Simon Reynolds
Caja Negra, 2017
704 páginas
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Puede haber sido con discos pesados, rayados solo por mirarlos, pero con un precio que no consideraba el impuesto de exclusividad y adorno en el living. O quizás con cassettes remendados con el esmalte de uñas de la mamá y con horrorosas composiciones gráficas propias a falta de la carátula original. O, que nadie es perfecto, con CDs quemados con el peor esperpento musical del siglo que alguien llamó nu-metal antes de explotar gástricamente debido a la acidez sonora.

Dicen que le llaman nostalgia y que cuando llama a tu puerta no hay más remedio que abrirle, pero con un cono de vergüenza en la cabeza. Y cuentan que también ataca a gente buena y sabelotodo como Simon Reynolds, quien en lugar de rememorar esas historias con sus amigos al calor de unas botellas, decide escribir libros de eso y lograr una cosa que no ocurre con regularidad: empatizar con la nostalgia ajena y extrañar tiempos no vividos.
Cualquiera que se haya acercado a la bibliografía de Reynolds sabe que el crítico inglés tiene una relación algo ambivalente con sus recuerdos musicales. Si bien sus libros parten de sus obsesiones juveniles (post punk, música electrónica), ellos tienden a remarcar las consecuencias negativas de una sociedad que sólo se mira en el espejo del pasado. Por ahí dirigió sus dardos en el enorme (por influencia, pero también por peso en kilos) Retromanía (Caja Negra, 2012), donde como disco de Pink Floyd en los 70s, se tomaba una media hora para contar un chiste de 3 minutos. Maravillosa media hora (no como la de Waters y cia), pero algo inabarcable para el lector actual de estados de twitter.

Algo de esa dualidad se observa en Como un golpe de rayo, una crónica excelentemente escrita sobre el origen, desarrollo y ramificaciones del glam, que se toma la friolera de 691 páginas para explicar con lujo de detalle cómo un movimiento que tiende a ocupar espacios pequeños en las enciclopedias musicales, en realidad, es algo así como el centro gravitante de la música popular de los últimos 45 años y contando. ¿Exageración? Por supuesto que sí, pero en broma. O no. Que de eso va el glam, según Reynolds, al ser una “transparente autoconciencia” que maximiza los elementos ligados al glamour falso para maravillar y molestar a la vez.

Hagamos un resumen escueto como de programa del gobierno entrante para entendernos. El glam desde el punto de vista musical surge desde el bostezo que dejó esa generación sobre atendida por medios de comunicación, por sus padres y por ellos mismos, que fue aquella de los años 60s. Como una suerte de pre-millenials, los chicos de las flores en el pelo y los pantalones de campana, tuvieron el interés suficiente de la audiencia como para transformarse en gente mortalmente seria y pocos dados a reírse de sí mismos. De ahí al rock progresivo había un paso y hubo muchos que lo dieron sencillamente porque el pop no era el vehículo adecuado para tanta idea genial sobre el hombre y el universo. Por suerte, por cada Jon Anderson que vestía túnicas y cantaba al aura celestial, hubo algunos tipos honestos con ganas de llenarse de dinero y fama que ocupaban lentejuelas, zapatos con tacón y se pintaban rayos en la cara si era necesario. Varios habían probado en formatos más “auténticos” algunos años antes y otros eran sólo algunos saltimbanquis que se hubieran puesto un velador en la cabeza si es que eso iba a la moda. Adiós Crosby, Still and Nash; bienvenidos Bolan, Bowie and Glitter.

Entonces, ¿hablamos de posmodernidad antes de la posmodernidad? Un poco sí. Artistas sin ningún problema en hacer visible el proceso de “construcción de la celebridad” en la industria del espectáculo, mientras ocupaban las nuevas bondades de los estudios de grabación para hacer canciones más grandes que la vida que hiciesen estallar tu tocadiscos por aquellos años. Es desde ahí, que Reynolds se detiene con parsimonia, pero con una pluma divertida y bien informada, en el impacto que causó a millones a adolescentes (entre ellos, el propio autor) los rizos y las letras de elfos y autocelebración de T-Rex, el impacto escénico de Alice Cooper o el desenfado guitarrero de Sweet.

Es justamente la importancia visual, la que explicaría el impacto de artistas como Marc Bolan (líder de T-Rex) quien, a juicio del autor, nunca produjo una obra realmente sustancial, sino que un “cuerpo etéreo de performances”. Por ello, la mejor forma de retratar ese período puede ser la imagen de ese ser marciano y sus primos venusinos (Ziggy Stardust and The Spiders from Mars), quienes llegaron a la tierra en 1972 para cantar en el programa inglés “Top of the Pops” aquello de “There’s a starman/waiting in the sky/he’d like to come and meet us”; salvando de paso, la carrera de David Bowie e inventando la automitificación instantánea (inicio y declive de una carrera planteada como un relato casi conceptual), creando una legión de fans e imitadores en tiempo récord.

Seamos justos y digamos que el artista recién aludido dedicó sólo 18 meses de sus 45 años al glam y, por lo mismo protagoniza otros textos de pop, electrónica, indie y casi todo lo demás. Tampoco hay que olvidar que tras las coquetas pieles del “tecladista” (más bien especialista en ruidos) de Roxy Music, estaba Brian Eno, instigador de más de algún cambio en las tendencias centrales de la música de los últimos 40 años. Igual cosa con su compañero de banda Bryan Ferry o con bandas que caben en otras categorías como Japan, Queen o The New York Dolls.

O sea, el glam no fue sólo divertimento adolescente, sino que el inicio de la creación de imagen y el cambio en general como modo de entender el desarrollo musical. Por ahí es que Simon Reynolds se toma las últimas 80 páginas para conectar el glam con Duran Duran, Daft Punk, Lady Gaga y Nicky Minaj. Porque el glam fue innovación. Aunque también confetis y vestuarios impresentables. En esa unión entre los aspectos radicales y reaccionarios, es que el autor hace que querramos a esta gente: una tropa de alienados con un excelente plan de negocios.


Como un golpe de rayo. El glam y su legado, de los setenta al siglo XXI.

Caja Negra es distribuida en Chile por Lakomuna