Para describir la música de Autechre suelen invocarse palabras que quieren resumir en papel o en pantalla la árida experiencia de escuchar alguno de sus discos. Considerando que cada trabajo del dúo es progresivamente más abstracto que el anterior, la idea tiene algo de sentido: si lo que se propone Autechre es componer piezas cada vez más alejadas de lo humano es comprensible que el lenguaje se quede cada vez con menos palabras  para glosar su música.

Bien, hay que hacer aquí un paréntesis: Autechre no es una agrupación de avanzada que funciona dentro de la academia o en salas de arte. Autechre es, en su trinchera, un grupo pop; aparente contrasentido que se comprende al considerar la historia del dúo como la de dos jovenzuelos amantes del metal extremo y del hip-hop a partes iguales,  que cada año que pasa abren más su repertorio a cosas que se alejan de la electrónica más dura y, no lo olvidemos, editan en un sello que opera dentro del mercado de música popular.  No hace mal recordar que Autechre se curtieron en las raves y que uno de sus primeros “gestos” artísticos fue, precisamente, editar un EP en contra de la legislación que buscaba abolir las fiestas en las que se bailasen “ritmos repetitivos”.

Entonces, sólo queda interpretar lo que hacen Sean Booth y Rob Brown como un ejercicio de extremismo pop. Una provocación, una invitación al diálogo sobre lo que es la música popular. Y también, obvio, a un nivel más inmediato, el ofrecimiento directo de colecciones de texturas sonoras, de ambientes envasados en el formato popular de un disco.

Hecha esta larga introducción, podemos considerar a Move of ten (otro juego de palabras en inglés, como casi siempre: move often, muévete seguido) un reverso amable del largo que editaron a principios de este año, Oversteps. El EP en cuestión dura más de 45 minutos, lo que ya muestra que probablemente es una colección de descartes más que otra cosa. Move of ten se aleja o evita los ritmos extraños y los quiebres sorprendentes,  complicados malabarismos sonoros que causaron espasmos en discos como Chiastic slide (1997) o Confield (2001). Move of ten suena análogo a ratos, como si fuera una recuperación desde ahora del sonido de sus primeros discos, de los que recientemente el dúo ha confesado que se avergüenza.

Hay momentos de Move of ten (inútil reproducir los impronunciables títulos aquí) que rezuman algo que sólo puede describirse como sensualidad artificial. Después de años de matar el tiempo retorciendo sonidos de acuerdo con fórmulas cada vez más arcanas, aquí hay seducción, hay cosas que suenan como atisbos de algo brutal y desconocido, pero finalmente orgánico. Sería fácil rematar aquí con una frase pasada de lista al estilo “si los robots consumieran porno, ésta sería la banda sonora de sus películas triple X”.  Pero Move of ten es más complejo que cualquier chiste que uno pueda hacer a costa suya. Es intrincado y esconde siempre algo, parece estar en la orilla de sí mismo. Es, como siempre, parte de un juego al que todos estamos invitados. Un juego que es escuchar, discutir, encontrar nuevos significados en el acto de poner un disco en el equipo y apretar play. Hacerse preguntas y dejarlas sin responder. Y disfrutar, también, a secas y sin pensar en nada más que en la belleza extraterrestre de los sonidos que Autechre sigue produciendo.