Movistar Arena. Martes 10 diciembre 2013.

Foto por Marcelo Albornoz

La palabra monstruo deriva del latín monstrum, que remite a la acción de señalar algo con el dedo, de mostrar aquello que se escapa al orden natural. En ese sentido, puramente etimológico, Stevie Wonder es un monstruo. Un ser que está más allá, por encima de las reglas que rigen al resto de las personas, que escapa de alguna manera a lo normal, que es el imperio de la norma.

Todo lo que hace Stevie Wonder sobre un escenario, y probablemente también fuera de él, es música. Stevie (parece inevitable tratarlo por el primer nombre, dada la irresistible cercanía con la que permanentemente se dirigió al público del Movistar Arena) se sentó al frente de varios instrumentos a lo largo de la noche, y los dominaba de manera casual y espontánea, un experto que hace que su arte parezca lo más natural del mundo. Los pellizcos que le dio a una cítara eléctrica, por ejemplo, parecían brutos pero resonaban maestría. Como para demostrar que todo lo que hace Stevie está impregnado de una irresistible musicalidad, en algún momento, de su presentación, mientras conversaba, encantador como siempre, masticó una raíz de jengibre que crujió frente al micrófono. Y eso también fue música.

El repertorio, por supuesto, fue generoso en éxitos, expansivo, improvisado. Stevie rezumaba tanto entusiasmo como sus músicos, que bailaron y acataron las férreas órdenes que su líder impartía con movimientos de manos y cabeza. En varias ocasiones, Steve se desvió del repertorio que claramente tenía planeado, y esos cambios, sorprendentes también para los músicos, fueron motivo de amigables intercambios entre él y la banda… pero también, de evidentes frenazos a la primera de cambio que, con todo, eran asumidos por músicos y espectadores entre risas, como parte del espontáneo juego musical que ocurría bajo las luces

Más que detallas una a una las canciones de la extensa presentación de más de dos horas que pasaron como si fueran apenas minutos, lo que mejor resume el espíritu de la presentación de Stevie en el Movistar Arena fue la temprana versión que hizo de The way you make me feel, que Steve presentó sencillamente como “Let’s play some Michael” después de hacer un homenaje a Nelson Mandela. En su lectura, ese single de Bad adquirió un alma cálida y seductora que Stevie supo encontrar en el corazón de una canción que originalmente posee una sensualidad más bien dura, angular, agresiva. En manos de Stevie y los suyos, la canción pasaba a ser parte de un repertorio que celebra la vida y el amor sin dobleces, que es puro goce y alegría, y que remataron con un larguísimo jam contagioso, que fue una especie de preludio de la interminable versión de “Superstition” con la que cerraron la noche.