Patricio Jara
Alfaguara, 2016
212 páginas
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El rockismo contraataca

Las canciones antiguas tenían un momento en que cambiaban. Era casi siempre un segmento corto, de máximo ocho compases, en que parecía que estuviera sonando otro tema, y casi siempre ese segmento iba justo antes del desenlace. Los creadores de la canción pop moderna, los genios del Tin Pan Alley, lo llamaron el middle eight, porque en la estructura clásica de las piezas pop –antes de que en los 50 apareciera la forma de estrofa y estribillo– el middle eight iba en la B de la secuencia AABA de las composiciones, donde cada letra A y B correspondía a ocho compases. Formas B, middle eights, hay geniales por todos lados: es la entrada de la voz de McCartney en “A day in the life” que modifica por completo el tema que hasta ese momento era propiedad de Lennon; es la irrupción de la melodía más introspectiva que se inicia justo a los 2:57 de “Super trooper”, de ABBA, con los versos “So I’ll be there when you arrive / The sight of you will prove to me I’m still alive / And when you take me in your arms / And hold me tight / I know it’s gonna mean so much tonight”; es la guitarra eléctrica de “More than a feeling”, de Boston, que da paso a la cadencia más suave hacia los tres minutos del tema.

Con unos amigos hemos pensado siempre que el middle eight (que fue jubilado del pop contemporáneo por personajes como Max Martin) se puede encontrar, como en una analogía, en las películas (la cena a la que invita el personaje de Rob Scheider al de Richard Dreyfuss en Tiburón; la escena de la cocina en La invasión de los ladrones de cuerpos, de Philip Kaufman) o en los libros (en Chile, quizá el más clásico sea el episodio de “La herida” en Hijo de ladrón, de Manuel Rojas). Son momentos en que parece no pasar nada, en que transcurre un tiempo muerto, pero que resultan el corazón y el secreto de todas estas obras.

En Antipop, la novela de Patricio Jara, hay uno de estos “momentos middle eight”. Ocurre en la página 140. Se trata de un episodio particularmente breve en la tercera parte del libro:

Al final de la conversación, cuando poco a poco los silencios se hicieron más largos, le pregunté qué disco nuevo había escuchado y me respondió que nada, que ya no escuchaba música. O sea sí, escuchaba, pero nada muy brutal ni muy pesado ni muy rápido. En las conversaciones con sus papás durante la reconciliación se había dado cuenta de que sus problemas venían de la música, que la música la puso así.

“¿Cómo así?”, pregunté creyendo que era una broma.

“Así, contra ellos, peleando tanto”, me respondió. “Es la música, Claudio. No sé cómo a ti no te ha dañado. Esa música te pone contra todo”.

“El diablo es magnífico”, le dije.

“No es broma, oye”.

No podía creer lo que estaba escuchando. Es uno el que llega a la música. Eso es verdad. Y generalmente lo hace escapando o para convencerse de algo. Pero no hay más cuento. Es sólo eso, música: lo más importante de lo menos importante.

Por todo el mundo, en cada momento, miles o millones de jóvenes, hombres y mujeres “se ponen así”. Puede ser el casete pirateado de Silvio escuchado en la época de las protestas, o ese disco de Entombed que nos hizo comprarnos una polera, o la tipografía de las lyrics de The Wall. Momentos, instantes, en que la música deja de ser el decorado sordo de los días en la cocina y se convierte en parte de nuestras vidas, de nuestra identidad. No a todas las personas les sucede, pero a muchas personas les sucede. La música se convierte en algo a lo que hay que prestar más atención que los dos o tres minutos que dura el tema. Y entonces se toman cursos de guitarra, se compran guitarras a precio barato en La Casa Amarilla, se empiezan a coleccionar discos, se leen los libros que acompañan a los discos, se comienzan a trazar genealogías (que el baterista de tal banda parchó en tal canción; que el productor de tal grupo produjo, años más tarde, a este otro; que todas estas canciones suenan parecidas porque están interpretadas con una Rickenbacker 325). Y lo que era un pasatiempo, se convierte en una obsesión y casi en una profesión.

Y entonces emerge el “rockismo”.

