23_brh.jpg

Un ligero sobresalto. Eso produce introducir un elemento inusual en una situación cotidiana. Un mueble que aparece corrido diez centímetros, despertar sin saber donde se está, olvidar el propio número de teléfono. Como el papel mural que empieza a desteñirse, los tonos menores junto con teclados atmosféricos acompañando una canción pop promedio pueden provocar una alteración progresiva en el ánimo y generar una desorientación melancólica de proporciones. Y si esas canciones las hacen dos italianos gemelos idénticos y una japonesa que sobrevivió al pisoteo de un caballo desbocado, las cosas se asemejan más al Club Silencio de David Lynch que a un disco de indie pop cualquiera.

Como banda, Blonde Redhead se hizo notar a mitad de los noventas gracias a, entre otras cosas, el espaldarazo de Steve Shelley de Sonic Youth y a su versión guitarrera no wave del “gimme indie rock”de la época. Hasta que el 2004, quizá como cambio de folio, haber sobrevivido a la muerte o como la progresión natural de una banda art-rock, lanzaron su insuperable sexto disco Misery is a Butterfly (4AD/Beggars), que fue una compilación perfecta de dramáticas y oscuras canciones pop, barrocas en su estética de artistas newyorkinos y con un cierto dejo de su pasado rockero. Y como ha sucedido con tantas bandas que dan un giro y continúan desarrollando la veta, 23 es la continuación lógica de su anterior ejercicio de cámara.

Redondo, 23 es un disco que corre solo, sin superar por mucho los cinco minutos de cada canción y sin estirar el formato pop ni exhibir ningún virtuosismo. Las baterías son básicas, los bajos inexistentes y la voz de Kazu Makino suena entre susurros adormecedores y agudos esporádicos. Dando inicio con la canción que le da el nombre al disco, los teclados new wave dan el tono al álbum: suaves y oscuros, hasta que aparecen las guitarras y el ritmo comienza a subir llegando a un coro que se quiebra entre distorsiones opacas. Sigue ‘Dr. Strageluv’ con Kazu diciendo “looking everywhere/but I see nothing but people??? y ahí entra el elemento cotidiano-foráneo. ¿No sería acaso lo que uno esperaría encontrarse cuando mira alrededor? ¿Gente? No para Blonde Redhead. Lo mismo sucede en ‘The Dress’ cuando Makino ocupa una frase tan simple de argucia femenina para golpear al auditor: “don’t let the dress trick you/ I love you less now that I know you”. Lo mismo sucede en las canciones que canta Amedeo Pace. En ‘Spring and summer fall’, una de las más upbeat del disco, pregunta dónde has estado, donde estuviste mientras repite “flashing lights, flashing thighs???. Perturbador, este disco jamás llega a la angustia. Lo que provoca es un cuestionamiento introspectivo, quizá lo que habría de esperarse de un producto que se define a si mismo como arty sin la autoreferencia agotadora.

Por eso, lo que termina por hacer de éste un gran disco no es la conceptualización sino más bien los detalles inesperados. La pronunciación de Kazu cuando salta entre las palabras al decir “your clock is ticking/tic-tac-ticking??? en ‘Silently’ y la subsiguiente batería ochentera casi progre, los beats quebrados de ‘Publisher’, las guitarras que aparecen como clímax, el extraño juego de voces en ‘Heroine’ y el ritmo casi bossa en ‘Top ranking’. Eso lo que hace a 23 un disco para volver muchas veces a pesar de la simpleza de su formato. Porque los momentos de descolocación y quiebre no siempre se dan en situaciones extraordinarias, sino que en ocasiones que suenan al día a día y resultan ser todo lo contrario.