Se dice que un buen día el cantante de soul Bill Withers hizo una pausa. Tras saborear repentinamente el éxito y la fama, quiso vivir otra vida de manera algo anticipada: la vida del retirado, de la leyenda. Nació pobre, rodeado de mineros en West Virginia, sirvió en la marina y no fue dueño de un carisma desbordante como varios de sus hermanos del soul, funk o R&B.

Withers fue un hombre solitario que hizo grandes canciones. Canciones simples y evocadoras como su eterna “Ain’t no sunshine”, parte de su debut Just as I am, publicado en 1971, que lo puso en el radar de manera inexorable. Sin embargo, en 1985 el cantante abandonó los escenarios y los estudios de grabación y no volvió a mirar hacia atrás, salvo para administrar muy bien un legado que nos volvió a encontrar de golpe el 30 de marzo, día que supimos de su muerte debido a complicaciones cardíacas. Tenía 81 años y residía en Los Angeles.

Un hombre que se esconde tras su guitarra. De esa forma se definió alguna vez el artista, explicando su falta de entusiasmo hacia las luces, con escaso arrojo para aceptar las rutinas de una estrella de la música. Bill decidió retirarse quizá porque eso anunciaron sus canciones, carentes de grandilocuencias o narcisismo. Una cosa poco común, al igual que su impronta en el universo del soul o R&B. Withers en su ejercicio podía confundirse con un artista del folk, como una especie de cantautor que logró exhibir dotes inéditas, con la capacidad de poner en circulación verdaderos himnos inspirados en la gente común y sus miniaturas cotidianas.

Cuando ya superaba la barrera de los treinta, el de West Virginia dio un giro a su vida como instalador mecánico para probar con la música. Sin mayores aspavientos se dio a la tarea de comentar sus días a través de las canciones. Sus temas eran naturalmente familiares y nostálgicos, como deja de manifiesto en “Everybody’s talkin” o “Lean on me”.

Cómo olvidar sus palabras en “Grandma’s hands”, una maravillosa oda a su abuela, que se convirtió en una de sus más recordadas creaciones: “Las manos de la abuela, me daban golosinas, me recogían cada vez que me caía”.

Se comenta que nuestro Bill jamás se rindió ante las exigencias de la industria y resistió hasta donde pudo tratando de autogestionarse. Incluso en las grandes ligas y fichado por Columbia, no quiso ceder mucho terreno y algo decepcionado comenzó a desvincularse de todo tipo de compromiso discográfico. Algunos dicen que fue desconfiado, otros que fue previsor.

Sus mejores años, es decir su actividad a inicios de los setentas con los álbumes Just as I am (1971) y Still Bill (1972), son joyas que aún brillan, y dejan algo opacos a sus últimos trabajos, pese a que sus talentos en diversos momentos salieron a flote gracias a las versiones y sampleos de músicos del hip-hop. Kanye West, Kendrick Lamar, Dr. Dre, 2Pac y Madlib vía Lootpack, son solo algunos artistas que echaron mano al catálogo de Withers. Muchos de ellos lograron hits a partir de sus melodías. En 2015 ingresó en el Rock and Roll Hall of Fame, y en la ceremonia en vivo personalidades como John Legend o Stevie Wonder le rindieron tributo.

Questlove, hombre fuerte de los respetados The Roots, que recientemente dedicó un DJ set de cuatro horas a la memoria del músico, habría querido convencerlo para que volviera a grabar. Ni él ni nadie lo consiguió. Withers incluso habría dejado en suspenso una eventual colaboración con el mismísimo Stevie Wonder.

Lamentablemente, el retiro del cantante fue de verdad irrenunciable. Hoy, su cálida voz nos sirve como refugio y consuelo en medio del confinamiento.