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Si Happy songs for happy people (Matador, 2003) fue para muchos un desconcierto total, Mr. Beast debería ser su revancha. En cambio, si aquel disco más quitado de bulla les resultó un desconcierto a medias, Mr. Beast debería ser la justificación de la espera, como cuando una serpiente cambia la piel y en el trance sólo puedes conformarte con el espectáculo de lo antiguo y de lo nuevo.

Según el líder de la banda escocesa, Stuart Braithwaite, éste es un disco que busca alcanzar los dos extremos que separan el registro cuidadoso de su grabación en estudio y la puesta en escena descollante, que convierte los nervios en piedra congelada. ‘Glasgow mega snake’, que puedes chequear en vivo en su sitio web, no deja dudas de que lo han logrado. Pero no sólo con las canciones más ruidosas, sino también con las más orquestadas, donde el tejido compositivo es el dibujo de un crescendo y una retirada, como si un brazo se levantara, describiera un arco imaginario en el aire y desapareciera armónicamente. Ese movimiento circular tiene que ver, en las mejores canciones de Mogwai, con la realización ligera de un peso, con un paso y una distancia marcial que los hace flotar sobre las bases de su caída. ‘Friend of the night’ es el punto de encuentro exacto entre sus ambiciones sinfónicas y su extravío emocional en el ruido, dejando que todos los instrumentos se distingan con cuerpo, vigor y riqueza en los cambios tonales.

Quizá el mayor mérito de Mr. Beast está, simplemente, en hacer post rock con el nervio de rock terrible, maligno, que los caracteriza. En Happy songs… quedaban abiertamente al descubierto las venas de rock metálico que podría disponer Black Sabath, y cuando despuntaban esos alargues épicos se temía la tragedia en los confines más aburridos del rock progresivo, acompañado con un bostezo que no podía ser complaciente. Por suerte, nada de eso tiene cabida acá. En la citada ‘Glasgow mega mnake’ se lanzan en una búsqueda incendiada de los principios más brutales que los vieron nacer: la armada de guitarras afiladas, al borde de la saturación, la fidelidad y astucia slowcore en la batería de Martin Bulloch, la prisa juvenil y la asfixia de los segundos en un embiste que los proyecta más allá, cerrando el avance con gesto salvaje y rápido. ‘Auto rock’, donde quedan definitivamente incorporados en su núcleo musical los teclados de Barry Burns y las bases electrónicas minimalistas, titula muy bien su obsesión automática por el pulso repetitivo, no tanto como una obcecación, sino como un dejarse llevar por el placer de la acumulación y el deslinde de los marcos que ellos mismos van levantando. La inmediata ‘Travel is dangerous’ demuestra que estos avances no son necesariamente lentos ni poco amigables, pues Braithwaite marca protagonismo con su interpretación vocal –sin sintetizadores ni maquinitas raras– y la progresión es lo más rock tradicional que Mogwai se permite dentro de la forma verso-coro. Alguno recordará la era desprolija del Ten rapid (Jetset, 1997), pero son otros tiempos.

Si ya no abusan del recurso de variar drásticamente el volumen de bajo a atronador, esos saltos se pueden sentir de forma natural al alternar entre un track y otro, generando un recorrido dinámico que llega a su fin casi sin que lo esperes. ‘Acid food’, con guitarra pedal-steel y una drumm machine dormilona, pone en juego la veta bucólica de Mogwai, algo perdida allá en ‘Stanley Kubrick’, y sirve de buena compañera para una resaca ácida. ‘Emergency trap’ y ‘Team handed’ recogen lo perdido en Come on die young, mientras ‘Folk death 95’ explota por unos segundos y se desvanece como cometa en la estratósfera. Queda para el infinito la pareja final de ‘I choose horses’ y ‘We’re no here’, que tiene su homólogo en las dos primeras ‘Auto rock’ y ‘Glasgow mega snake’. En ‘I choose horses’ son acompañados por los teclados del compositor Craig Armstrong y la narración mesurada de Tetsuya Fukagawa (de la banda de hardcore japonés Envy), quien relata en su lengua una de esas historias misteriosas que tan bien le vienen a Explosions in the Sky. Prevalece un ambiente bajo en revoluciones, cansino, con trazas del futurismo del Happy songs…, y podría escucharse como una versión delicada y paisajística de los arranques más concentrados del Rock action si no fuese por el epílogo final, que los acerca a sus más cercanos compañeros de ruta (Sigur Ros). Mientras, ‘We are no here’ es el borrón final de todas las pistas que quedaron en la escena del crimen, la respuesta a las derribadoras apocalípticas de Mono, revolviéndose con gusto en campos de distorsión oscuros y lentos, revelando por qué a Braithwaite le interesa tanto Sunn O))) en el último tiempo. Mogwai no inventó la pólvora, pero todavía sabe cómo jugar con ella desde una posición que combina vanguardia y salvajismo.