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Me creerían que este señor de coqueto jopo que arrienda piezas de hotel como oficinas para escribir discos tuvo alguna vez un lado salvaje. Sí, ese patentado por Lou Reed y citado por Cristina Rosenvinge, cuando destrozaba escenarios y nada parecido a una melodía salía de su oscura boca. Por aquella época recitaba sobre el atronador sonido de las guitarras de Roland S. Howard y Mick Harvey y contaba historias sobre sadomasoquismo, enfermedades sexuales y perversiones varias. Bueno, ese señor, al que llamaremos como mejor seña Nick Cave (a.k.a King Ink, Nick the stripper y otros alias que juntaba como marcas de batalla) tocaba con un grupo de delincuentes llamado Birthday Party y en vez de escribir de 9 a 5 en una habitación, prefería destrozarla a altas horas de la madrugada.

No exageremos tampoco. Este perfecto caballero australiano tampoco tenía tantos modales en sus primeros años con The Bad Seeds, la banda que formó de las cenizas de Birthday Party, por allá por 1983. From Her To Eternity (Mute, 1984), The Firstborn Is Dead (Mute, 1985) o Your Funeral…My Trial (Mute, 1986) son una buena muestra de catarsis musical en formato vinilo, lo que complementado con una buena dosis de Live Seeds (Mute 1993), debiesen aguar cualquier intento del oyente de amar a sus semejantes y comportarse de manera correcta. Manteniendo el listón alto, The Good Son (Mute, 1990) , Henry`s Dream (Mute, 1992) y Let Love In (Mute, 1994) acercaron la tranquilidad al alma en desintoxicación de Cave, lo que se transformaría directamente en sopor a la altura de No More Shall We Apart (Mute, 2001), o el disco concebido como trabajo de oficina.

Con el antecedente esperanzador de Abbaitor Blues/ The Lyre Of Orpheus (Mute, 2004), un disco doble algo sobrecargado, pero con indicios de la garra del ex salvaje; Cave da el golpe maestro y crea una versión reducida de su banda, cambia de nombre y logra lo que Bowie soñó (y no consiguió) a fines de los 80s: la resurrección en formato grupal. Porque eso es Grinderman, la unión de Cave con sus compañeros en los Bad Seeds, Martin P Casey (alguna vez en The Triffids), Jim Sclavunos (batería de los primeros Sonic Youth) y Warren Ellis (cerebro de Dirty Three) para acordarse de los años de enojo y nihilismo. Incluso para tomar, de forma inédita, una guitarra y guardar el piano para mejores ocasiones. Sin perder el jopo, por supuesto.

Armadas a partir de los loops de Martin P Casey y la improvisación vocal de Cave, las canciones de Grinderman proyectan una oscuridad y desparpajo de las que hace un tiempo carecía la música del australiano. Un nido de avispas da el tono al comienzo con ‘Get it on’, acompañado por el violín electrificado de Ellis y los bongos de Sclavunos en una suerte de mantra blusero, digno de algún mal viaje de Screamin’ Jay Hawkins. Esto se conserva en los siguientes tracks ‘No pussy blues’, ‘Electric Alice’ y ‘Grinderman’, donde la sensación de alquimia grupal al desnudo da cuenta de la maratónica sesión de 5 días realizada en Febrero de 2006 que sería el germen de este disco.

Para no temer por las cuentas de Cave, podemos decir que junto a ejercicios rockeros de alto impacto como ‘Honey Bee’ o ‘Love bomb’, dentro de Grinderman hay algunas bonitas baladas con su clásica firma como ‘Chain of flowers’, ‘Man on the moon’ o la preciosa ‘Vortex’ (las dos últimas casi secuestradas de Nocturama). Si bien nadie está hablando de una vuelta al sonido de Birthday Party o de sus primeros discos de Bad Seeds (las letras tampoco tienen esa agresividad), queda claro que Nick Cave ha optado por el riesgo con buenos resultados. Era cosa de abandonar la pieza del hotel y dirigirse al subterráneo.