Cuando Daniel Hidalgo presentó hace unas semanas en Valparaíso su libro Manual para robar en el supermercado, dijo que los 90 fueron lo peor. Yo nunca lo había pensado de esa manera, supongo porque uno tiende a idealizar el tiempo en que era joven y alocada, pero me bastó ver un video en Youtube de una presentación de Christianes el año 1995, en el programa “Al derecho y al dervés” de Jorge Rencoret, para sentir un escalofrío en la espalda. Ahí, en esa escenografía pobre, de colores pastel mortecinos, hay un conductor que parece una reliquia del Chile fiscal que le pregunta a Christian Arenas (guitarrista) y a Christian Heyne (bajista) si son músicos. “Porque estudiaron música”, repite paternalista y decepcionado ante la respuesta de Heyne: “soy periodista”. Luego dice un proverbio huaso antes de darles la pasada para tocar con playback. Peor es “Más Música”, con Angélica Castro, que lo primero que le pregunta a Evelyn Fuentes (vocalista) es cómo les ha ido en las ventas. Eran unos 90 terminales, precarios, de un entusiasmo ingenuo entre esas escenografías de cholguán y el canto del cisne de la industria musical local, con ese invento que fue el “Nuevo Rock Chileno” de EMI.

Mi amiga del colegio, Rosario, me grabó en casete el Ultrasol (EMI, 1995), primer y único disco de Christianes. Lo escuchábamos de manera obsesiva, militante, en una época en que no conocíamos los términos indie, shoegaze, dream pop, DIY, nada. Éramos auditoras tabula rasa, como esponjas, justo en la última vez que la industria musical chilena intentó potenciar músicos locales, como si Santiago fuera Liverpool en plena beatlemanía. Aún conservo mis cedés editados por EMI de Pánico (Pornostar, 1995) y Shogún (Disconegro, 1997), y todavía me sé las letras de esas canciones, como un recuerdo fantasma. Pero la historia dice que la apuesta por estas nuevas bandas se desinfló como un globo triste para la disquera, los músicos se cabrearon, llegó Internet y la industria se murió de pura flojera. Sólo con el reciente éxito de Gepe y Javiera Mena volvió a escucharse masivamente algo local, peculiar y definitivamente de autor en nuestras radios.

“Mírame sólo una vez” fue un tremendo éxito en 1995 y 1996. Omnipresente, con la voz de Evelyn Fuentes aguda y diáfana, sonaba tan raro en el dial como se le escucha hoy. Un hit improbable, recubierto de esa palabra que otorgaba legitimidad en aquella época: alternativo. Con sus influencias inglesas, sus pelos rojos, chaquetas glam y actitud displicente, Christianes era una banda tan aspiracional como el gobierno de Frei Ruiz-Tagle. Era un signo de que las cosas estaban cambiando para mejor, que lo que se escuchaba afuera también podía funcionar acá, porque al fin éramos dignos como país. Pero, a diferencia de grupos como Lucybell, algo en la banda de Heyne sonaba melancólicamente criollo, a pesar de las texturas a lo Cranes y la obvia comparación con Cocteau Twins. Hay algo triste, anhelante, que contiene en sí mismo el germen de su propia destrucción. Eso es lo que se plasma en el tremendo Ultrasol y quizá lo hace tan chileno: un triunfo moral, un disco de culto y la disolución del trío poco después.

La canción es básicamente el arreglo de cuerdas de la partida y esos “tururu” como acompañamiento. Se va armando en crescendo, fluida, con la voz de Evelyn clarísima en primer plano que canta “Mírame sólo una vez, sin despertar nunca más / Como un sueño sin final, yo estaré sin tu amor”. Hay algo muy triste, casi inverosímil, en una persona que pide que la miren nada más una vez para no morir, como una Campanita que espera un aplauso. Algo frágil, que está a punto de colapsar (“Ya no sé si seguir, ya no sé”) se contrapone perfecto al crecimiento metódico y rítmico de la canción.

Porque de pronto, en ese puente que viene acompañado de las voces de los Christianes, aparece algo tenaz en esta sutileza: “Espero que vengas por mi antes que salga el sol/ Y si el sol sale te esperaré hasta morir/ (o hasta que muera el sol)”. Evelyn, en una fijación solar digna de una egipcia, va a esperar hasta el fin de los tiempos. Paciente, quieta, sutil como una heroína pasiva que utiliza su fuerza de voluntad como herramienta. Pero si eso no sucede, se transformará en un alma en pena sideral: “Vagaré por mundos, entre la gente/ Vagaré sin pensar, sin tu amor”. Y no queremos que eso pase. Por favor, sea quien seas, mírala sólo una vez.

Si alguien no se acuerda de los 90 con esta canción, vea el video de “Mírame sólo una vez”, realizado por la productora Cubonegro (los mismos de “Síndrome Camboya”, de Los Peores de Chile): animaciones digitales, referencias japonesas (incluida una bolita a lo Dragonball que cruza la pantalla), dragones tirando fuego y movimientos de karate, junto a decisiones estilísticas muy ad hoc, como minifaldas plateadas, moños a lo Björk y Heyne con rouge. Está todo ahí, como un compendio de un alt-set perdido, donde Heyne era un veinteañero engrupido y no el súper productor que es hoy, y donde bandas con influencias tan obscuras como Christianes podían tener un número uno en la radio.