Una bandada de pájaros cruza el cielo. Un tablero de ajedrez y dos sillas esperan a ser usadas. Una mujer descalza pasa corriendo entre dos casas rodantes. Las imágenes mencionadas son parte de There’s no one here, el proyecto audiovisual desarrollado por el fotógrafo Chris Leskovsek junto con el compositor y pianista Marcos Meza. En las 30 fotografías que forman la columna vertebral de este trabajo, Leskovsek hace un registro de su vida en Nueva Zelanda, tendiendo un puente entre lo nostálgico y lo perturbador, con escenas que a veces parecen arraigadas en lo onírico y en otras en lo cotidiano.

Esa sensación que evocan las fotografías de Leskovsek es capturada por Meza en la mitad sonora de There’s no one here, entregando atmósferas bellas pero inquietantes. Cuando Meza se acerca hacia terrenos que limitan con el trip-hop (con scratches incluidos, a cargo de DJ Spacio de Cómo Asesinar a Felipes), esta amenazante melancolía se hace más patente, especialmente en temas como “Tense calm” o “Paradise”, donde los elementos melódicos —conducidos en su mayoría por un Rhodes, un sintetizador o, como en el caso de “Paradise”, por bronces— pierden protagonismo ante las programaciones sincopadas tan propias del hip-hop.

Por otro parte, cuando Meza explora un territorio emocional distinto, dejando que la melodía tome el primer plano, sus virtudes como compositor surgen sin miedo. Si en la conmovedora “Escape” los sombríos acordes del sintetizador parecen extenderse al infinito, mientras pequeñas irrupciones electrónicas y rítmicas florecen a lo largo del tema, en la cálida “Air” es una pieza que va, sumando elementos tanto orgánicos como electrónicos (por acá un theremin, por allá unos punteos de guitarra, tímidamente surgen bronces), demostrando tino y buen gusto en esa fusión.

Aunque el trabajo en solitario de Meza ya había sido destacado con anterioridad, él mismo parecía recaer una y otra vez en una continua exploración de su faceta como jazzista. Por lo mismo, es interesante esta colaboración, ya que se ha permitido explorar más matices. A pesar de su corta duración —no supera la media hora—, aquí expone ideas más interesantes que las atendidas en sus anteriores trabajos en solitario. Sin embargo, estas nuevas ideas parecen estar tan amarradas al trabajo fotográfico de Leskovskek, que cuesta mucho saber si es un simple ejercicio de estilo o el primer paso para algo más que, alejado del jazz, le permita enfilar su proceso creativo personal hacia terrenos más incómodos.