Fotos: Rodrigo Ferrari

A diferencia de la primera jornada, el segundo día del festival Lollapalooza Chile 2017 pareció encontrar su punto de equilibrio, con un lineup más ecléctico, apostando en un 100% por la transversalidad, pero no por ello olvidando la existencia propuestas masivas e interesantes. Esto se vio reflejado incluso en el cartel del Kidzapalooza, en el que propuestas lúdicas y experimentales – como El Barco Volador o la presentación de Mazapán junto a la performance para sordomudos de Never y Zellen – dieron más que hablar que muchos de los artistas del primer día.

En ese sentido, resulta curioso ver cómo propuestas derechamente nostálgicas (Duran Duran) y otras que rayan en la masividad más global (Martin Garrix o The Weeknd), pueden convivir en perfecta armonía, sin que existan descalificaciones de por medio, ni un fanatismo que parece opacar cualquier otra manifestación artística.

Reporte Día 2

Cuando un festival decide relegar a los artistas chilenos a uno de los escenarios más apartados y desconocidos del festival, pasan cosas como lo del domingo: que uno de los mejores shows nacionales que se vio durante esta versión de Lollapalooza Chile, pasé desapercibido. Sí, porque si algo merecía el estupendo show de Tus Amigos Nuevos, era un mayor número de personas viéndolos. Lo suyo, tal como lo habíamos anunciado en los días anteriores al festival, fue una fiesta de baile, euforia y mucho humor.

Mejor suerte corrió Alex Anwandter, que a pesar del imponente sol y las altas temperaturas que arreciaban sobre el Parque O’Higgins a esa hora, logró convocar a una gran cantidad de personas, que no solo corearon cada una de sus canciones sino que bailaron hasta no más dar. Sin embargo, los delirios mesiánicos de Anwandter, que sin mucho fundamento reclamaba porque lo invitaran más seguido al festival y llamaba a apoyar al artista chileno por sobre el artista nacional, empañaron la que fue una de las presentaciones más sólidas nacionales, equilibrando sus canciones actuales, con aquellas que lo hicieron famoso junto a Teleradio Donoso. ¿El público? Feliz y sonriente en cada segundo.

Ni Vance Joy ni Catfish & The Bottlemen (ambos a la misma hora), lograron convencer del todo. Si el primero era un mal remedo de Jack Johnson, los segundos se quedaron a medio camino entre Kings of Leon y el ala más rockera del britpop. Lo extraño es cómo ambas propuestas, que no parecen cuajar por ningún lado en términos musicales, parecen tener una base de fans tan grandes: mientras el australiano convocó a un gran número de adolescentes, que incluso corearon su cover de “You can call me Al” de Paul Simon; los galeses tenían fanáticos que no solo sabían sus canciones, sino que gritaban “Olé, olé, olé, Catfish-Catfish”. Incomprensible, por decir lo menos.

tenía todo lo necesario para hacer suya la tarde de Lollapalooza: hits radiales (“Last song” o “Kamikaze”), actitud, baile y una amplia asistencia. Sin embargo, sobre el escenario parecía algo cansada y muchas de sus canciones perdieron fuerza en la interpretación. Ni siquiera en el cierre, con ese imponente hit mundial que es “Lean on”, el público llegó a perder totalmente la compostura. Como dice el dicho, parece que perro que ladra, no muerde.

Duran Duran fueron los grandes triunfadores del festival. Aunque muchos miraron su presencia en el cartel con suspicacia y algo de burla, el show de los ingleses fue el punto de equilibrio entre el cliché ochentero, la nostalgia y mucho sentido del espectáculo. Al contrario de The 1975, la banda del festival que quizás más tenía que ver con ellos, la suya fue una presentación sólida. De hecho, no se guardaron ningún hit bajo la manga – dándose maña para homenajear al difunto David Bowie – y tanto Simon LeBon como sus imponentes coristas, mostraron una impecable calidad vocal. Si algo podría reclamársela a la banda es que, en sus momentos más rockeros, parecían alejarse de su característico sonido para acercarse, peligrosamente, a Poison. Pero poco y nada le importó al público que, fascinados, bailaron y corearon canciones como “Come undone”, “Rio” o “Hungry like a wolf”.

La gran sorpresa del día vino de parte de Melanie Martínez. Aunque se dio a conocer a través del programa de talentos The Voice, Martínez se ha dado cuenta que su propuesta no tiene que ceder en lo artístico para ser masiva. Si su armazón sonoro parece recoger con delicadeza momentos del dubstep más oscuro, sin por ello perder el foco pop; sus letras (sobre inseguridades físicas, bullying y amores no correspondidos) parecen hacer eco en los miles de adolescentes que se acercaron a escucharla. Sorprende ver cómo una propuesta tan áspera y difícil, cuela tan bien entre los millenium kids. Y emociona saber que hoy, cuando cada vez más músicos apuestan por sonidos fáciles e inmediatos, artistas como Martínez abren nuevas vías para el desarrollo de la música comercial. Lo decimos nuevamente: la gran sorpresa del festival.

El de The Weeknd parece haber sido el show más masivo del festival. Los diversos desmayos y ataques de pánico en los momentos previos a que empezara el show del canadiense, pareciera corroborarlo. Incluso, gran parte del público que hasta ese momento había decidido encerrarse en el Arena al ritmo de la EDM y el DJ de turno, decidió desplazarse hacia la explanada del Parque O’Higgins. No se equivocaron: el de The Weeknd era un show de categoría mundial, en donde el canadiense desplegó su interesante registro vocal (cada día más cercano a Michael Jackson) que dan fuerza a su oscuro r&b. Aunque cada vez suena más alejado de sus vaporosos inicios (tristemente), sus nuevas canciones (que parecen sonar en todas las radios del mundo) tienen una eufórica respuesta cada vez que suenan los primeros beats de ellas. La suya es una propuesta que lo tiene en derecho camino a convertirse en una estrella mundial algo que, aunque muchos lo lamentemos, pareciera ser el principal foco de The Weeknd hoy por hoy.

El año 2005, The Strokes vinieron a Chile en su mejor momento: con dos discos bajo el brazo, una banda que funcionaba como un engranaje y un Julian Casablancas en pleno estado de gloria, no cupo duda que el de ese año fue un show inolvidable, que marcó a muchas de las generaciones que hoy prefieren al rock por sobre los beats. Por lo mismo, su presentación en Lollapalooza dejó un gusto amargo entre quienes tuvimos la fortuna de asistir esa vez, principalmente, porque esta no es la misma banda que vimos en ese entonces. Aunque siguen siendo una gran banda con grandes canciones, con The Strokes – y especialmente, con Julian Casablancas – ha corrido mucha agua bajo el puente. Y eso se nota sobre el escenario: ni Albert Hammond Jr. ni Fab Moretti le dedicaron una mirada (o una palabra) al triste show que Julian Casablancas dio sobre el escenario: drogado, borracho o simplemente en otra frecuencia, lo único que se conserva del efervescente y poderoso Casablancas del 2005 es la voz.

Tras una partida en falso, en que no se escucharon las voces por más de 10 minutos, The Strokes parecieron perder fuerza en la primera media hora de su show. Solo después de ese momento, y tras varias canciones en que ni el bajo ni la batería se escuchaban bien, la banda agarró vuelo. De ahí, la seguiduilla de grandes canciones – en especial las que compusieron su imponente debut Is this it – fueron crema y nata para los asistentes, que nostálgicos, recogieron algo de lo que se vivió el año 2005. Mejor eso que nada.