Esta mañana falleció de un infarto en Santa Mónica (California), el cantautor mexicano Juan Gabriel. Acá una columna de nuestro Ricardo Martínez en memoria de quien realizó un gran aporte a generaciones de artistas que vivieron y vibraron con su música.

Hasta que te conocí

A mediados de 2008 participé en un concurso para realizar una asignatura universitaria nueva. Durante décadas había estado siguiendo con mucho detalle el desarrollo de la balada romántica latinoamericana (esa “música bonita” que sonaba en las radios AM) y sospechaba que facturar un curso sobre el tema podía ser de interés -y para mí, del máximo interés y entusiasmo-. Medio asustado hice el clic de envío a ese mail con el programa de la clase al Secretario de Estudios de la UDP: se llamaba “Clásicos AM” y cubría latamente la historia de la música romántica en nuestro continente.

Ese curso tenía como contenidos al tango, al bolero y a la música de la Nueva Ola, aparte de secciones especiales sobre la balada francesa, italiana, española y mexicana. Revisé decenas de papers y libros y de a poco me fui haciendo una imagen de la historia del género con mucho más detalle del que supuse en un principio. Realmente la balada parecía ser el estilo que hizo de Latinoamérica (y, siguiendo algo que una vez dijo Carlos Fuentes, también los latinos europeos como las mismas Francia, Italia y España) un continente con una identidad cultural, tal como se presentaba en un mapa que elaboré un par de años más tarde inspirado en el que aparecía en “School of Rock”.

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Había muchas líneas de fuerza que desembocaban en la Balada Latinoamericana de Camilo Sesto, Franco Simone, Roberto Carlos o incluso Francis Cabrel, pero por sobre todo tres: en primer lugar, el tango rioplatense del primer tercio del siglo XX, luego el bolero y finalmente la Nueva Ola. Fue cuando decayó la Nueva Ola (que en México se llamaba “los refritos”, porque hacían versiones refritas en español de clásicos del rock estadounidense) justo a mediados de los años sesenta (1965), que la propia balada inició el vuelo. Y fue por una serie de eventos afortunados: en 1965 Armando Manzanero documentó en la sociedad mexicana del derecho de autor su primer registro con esa categoría: balada; “Pobres Besos Míos”; en 1965 Los Beatles crearon “Yesterday”; 1965 fue el año del despegue definitivo de Raphael; 1965 fue el año en que Charles Aznavour, uno de los cantantes preferidos de la Quinta República, lanzó su primer elepé en español (“Canta en español”, Barclay/España, BMC 42.055). La Balada Romántica Latinoamericana tomó ideas de la balada francesa y de la italiana, pero más de la española, y conjugó en un solo estilo la idea del ensemble rockero con la voz triste del baladista que hiciera sus primeros exitazos con cosas como Yaco Monti o Los Ángeles Negros.

Y luego vinieron los setentas.

Y en los setentas el estilo se asentó en México como a fuego, siendo sus principales líderes José José y el hombre al que homenajea este texto: Juan Gabriel.

Gabriel logró como nadie antes o después crear un mix de estilos que reconocían las tradiciones rurales de la música mexicana (la ranchera del sur y el corrido del norte), la tradición más urbana del DF y las tendencias en el rock romántico, el mismo bolero y otras muchas experimentaciones a lo largo de largos 45 años de carrera (iniciada en 1971 con el disco “El alma joven”). De hecho, cuando me tocaba realizar la presentación sobre la música mexicana en ese curso “Clásicos AM” en ese ahora lejano 2008, recién caí en la cuenta de la grandeza y totalidad de Juanga. Juanga había sido la síntesis de todas aquellas líneas de fuerza, con canciones que eran un homenaje y reconocimiento a la Nueva Ola (“El Noa-Noa”), además de baladas inmarcesibles como “Lo pasado, pasado” de José José, entre decenas de otras.

A Juan Gabriel quizá no le había prestado la suficiente atención porque sus temas en realidad no sonaron tanto durante la infancia en la cocina comiendo pan con mantequilla y tomando leche con nata viendo las gotas de la lluvia correr por el vidrio que daba al patio. Es verdad que el mexicano se encontraba detrás de algunos textos maravillosos como “Así Fue” de Isabel Pantoja o “Amor Eterno” de Rocío Dúrcal. Pero no fue hasta 1991 que su figura se estrelló en mil pedazos de amor en el firmamento de la balada, cuando las Pandora realizaron el tema de karaoke por excelencia: “Popurrí” (“Debo hacerlo / Caray / Querida / Me nace del corazón”). Y entonces la fanaticada en Chile se precipitó como se precipitan los compuestos químicos. Juanga vino al Festival de Viña en tres ocasiones seguidas en los años 1996, 1997 y 1998 y luego volvería en 2002 y 2004, llevándose para la casa dos antorchas de plata, una antorcha de oro, una gaviota de plata y una gaviota de oro (le quedamos debiendo, eso sí, la Gaviota de Platino).

Antes, mucho antes de que la exocapital de Latinoamérica (como explica Fréderic Martel en “Cultura Mainstream”, 2010) se desplazara a los Estados Unidos, a Miami y en alguna medida a Nueva York, el centro neurálgico de la música del continente estaba en México. Eso debido a que fue justamente México donde genios como Agustín Lara inventaran que una canción debía ser una “teleserie en tres minutos”, o que los sones de las canciones tradicionales volaran por las señales de radio onda corta con la inauguración de la emisora XEW en septiembre de 1930, o José Alfredo Jiménez o Consuelo Velázquez patearan el tablero de nuestras almas románticas con temas imborrables. A tanto había llegado la influencia mexicana en Sudamérica que hasta en Brasil se crearon estilos que seguían los patrones que los mexicanos habían construido (como la música sertaneja de gente como Leandro y Leonardo).

Y Juan Gabriel fue el pináculo de esas tendencias.

Con un ramillete enorme de canciones que no se pueden olvidar, construyó una identidad latina donde el amor desgarrado, la pena y el olvido jugaban un papel esencial:

“Yo estaba solo / vivía muy triste / creía que nunca iba a encontrar un amor / hasta que llegaste // Se fueron mis penas / y con tu cariño empecé / a olvidar el dolor (…) // Con tu amor / se fueron mis penas / y llegó la felicidad / gracias a ti / no siento tristezas / ni dolor / hoy soy muy feliz”

Vestido a menudo a la usanza de los mariachis de Ciudad de México en los miles de recitales que dio a lo largo del mundo, nunca Juan Gabriel olvidó sus orígenes musicales en esos géneros que le valieron a México el ser “lindo y querido” por todos sus hermanos de los demás países de más al sur. Él nos ayudó a amar y a sufrir y a pensar que todo es más bonito cuando la música está de por medio.