Inevitabilidad. El mundo contenido de Deerhunter está marcado por una suerte de orden de las cosas que hace imposible pensar que estuvieran dedicados a  algo distinto, y su nivel de productividad se desborda en los proyectos personales que Bradford Cox sube a su blog (la serie de cuatro discos Bedroom databank durante esta temporada, como Atlas Sound), en la veta de otros iluminados incontinentes como Robert Pollard, de Guided by Voices.

Halcyon digest, el cuarto trabajo de esta banda de Atlanta, toma su título, según Cox, de una revista imaginaria que recopila recuerdos, o, más bien, en la manera que recordamos lo que vivimos y lo transformamos en relatos escenificados. De ahí la campaña que lanzaron antes del disco, donde los fans intervinieron un flyer fotocopiado que Cox subió al sitio. Llámesele un reposicionamiento con los seguidores, nostalgia de la escena DIY punk o una manera ingeniosa de anunciar el nuevo disco, aquí Deerhunter parte de una premisa de añoranza, lo que se manifiesta en letras que vagan en un flujo de conciencia que crea micromundos que terminan cerrándose en si mismos, tal como lo hicieron en Microcastle (Kranky, 2008). En ese ambiente silencioso, en la banda sólo habla Cox en las entrevistas, donde el líder deambula de tema en tema, algunas veces odioso y otras pudorosamente honesto, al punto de reconocer que puede conversar con un periodista durante tres horas porque no tiene nada más que hacer en la soledad de su departamento.

Halcyon digest es un disco poderosamente evocador, de un dream pop comedido y elegante basado en guitarras reverberantes. La banda, en su veta más pop, aplaca la tensión que se genera entre lo “oreja” y la capacidad que tiene para armar espacios sonoros, y ahí está “Helicopter”, que debe de ser una de las canciones más bonitas del año, perfecta en su melancolía dulce.

Es en cortes como “Desire lines” que aparece un fogonazo de algo que queda como un fantasma escucha tras escucha. En ese tema, Lockett Pundt -en su registro bajo perfil- toma el mando de una canción escapista que tiene ese recurso imbatible que son los coros secundados de “uh oh”. Así transcurre lánguida, hasta que la guitarra de Cox pasa al frente y en dos minutos se crea un escenario totalmente nuevo, donde la banalidad del “walking free/come with me/far away/ every day” adquiere dimensiones espaciales, casi redentoras.

Tras repetidas escuchas queda claro: Deerhunter puede trascender el pop como formato de cuatro minutos. Es inevitable: la banda debe de estar entre las mejores de su generación y Bradford Cox entre esos genios raros con vidas recluidas que aparecen de vez en cuando. Halcyon digest, admirable en su propuesta brumosa, no ocupa ese potencial y permanece plácido en su nostalgia.