Este jueves comienza el festival In-Edit Nescafé que este año cumple una década. De las 70 películas que se exhibirán, entre clásicos y estrenos, seleccionamos nuestras favoritas y  Big Star: Nothing can hurt me (EE.UU, 2012) es una de ellas

El que pensaba que las historias de caída y redención sólo llevaban chaquetas de cuero en la espalda y cuernos en la mano, bien podría darse una vuelta por el In-Edit Nescafé cuando aparezca en pantalla el bueno de Alex Chilton. Un extraordinario compositor con todo para triunfar, excepto el timing. Y el look. Y los contactos. Y el apoyo de la Industria. Al final, sólo armado de unas canciones formidables, pero que de tan cotidianas bien merecieron la desidia a principios de los 70s. Una época demasiado  maníaca para escuchar con tranquilidad eso de Won’t you let me walk you home from school / Won’t you let me meet you at the pool / Maybe Friday I can/ Get tickets for the dance / And I’ll take you.

Pero si sólo hablamos de Chilton nos quedamos en la mitad de la fatalidad. Mal que mal, ese chico listo fue la voz de los exitosos Box Tops cuando aún no podía comprar alcohol por su cuenta. Y luego de un par de décadas de sabotaje vital y musical pudo dedicarse a cobrar en vivo los réditos que bien merecía de su tropa de usurpadores-fans indies. Lo que falta para entender la historia de Big Star en su complejidad es la figura trágica de Chris Bell, mitad compositiva de Chilton y prófugo temprano tras la ausencia total de éxito. En él se detiene buena parte de Nothing can hurt me para abordar el trayecto sin rumbo por una carrera solista que nunca despegó (con el clásico “I am the Cosmos” como inesperado testamento), de constantes dificultades económicas y de estabilidad emocional, y que tendría el triste final en 1978 en un accidente automovilístico.

Curiosamente son los protagonistas principales de la cinta los que no tienen presencia directa en los relatos. Además de la lógica ausencia de Bell, Chilton (quien moriría en 2010) no quiso participar del documental. Sí, por el contrario, aparecen los nada de secundarios Jody Stephens (batería eterno) y Andy Hummel (bajista de la primera formación). También los orgullosos reemplazantes (Jon Auer y Ken Stringfellow de The Posies), fans agradecidos de por vida (Mike Mills de R.E.M; Steven Drozd de Flaming Lips), los hermanos aun destrozados de Bell y todas las voces necesarias para recordar la importancia de Big Star. El trabajo de Drew DeNicola ordena el relato definitivo que desde los 90s han desarrollado buena parte de las bandas y revistas que nos gustan: la música de Big Star fue realmente grande. Tanto como para, incluso, sobreponerse a quienes la crearon.