El 31 de agosto de 1987 se editó el segundo disco de The Jesus And Mary Chain, una placa que abrió un nuevo camino en la senda de la banda de East Kilbride. La excusa perfecta para recordarlo con esta reseña.

Cuando llegó el momento de crear la continuación de un debut tan deliciosamente devastador como Psychocandy (1985, Blanco y Negro), los hermanos Jim y William Reid tenían claro que no había ningún sentido en repetir lo que ya habían hecho. Hartos de parte de la prensa insistiera en pensar en ellos como los nuevos Sex Pistols, y para desgracia de quienes esperaban una continuación del disco anterior, decidieron tomar el camino contrario: Darklands (1987, Blanco y Negro) apostó por canciones más desnudas y melódicas, construidas sobre la base de una batería programable para suplir la ausencia de Bobby Gillespie, quien se había marchado para buscarse la vida al frente de Primal Scream.

En su momento, este disco desató pasiones furiosas, sin puntos intermedios, pero el tiempo -una vez más- supo dejar las cosas en su lugar. Escuchando atentamente, lo primero que queda en evidencia es que bajo las enormes capas de ruido y distorsión cáustica siempre hubo canciones en donde podían convivir sin problemas el pop perfecto de los 60s y The Beach Boys junto al rock de The Velvet Underground, The Stooges o Suicide. Con William Reid tomando el papel de vocalista en canciones como la inicial “Darklands”, “On The Wall” o “Nine Million Rainy Days”, una oscura belleza cargada de introspección convive sin problemas con el lado más luminoso de la banda, que produjo singles brillantes como “April Skies” o “Happy When It Rains”, composiciones que sirvieron de guía para los grupos indies de finales de los ochenta y principios de los noventa.

El conjunto en total es una placa con un peso específico propio respecto a su antecesor, y que pese al radical cambio sonoro entre uno y otro, no fue opacado por el arrollador debut de 1985. Darklands es una placa que se escucha sin problemas de punta a cabo, sin puntos bajos y con una revelación que se transmite en cada uno de sus acordes: Debajo del cuero, los anteojos de sol y el pelo escarmenado, latían un par de corazones negros que adoraban el pop. Y nos encanta.