Un día como hoy hace 25 años fue lanzado Dummy, debut de la banda británica Portishead, pieza fundamental del llamado trip-hop.

Dummy, disco debut del trío británico Portishead, fue publicado el 22 de agosto de 1994 por Go! Beat Records. Muchas crónicas han dado cuenta de este gran álbum, especialmente en lo que concierne a su vinculación ineludible con el trip-hop, ese familiar acomodado y existencial del hip-hop, que alguna vez tuvo su momento de gloria. El trabajo de 11 canciones fue uno de los títulos que impactó profundamente en buena parte de una generación, que al dejar entre paréntesis el elemento rap, se dejó seducir por unos beats que parecían sacados de alguna banda sonora imposible, junto a trazos orgánicos y voces que en vez de proponer un discurso, planteaban dudas y creaban atmósferas.

Beth Gibbons, la chica de la voz hermosa y lastimera, Geoff Barrow, un fanático declarado del rap old school y Adrian Utley, cuya guitarra es sin duda más que un elemento adicional, pusieron al servicio del pop su versión mutante y afectada de la música electrónica. Dummy, obra maestra del grupo -quizá igualada solo por ellos mismos y su secuela homónima lanzada tres años más tarde, cuando los sucedáneos e imitadores colapsaban la fórmula del trip-hop-, es un álbum que curiosamente permanece tan impávido y solemne como sus canciones, que a menudo nos hablan de tiempos amargos, amores no correspondidos y aislamiento urbano.

¿Qué hay en Dummy que todavía nos atrae? En cuanto a la textura de sus beats, el propio Geoff Barrow ha indicado que seguía los patrones característicos de la producción hip-hop: la búsqueda de una muestra o sample, idealmente de una fuente análoga, el resultado era replicado en casete o vinilo, para luego lograr un loop que se pudiera ejecutar vía tornamesa. Temas del disco como “Sour times”, “Wandering stars”, “It could be sweet” o “Roads”, todas delicadas piezas que juegan a la balada en clave electrónica, presentan una forma de producción en apariencia sencilla, pero cuyo resultado puede ser arrollador y dramático.

Un buen ejemplo de este método es el tema “Biscuit”, un track portisheano por excelencia, donde las voces de Beth (“I’m lost, exposed/ Stranger things will come your way”, parte diciendo, como si declamara) se mezclan con los beats, loops logrados a partir de baterías previamente grabadas por el baterista Clive Deamer, el piano Rhodes de Barrow y los scratches finales, una cita al crooner de los años 50 Johnnie Ray, quien repite una y otra vez “I’ll never fall in love again”. Como un fantasma. Es el proemio perfecto para la final “Glory box”, tercer y emblemático single del disco, que usando la misma técnica le roba el alma a “Ike’s rap II” de Isaac Hayes.

Con su debut, Portishead se convirtió en uno de los estandartes del llamado sonido Bristol, esa electrónica de profunda convicción urbana que abraza la introversión (de eso se trataba el trip-hop), y que encontró en nombres como Massive Attack (Blue lines de 1991 es insuperable) y Tricky (Maxynquaye de 1995 aún ruge) a algunos de sus más destacados exponentes. Si ampliamos aún más el rango de esta serie de artistas, hay ecos de esta ética y forma de sentir en algunos trabajos de Jay Jay Johanson, Everything But The Girl, Alpha, Goldfrapp y más.

Dummy fue una delicia para los que buscaban una “banda” de culto. Al ser, digamos, una banda no convencional (al comienzo ni siquiera planeaban tocar en vivo), Portishead encarnaron los delirios y frustraciones de un público que al mismo tiempo admiraba lo cool del sonido vintage y las entonces variadas posibilidades del inminente downtempo, ese pastiche que podía remitir a la electrónica, pop y jazz. Barrow sabía que habían creado un monstruo probablemente más grande que ellos, pero con esfuerzo y tiempo lo supo dominar. Fan del hip-hop y la electrónica, retraído y con problemas de ansiedad, siempre quiso hacer canciones lo más alejado posible del club. Dummy fue su salvación. Con los años, encontraría en proyectos personales como BEAK el modo de seguir con sus inquietudes.

Beth Gibbons, por su parte, la chica tímida y sincera que evade la exposición mediática pero que en sus canciones no se guarda nada, con su propia leyenda aportó a Portishead una mística especial, una belleza con envoltorio de nostalgia que tras Dummy y su algo tardía secuela Portishead (1997) se mantuvo en pausa por más de una década, para volver a sorprendernos con Third (2008), un arrebato experimental que es hasta el momento la última entrega de los de Bristol. Fuera de Portishead, a Beth la hemos podido seguir en proyectos como Out of season (2002), junto a Rustin Man, y este año con su álbum en compañía de la Orquesta Sinfónica de la Radio Nacional de Polonia.

Aunque antiguo, Dummy es puro presente y ha logrado escapar de su propia caricatura, pese a tantos intentos fallidos por derribar su mito de estrellas errantes: “The blackness, the darkness, forever”, tal como repiten en “Wandering stars”. Da la impresión que su contenido musical y emocional está más vigente de lo que quisiéramos.