Antipop es un libro “rockista”, esto es –siguiendo la definición original de Pete Wiley (1981)– considerar que el rock en su estado más puro es una estética, pero por sobre todo una ética; que hay algo que se llama autenticidad, que se llama lo true, que está por encima o por debajo de las modas, que hace que el rock sea moralmente superior al pop. A lo largo de las páginas del libro de Patricio Jara (todas marcables con destacador), el personaje principal, Claudio Eicke, descendiente de alemanes crecido en Antofagasta, conocedor profundo de la música desde la escucha de miles de discos y la producción en un estudio old school, desliza declaraciones sobre el deber ser del rock y de la música contemporánea. Eicke es de la vieja escuela, de aquellos que sienten y creen que hay que retornar a la raíces, que hay que volver a escuchar todo lo bueno que se hizo entre los 60 y los 90, que descree de todos los manierismos y pompas del pop actual. Pero que se ve enfrentado, básicamente por apreturas económicas, a grabarle un disco a El Vecino de Arriba. Este último, un baladista de “guitarra de palo”, que en sus últimos discos giró hacia el pop de discotecas, actúa como el antagonista del texto. Un personaje superficial, vano, que solo piensa en llegar a la audiencia sin tener claro mucho de lo que la música significa, sin grandes conocimientos melómanos, sin más meta que ser famoso.

En el contrapunto entre Eicke y El Vecino de Arriba, este último sale perdiendo. Jara se las arregla para crear un Eicke tridimensional, profundo, con una historia memorable, mientras que El Vecino de Arriba parece por momentos un hombre de paja, ese recurso argumental que consiste en hacer que el contradictor tenga los peores atributos y parezca más un estereotipo que una persona. O, como dice Steven Pinker en The blank slate, se demonice al rival para hacerlo parecer el enemigo.

¿Tiene razones la novela para seguir este curso?

Sí.

Patricio Jara en su labor de escritor y periodista ha documentado profusamente el rock chileno de las últimas décadas, sobre todo en su vertiente metalera. En Pájaros negros (2012), Pájaros negros 2 (2014) y Pentagram – La leyenda del underground sudamericano (2013), así como en su propia trayectoria audiófila y vital (como se desprende de la extensa sección media de Antipop) ha experimentado que “cuando has visto morir proyectos excelentes por falta de atención, cuando has sido testigo del momento en que músicos formidables caen derrotados tras años de batallar contra la invisibilidad y el desinterés, no puedes ser indiferente, no puedes olvidar y debes tomar partido” (página 15).

Jara logra que Eicke, que en las primeras páginas de Antipop parecía más bien desgradable, vaya profundizándose como personaje. Asistimos durante la lectura a un “doble click” sobre Claudio, que por muchos momentos conmueve y hasta enternece. Este libro es la historia de cómo nace y crece y madura un rockista. Pero, además, e incluso por sobre ello, es una mirada documentada y profesional de la escena pop actual. Si se me permite el paralelo, esta novela practica un curioso juego de espejos con la última de Alberto Fuguet, Sudor. Donde Fuguet retrata la escena literaria sin remordimientos, Jara retrata la escena musical. Y si me aventuro un poco, ambos libros marcan un punto de fuga para el introspeccionismo personalista en que parece un poco embotada la novelística nacional de estos últimos años. Acá hay todavía el retrato de las emociones y la sensibilidad de un personaje, pero también el fresco más completo de los cambios que ha vivido la cultura chilena, desde la nadería amateur de las décadas pasadas hasta la aparición de industrias (del libro, de la música). Solo por esto valdría la pena que mucha gente leyera Antipop, porque es una radiografía de la escena contemporánea.

Finalmente Antipop es una novela valiente, y no quiero decir “valiente” en exactamente el mismo sentido que suele usarse en los lanzamientos de libros, como palabras de buena crianza. Es valiente porque va a contramano. A contracorriente. Cuando el “poptimismo” parece haber triunfado y suenan voces de alerta por todos lados de que el rock ha muerto, Antipop contradice la doxa musical de nuestros días, señalando que todavía hay paño que cortar en los senderos más underground de la escena musical contemporánea.

Antipop está disponible en librería Nueva Altamira, ubicada en Las Urbinas 23, local 64, Galería Drugstore, Providencia y en su sitio web www.nuevaltamira.cl