Rafael Cheuquelaf y Héctor “Polar” Aguilar, dúo electrónico magallánico conocido como Lluvia Ácida, llevan dos décadas de trabajo prácticamente ininterrumpido, en una obra que entre sus variadas formas puede evocar la pampa, los campesinos, estancieros, faros y la vastedad de la geografía austral. Toda esta imaginería alcanza uno de sus más definitivos registros con la aparición de Zonas de silencio, documental que muestra al dúo improvisando en lugares remotos de su región.

Unir lugares olvidados con máquinas de última generación. Con este propósito se trasladaron a diversos sectores de Punta Arenas y sus alrededores, para realizar sesiones improvisadas con los instrumentos y aparatos que suelen utilizar en sus presentaciones en vivo, logrando una verdadera banda sonora de la soledad y el silencio. La película es al mismo tiempo el reencuentro de los integrantes de Lluvia Ácida con su pasado y recuerdos familiares, aspectos íntimamente ligados con su desarrollo como músicos.

Estancias, faros, hospitales abandonados e incluso centros de detención de la DINA son parte de los sitios que la dupla se atreve a intervenir por medio de su tratamiento electrónico, en una verdadera aventura patagónica, que se puede experimentar también en la banda sonora de la cinta, publicada por el sello Pueblo Nuevo. “La música electrónica se funde con el recuerdo de estancieros, la pampa, el campo, la vida campesina; los campañistas, domadores de caballos, gauchos, ovejeros”, dice Héctor Aguilar en la película, invitándonos a recorrer lo más remoto de la tierra y su sonidos. A continuación Rafael Cheuquelaf nos cuenta detalles de la película.

¿Cuánto tiempo demoró el registro y producción de “Zonas de silencio”?

Fue producto de varias salidas a terreno, realizadas entre enero y mayo de 2014. Primero fuimos a lugares bastante apartados dentro de la comuna de San Gregorio, muy cerca de la frontera con Argentina, como el cráter volcánico “La Morada del Diablo” (Parque Nacional “Pali Aike”) y el Faro “Posesión” (cerca del Océano Atlántico). Después incursionamos en lugares más cercanos a Punta Arenas y en la ciudad misma, como el antiguo frigorífico de Río Seco (de donde salieron muchas toneladas de carne rumbo a la Inglaterra de la II Guerra Mundial), el clausurado Cine “Cervantes” y el especialmente lóbrego y hoy abandonado Hospital Regional de Punta Arenas.

¿Cómo fue el ejercicio de tocar y documentar a la vez?

Casi todas las grabaciones fueron hechas con equipos portátiles, funcionando a batería, pues se trataba de lugares sin energía eléctrica o a kilómetros del enchufe más cercano. Mientras improvisábamos, teníamos una o dos cámaras registrando el momento y después nos dedicábamos a registrar imágenes del lugar mismo. “Zonas de Silencio” de alguna manera es una continuación de “Insula in albis” (Eolo – Pueblo Nuevo, 2013), una película y disco que realizamos en Isla Rey Jorge (Antártica). Es también una forma de describir nuestra propia historia y relación con nuestro ambiente, saliendo de la comodidad del estudio y enfrentando a los elementos. Como me dijo alguien hace poco, es “electrónica outdoor”.

La película los muestra improvisando en lugares remotos, pero a la vez es la excusa para hablar de temas diversos: desde faros que inspiran relatos hasta actividades como extracción de minerales. ¿Cómo lograron que todo de alguna forma se conectara?

La conexión se dio de una manera muy natural, pues los lugares en donde grabamos nos gatillaron muchos recuerdos personales. Y nos dimos cuenta que Héctor y yo no solo estamos unidos por la música, sino también por algo más telúrico, un honesto y sincero cariño por lugares en común. Es simplemente apreciar lo que tenemos. Muchos encuentran increíblemente “cool” Islandia, sus paisajes y su música. Bueno, Magallanes al menos en lo escénico, no tiene nada que envidiarle. Y durante años hemos estado aportando a construirle su propia banda sonora, una más adecuada para estos tiempos en que lo local y lo global están mezclados. Nosotros somos muy intuitivos, no solemos hacer nada que no nos nazca de una manera visceral.

Después de grabar, nos tomamos el tiempo de pulir y editar lo que hemos registrado. Y en el caso de esta película, sin duda son las partes en donde hablamos y las imágenes de archivo las que terminan uniendo todo en un relato más o menos coherente. Estamos conscientes que su formato no es el más típico de un documental musical actual. Ni siquiera en términos audiovisuales: no hay casi trabajo de corrección de color ni uso de filtros y su edición no es tan “videoclipera”. Pero se deja ver y creo que con el tiempo va a ser considerado un producto singular en la música experimental chilena.

Hay una escena muy emotiva en la película cuando se encuentran con sus padres en la Estancia “Solo Sur”. ¿Cómo fue esa reunión?

La Estancia “Solo Sur” es un lugar algo escondido, una estancia relativamente pequeña y funcional, sin una gran casa patronal ni atractivo agroturístico. Pero nosotros mostramos pequeños detalles, como una antena parabólica hechiza, que permite ver televisión a los “puesteros” que cuidan las ovejas. Héctor Aguilar (padre) es un duro hombre de campo magallánico, con el clima y el esfuerzo grabados en su rostro. Él nos recibió, muy contento. Y resultó ser que Rubén Cheuquelaf, mi padre y que oficiaba de chofer, había estudiado en el mismo colegio que él en Puerto Natales. Posteriormente siguieron rumbo de vida muy diferentes, pero fueron sus hijos los que se hicieron amigos y que los volvieron a reunir. Por eso terminamos dedicándoles esta película a ellos, a quienes nos inculcaron el amor y la curiosidad por nuestro entorno patagónico.

Ustedes a través de los años se han presentado varias veces en Santiago y otros lugares de Chile. ¿Ya se sienten parte de, digamos, una “escena electrónica chilena”, pese a la distancia?

Cuando comenzamos, hace ya 20 años, fue de una manera absolutamente desconectada de lo que se hacía en el resto del país en materia de Música Electrónica. Pero lentamente fuimos conociendo y trabajando con diversos personajes, como Mika Martini (Pueblo Nuevo Netlabel), Claudio Pérez (Ud. No! y 001 Records), Héctor Aguirre y Alejandro Albornoz (Crisis Records), Jaime Baeza (programa “Perdidos en el Espacio”), Pablo Flores (Jacobino Discos) y Ervo Pérez (Productora Mutante), entre muchos otros colegas y amigos. A partir de 2001 pudimos tocar en distintos escenarios de Santiago, como la Sala SCD, La Batuta, Sala Master, La Biblioteca de Santiago, el Museo de Arte Contemporáneo y la Estación Mapocho, entre otros. Y no podemos dejar de mencionar el festival “Patagónica 2004”, realizado en Coyhaique y que reunió a músicos latinoamericanos y europeos, creando redes que aún existen.

A estas alturas creo que sí somos parte de cierto sector de músicos que aún apuestan por la búsqueda sonora, algo que pareciera no existir para una prensa muy enfocada en el actual pop chileno. Pero ahí seguimos, porque nuestra motivación es explorar. Y sí que lo hemos hecho, llegando a lugares bastante poco urbanos y glamorosos, pero con un gran poder sobre el espíritu. Como decimos al final de la película: “Apostamos por algo que no es muy popular entre los músicos, que es la soledad”. Lo importante es salir de vez en cuando de esa soledad y mostrar lo aprendido al resto del mundo.