En la portada de Estación Pirque, el decimoctavo disco de Javier Barría, aparece un retrato en blanco y negro, pero distinguir la cara del protagonista es imposible: sale borrada como si el modelo se hubiese desvanecido frente a la cámara al momento de la foto. “Ya no se llama”, el track uno, es el equivalente musical de esa imagen. Mientras un contrabajo acompaña su voz, Barría empieza a enumerar las cualidades que definían su candidez y se va despidiendo de ellas: “ya no se llama dulzura, ahora es un río regado de armaduras” (…) “donde antes hubo ternura, hoy brilla una fisura”.

La renovación personal es un tópico en las letras de pop, pero suele abordarse desde una perspectiva triunfalista, cargada de positividad. El nuevo Javier Barría, sin embargo, rema contra la corriente: tiene las agallas para romper el hielo anunciando la desaparición de todo aquello que lo hacía entrañable. Estación Pirque, en efecto, es menos sentimental que sus trabajos anteriores, un cambio que en el caso de Barría, sempiterno provocador de hormigueos y escalofríos, no significa renunciar a la emotividad (sospechamos que sería imposible), sino templarla.

Titulado en honor a una poco recordada estación ferroviaria demolida en los años 40, el disco ronda frecuentemente en sus letras por asuntos como el vacío, lo que ya no está. Las metáforas citadinas atraen a Barría desde los inicios de su carrera: en su disco Bonsai (2004) hay un tema llamado “(Olvidadas) ciudades de pie”. Las ausencias son representadas a través de una instrumentación austera que deja espacios por llenar y a veces se torna de frentón ambient, casi incorpórea (“Paramaribo”). Cualquier similitud con James Blake no es coincidencia: Barría escribió una columna admirando las virtudes del inglés y también ha tocado en vivo un cover de “Overgrown”.

Otros parecidos remotos y halagadores: cierto aire de la Aimee Mann de mediados de los noventa en la base de “Celoso”, que cuenta con la extraordinaria participación vocal de los peruanos Alejandro y María Laura, y quizás un poco del Pedro Aznar beatlero en la introspectiva “Campo quemado” (con Felipe Cadenasso de Matorral en trompeta), muy conectada a la sensibilidad argenta con la que Barría siempre ha congeniado (recordemos que era el único chileno en el tributo triple a Spinetta “Al flaco… dale gracias”). Aunque musicalmente su pie forzado es la mesura, Estación Pirque ofrece variedad y riqueza, sobre todo en momentos cercanos al jazz como “Un país, un solo habitante”, con el saxo noctívago de Franz Mesko, y “Camino cintura”, cuya guitarra viaja en el tiempo hasta la época de Les Paul. Apenas salió este álbum, Javier Barría anunció que dejaría Chile por unos meses para irse a México a trabajar en una compañía de teatro. Coincidencia o no, la letra de “Campo quemado” contiene las líneas “voy a crecer, me voy a ramificar, crear mi fortaleza por fuera de la canción”. La vida imita al arte mucho más que el arte a la vida, decía Oscar Wilde.