Claudio Salas presenta la segunda parte de su Informe desde Inglaterra, con sus comentarios sobre el show que Cass McCombs ofreció en Leeds el domingo pasado.

Desde las Catacombs

Antes de que Cass McCombs apareciera en escena, el pequeño pero fiel público que llegó al Brudenell Social Club de Leeds, un pequeño pub en pleno barrio de inmigrantes, estaba sentado en el suelo frente al lugar que sirvió de escenario, una especie de salón de eventos alfombrado. Esa fue la primera señal de que íbamos a presenciar un concierto íntimo y recatado, en la primera presentación de su gira europea, el frío domingo 4 de marzo de 2012 en UK.

21:00 horas. Puntualísimo en un país en que esto es ley (¡y se cumple!), lo primero que hizo al pararse en el escenario fue preguntar si podía apagar unas luces que colgaban del techo, y que eran la única iluminación disponible (¡?). Tiró la cuerda que servía de switch, se hizo la oscuridad, y de ahí en adelante nos sumergimos en las catacumbas del californiano.

Luego de arreglar sus propios instrumentos (ni hablar de roadies, McCombs no está y por lo visto no le interesa estar en esas ligas, al menos por ahora) y premunido de una banda que contaba con batería, bajo, clavinet hohner, guitarra eléctrica, y la electroacústica con la que comenzó, arrancó el show con “My master”, de A, su disco de 2003. Un hilo de voz hace pensar en una falla en el sonido. Pero no. Después de la mitad del primer tema afirma un poco el susurro que se oía al comienzo por los parlantes.

Agua mineral y se lanza con “Buried alive”, título que confirma el recital desde las profundidades que estamos presenciando. Al igual que en la primera canción, el phaser de su guitarra electroacústica todo lo cubre. Siguen “Robin egg blue”; “Prima Donna”; “My sister”, my spouse, en la que los backing vocals se unen al susurro casi inaudible de Cass.

A la sexta canción cambia a guitarra eléctrica, y se viene lo mejor de la noche. “Love thine enemy” entibia a la british concurrencia que se atreve con bailes y headbangers indies. A esta altura la gente aplaude, e incluso se atreve a zapatear. Pero Cass, impertérrito, sigue con su rutina, dándole indicaciones al baterista y guiándolo para el cierre de las canciones. McCombs demuestra un buen manejo de la guitarra eléctrica, produciendo un sonido que estalla a intervalos, contenido. Del mismo modo, la banda, bien ensayada, se inclina por las texturas suaves, en las que destaca la guitarra eléctrica que acompaña a McCombs.

“County line”, single del alabado Wit’s end, es largamente aplaudido, después de lo cual, con esa voz entre susurro y desgano, anuncia que la siguiente es la última de la noche. Lamentos provienen del grupo más entusiasta, pero Cass no los mira. Sonríe y se encoge de hombros. “Bobby, king of boys town” es la encargada del cierre, mientras presenta a la banda.

Cass McCombs confirma lo que se dice y escribe de él. No se da ínfulas de ningún tipo, privilegia su hoja de ruta hasta el final, no hace concesiones para la galucha, y no trata de ganarse al respetable con frases ingeniosas, o apelando a sentimentalismos de ningún tipo. Si te gusta, muy bien, si no, a otra cosa, parece ser lo suyo.

22:15 horas. “Have a good night”, dice, y se retira compartiendo sonrisas con el batero. Los más encendidos en una tranquila audiencia, gritan y animan al resto para conseguir el bis de rigor: “Shout people!”. Pero Cass a esa altura debe estar sumergiéndose en el frío de Leeds.