Si tal cosa como el destino existiera, se podría decir que el órgano de la iglesia Fríkirkjan en Reykjiavic fue construido exclusivamente para que el canadiense experimentador del ambient Tim Hecker creara Ravedeath, 1972, su quinto disco de estudio a la fecha.

Grabado en un solo día, el 21 de Julio de 2010, el sonido del álbum se basa principalmente en el uso y manipulación de dicho órgano, más la usual guitarra manipulada de Hecker, a la que como siempre le saca todo el provecho posible, generando una amplia gama de sonidos. El órgano de iglesia se fusiona perfectamente con el arsenal sónico habitual del canadiense, y adicionalmente el uso del mellotron –que empezó a utilizar desde el anterior disco, AnImaginary Country (Kranky, 2008)- es un añadido especial que aumenta esa sensación triste, grisácea y masiva que Hecker viene desarrollando desde el gran Harmony In Ultraviolet (Kranky, 2006) hasta la fecha. Haunt me, haunt me do itagain (Alien8 Recordings, 2001) y Radio amor (MillePlateaux, 2003), en contraposición y al comienzo de su carrera solista, son discos mucho más cálidos.

El “snowgaze” o esa sensación de estar contemplando un paisaje nevado o similarmente monótono, constante ya en el trabajo de Hecker, es nuevamente la estrella del show y el concepto de la muerte casi se puede palpar en este poderoso, masivo aunque a veces monótono disco. No es gratuito que haya sido creado en Islandia y con la ayuda en producción del igualmente arriesgado Ben Frost. Ravedeath, 1972 se apunta como una contundente respuesta 2011 al también durísimo By thethroat (BedroomCommunity, 2009) de Frost.

Ravedeath, 1972 pretende musicalizar la muerte de la calidad musical a costa del sacrificio de lo análogo. El avance en la tecnología y la preponderancia de los formatos digitales ha abierto muchas posibilidades, ante las cuales nos regocijamos, pero al final el consumo rápido es lo que nos ha conquistado y la “la fiesta de la muerte” sería para Hecker lo que nos queda. Todo empieza con “The piano drop” (“La caída del piano”, que también está representada en la foto de la portada del disco, donde se ve a alumnos del MIT, que iniciaron en 1972 el ritual de destruir un piano, lanzándolo desde lo alto de un edificio), corta pero espectral introducción que con su sonido distorsionado y entrecortado inmediatamente fija el tono del disco y donde la elección del órgano como el último símbolo triste de lo ya casi extinto, de lo análogo, es muy bien aprovechada.

En las secciones de “In the fog” (partes I, II y III) y “Hatredof music” (partes I y II) alcanza el punto alto, al mezclarse con el mellotron y las murallas de guitarras para crear verdaderas masas de sonidos, que llegan a ser de lo más dinámico y emotivo del álbum. En esta última pieza, el uso de las octavas más graves del órgano y su tremenda vibración es cuando más cerca se siente la música, un punto de contacto imaginario con la los instrumentos y la grabación de estos.

“No drums” y “Analog parálisis, 1978” son momentos más introspectivos. Con el uso de sonidos menos saturados y simples, pero que sirven para mejorar un poco el flujo narrativo. “Studio suicide”, por otro lado, alcanza un nivel fantasmagórico muy potente, que antecede a lo que sería la resignación y calma de “In theair” (partes I, II y III), sección que cierra el álbum ocupando patrones de notas algo más melódicos que el resto de las piezas y concluyendo con algo parecido a un coro de lamento animal.

Ravedeath, 1972 es un disco denso y muy pesado de escuchar, y que requiere un esfuerzo de concentración para disfrutarlo a cabalidad. Darle una oportunidad puede significar eso si, ganarse una escucha intensa y masiva para cuando los oídos quieren descansar del pop.

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