El laboratorio estéreo llega en excelente pie a su décimo álbum. La senda comenzada en Peng! (1992, Too Pure) ha sufrido cambios y variaciones, y las guitarras sónicas, ruidosas y desatadas han dado paso a una concepción sofisticada de un easy listening futurista. Ok., es cierto, Stereolab le debe mucho a las bandas sonoras de los años cincuenta, pero ello desde un prisma que incluye los arranques electrónicos de Mouse on Mars, quienes produjeron Dots and loops (1997, Elektra) y dejaron una impronta marcada en la banda anglo-francesa liderada por la ex pareja conformada por Tim Gane y Laetitia Sadier.

Chemical chords es una buena mezcla de estos elementos -electrónica y pop orquestado- pero, además, hace gala de un cierto barroquismo oscuro -expuesto en esos tonos menores y misteriosos en el clavecín de “One finger symphony???- y de una producción depurada y limpia como nunca antes. La canción que da nombre al álbum, por ejemplo, incluye hermosos arreglos de cuerdas con una cadencia que le debe tanto al tropicalismo de Os Mutantes como al Pet sounds de los Beach Boys. Pop perfecto, dirán algunos, y la verdad es que es posible que Stereolab haya hecho su disco de pop más perfecto a la fecha, sin perder un ápice de experimentación. Sólo han barrido el ruido.

¿Algo malo? Quién sabe. Distinto, más bien. En la senda de Margerine eclipse, el disco anterior, pero también del excelente Ep Fluorescences (disponible en su boxset Oscillons of the anti sun de 2005), donde los Moogs y teclados varios se vuelven rítmicos (siempre lo han sido, el piano es considerado como un instrumento tanto de percusión como de melodía, pero la primera característica se destaca más en Chemical chords). Al parecer, el participar de Monade le ha hecho bien a Laetitia Sadier, su trabajo con Stereolab se ha beneficiado de su aproximación preciosista que incluye elementos del jazz. ¿La prueba? El pegajoso single “Three women???, con sus jugueteos de un funk elegante y muy pop.

Tal vez, eso se extrañaba en discos más graves y aburridos, como los que Stereolab publicó a principios del milenio y enmendó a partir del muy recomendable Margerine eclipse (2005, Elektra): la voluntad lúdica que siempre ha sido uno de los rasgos que hacen de Stereolab una entidad querible y adoptable.