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A comienzos de este siglo Dan Snaith con su proyecto Manitoba se estableció como una figura de recambio en la electrónica, en un paralelo canadiense a la posición de joven promesa de gente como Jimmy Tamborello. Pero por extrañas circunstancias de derechos de autor tuvo que cambiarse de nombre a Caribou, coincidiendo su nuevo bautizo con una nueva dirección más orgánica. Andorra, su cuarto disco y segundo como Caribou, lo trae inmerso en una nube difusa de ambientes sesenteros retrofuturistas, como sacado de un estudio wilsoniano lleno de humo, con un par de cítaras apoyadas en la pared y un Atari sobre la consola.

Abriendo de sopetón con ‘Melody day’ -canción que parece comenzar en el puente saltándose la introducción con un tono brumosamente psicodélico-, Andorra establece desde un comienzo su intención: nada en el disco es literal, a pesar de contener elementos ultra melodiosos y, en apariencia, inmediatos. ‘Sandy’ sigue una línea de voces que invita a cantar, jugando con placas de sonidos que vienen y se van onduladas, donde es difícil distinguir qué es un instrumento indio refaccionado y qué proviene de un Ibook de última generación, confundiéndose todo en murallas que se escuchan dóciles en sus coros flower power 2.0.

Lánguido, Andorra se escurre en distorsiones elegantemente manejadas, sumando capa tras capa de sonidos a su propuesta, hasta volverse un ejercicio denso y de apariencia inofensivo. En la senda de composiciones escalonadas como las de The Russian Futurists y con dejos de la complejidad melodiosa de The Fiery Furnaces, lo nuevo de Caribou suena a pop de autor de los sesentas revistado. Así, caen en preciosismos algo chabacanos de arpas y flautas traversas deudoras de la Era de Acuario en ‘Desiree’ y por otro lado se iluminan con cítaras rockeras que parecen a punto de desbordarse en el reverb como sucede en la estupenda ‘Eli’. A eso súmesele hacia el final del disco ‘Irene’, un tema cargado a los beats espaciosos parientes de Boards of Canada y el cierre de la placa con la anticlimática ‘Niobe’, de parajes del futuro pensados en el pasado como cualquier película futurista de los 70s, y se tiene como resultado una entrega más que desconcertante.

Andorra se escucha simple en un comienzo, pero se le van sumando elementos a cada replay que terminan por entregar un disco que se escapa del revisionismo algo manido, a esta alturas, del pop complejo de los sesentas. En vez, se sitúa en un período indeterminado que evoca algo bastante menos soleado que lo que auguran en una primera escucha. Para revisar con calma.