síquico, E.V.O.L. se sustenta en melodías hipnóticas que muchas veces acompañan las letras a modo de una banda sonora que genera una intencionalidad propicia. La desorientación es un elemento esencial para lograr sonidos que impacten de manera sicológica al auditor, a través de un viaje, de un rafting sonoro.

E.V.O.L. es el primer disco de Sonic Youth junto a su actual baterista Steve Shelley, y condensa lo mejor de la carrera de la banda hasta entonces, planteándose de manera cómoda en territorios inexplorados, sin temor a extraviarse (“La vida acaba de empezar”, cantan en “Bubblegum”).

Daydream Nation (1988, SST)

Aparecido durante el fin de la era Reagan, Daydream Nation cimenta el paso de Sonic Youth de los círculos arty y underground hacia una exposición mucho mayor. Una buena síntesis de sus experimentaciones durante su primera década de existencia, este álbum posee un estilo sofisticado y espacioso. La banda condensa sus temáticas favoritas en un disco concepto acerca de cómo soñar despierto en una época para nada generosa. La realidad misma, metabolizada y reconstruida, es el punto de partida para aquello, a través de una postura que involucra lo político, el erotismo, la duda, los procesos y conflictos sicológicos, y la pérdida de sí mismo.

Este manifiesto post modernista va aún más allá en la lógica de Philip K Dick y su deconstrucción de lo actual en nuevas formas, algo iniciado en Sister de 1987. Adornado por el recogimiento y la fragilidad de dos cuadros del pintor contemporáneo alemán Gerhard Richter, Daydream Nation se plantea desde ya como una obra maestra. Aquí yace un trabajo que había venido incubándose durante años de ensayos y errores hasta llegar a una alquimia precisa.

Washing Machine (1995, DGC)

Tras la firma con Geffen en 1989, Sonic Youth se había visto envuelto en un sonido más rock con discos como Dirty (1992) en parte debido a una producción y mezcla impuestas por la compañía. El grupo siente que pierde en parte la dirección de sus álbumes, por lo que decide volver a las raíces con Washing Machine, un largo grabado en 8 pistas –un insulto a la alta fidelidad de las mesas de 32 canales de los grandes estudios- que se basa en improvisaciones y en el dejarse llevar, como lo evidencia el titánico “The Diamond Sea”, que se expande en casi 20 minutos de abstracciones sónicas.

Washing Machine es un interesante collage de impresiones acústicas que no decae en ningún momento, desde “Becuz” hasta el final, pasando por los sorprendentes y conmovedores “Unwind”, “Little Trouble Girl” y “Skip Tracer”. En esta línea, y aún más exploratorio, A thousand leaves (1998, DGC), el álbum siguiente, es otro coloso a tener en cuenta, ya que es un digno sucesor de este clásico.

SYR #1: Anagrama (1997, Sonic Youth Records)

Cansados de las restricciones de marketing de la David Geffen Company, las que hasta entonces regían la extensión y riesgo de los temas, Sonic Youth lanza un sello para editar los vibrantes ensayos de su época post Washing Machine, los que por su sonoridad y tiempo quedan descartados para cualquier edición con su compañía oficial.

En este disco, reaparece una mayor voluntad de dejarse llevar por las ideas melódicas a lo largo de improvisaciones que restauran el uso primitivista del ritmo y una utilización más radical del ruido. Este se incorpora como textura, como un recurso plástico y auditivo, en particular en “Mieux: de corrosion”. El énfasis recae en este juego con los sonidos (armónicos o disonantes) y el trance, ya que los textos y voces están ausentes en esta edición.

Los coqueteos rock de Dirty y Goo mutan en una búsqueda más avantgarde, cercana a tendencias pictóricas como el expresionismo abstracto, a través del tratamiento libre de cada composición, en la forma en que lo hace el jazz. Se nota la influencia de Tortoise y Gastr del Sol, quienes con sus técnicas de dejar ir sus temas en narrativas instrumentales que incorporaban elementos del ambient y el minimalismo, marcaron una nueva pauta a seguir. “Anagrama”, que abre este mini álbum instrumental, es la canción que mejor refleja este estado de ánimo, en 9 minutos y medio de luz sónica y paz extática.

Sonic Nurse (2004, Geffen)

Tal vez uno de los discos más accesibles de Sonic Youth, la “enfermera sónica” combina experimentación y pop, lo que equivale más bien a disfrutar de un paseo sembrado de cálidas sorpresas y desconcertantes turbulencias. La sensación de escuchar los distintos timbres de los instrumentos impregna cada tema, el cual parece buscarse a sí mismo en nuevas vías de desarrollo y dejarse llevar en oleadas de torbellinos de acordes y distorsión.

Del mismo modo en que Joseph Beuys integra elementos como la miel (dulzura) o la corrosión (moho, óxido) en sus trabajos, Sonic Youth oscila entre pasajes conmovedores y otros más incisivos, en una montaña rusa emocional.

Sobresalen “Unmade Bed”, “The Dripping Dream” y “Stones”, en un set que incluye, por última vez, a Jim O’Rourke como productor y parte de la banda (bajo, loops, samples). El ex Gastr del Sol ayuda a cuadrar al grupo y resaltar lo que hizo su fama en sus discos clásicos de la mitad de los’80. Más arriesgado y con una mayor riqueza compositiva que Rather Ripped, el elepé siguiente, Sonic Nurse combina lo mejor de los logros de Washing Machine y E.V.O.L.

Lee Ranaldo ofrece, como siempre, uno de los mejores cortes del disco en “Paper Cup Exit”, mientras que Kim Gordon se agita en “KG and The Arthur Doyle Hand Cream”, y Thurston Moore cierra el álbum en majestad con “Peace attack”.