El tercer disco del productor y cantante de origen chileno, uno de los nombres más inquietos de la electrónica de baile actual, sale hoy a la venta a través de Cómeme y su responsable revela aquí los experimentos de la grabación, sus influencias y el carácter comunitario del álbum. Deadbeat, Alejandro Paz, Jorge González o Liset Alea son algunos de los colaboradores en The visitor, la obra más compleja, diversa y sabrosa de Matías Aguayo a la fecha, que inaugura una nueva forma de trabajo para él y su entorno y cuestiona la figura del músico electrónico como creador solitario.

Fotos por Julia ‘Yula’ Kasprzak y Rodrigo Ferrari

Desde que Matías Aguayo publicó su segundo LP, Ay ay ay, pasaron cuatro años y demasiadas cosas en su vida: fundó el sello Cómeme, cantó para Battles, vivió temporadas en París, Medellín, Buenos Aires, Colonia y Ciudad de México; se casó y se estableció en Berlín, hizo un programa de radio, vino varias veces a Chile y editó numerosos doce pulgadas y remezclas.

Como si eso fuera poco, mientras tanto Aguayo escuchaba, miraba, investigaba y grababa. Son ejercicios habituales para él, que desde niño, cuando llegó a vivir a Alemania después que la dictadura de Pinochet exilió a sus padres, se acostumbró a registrar ideas musicales y compartirlas con amigos. The visitor es la continuidad de ese proceso, de sus viajes, la gente que conoció y los pasos de baile que aprendió, experiencias que se reflejan en su obra más diversa, compleja y extensa a la fecha, donde confluyen riguroso techno con síncopas afro y americanas, vuelos sicodélicos con descargas electro, noches frías y arenas calientes. Exuberante en todo sentido, en voces, acentos, ritmos y colores, The visitor es como una compañía itinerante donde Aguayo actúa como protagonista y director de una obra con un reparto generoso e internacional.

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Durante los seis meses que se tomó para grabar y dar forma final a The visitor, Aguayo vio desde la ventana de The District Union, su estudio de grabación en el barrio berlinés de Schöneberg, cómo la nieve cubría las tumbas del cementerio donde descansan los restos del compositor Max Bruch y los hermanos Grimm. “Muy cerca de donde vivieron David Bowie e Iggy Pop”, apunta por teléfono el músico mientras camina los quince minutos que separan al estudio de su departamento. Acaba de comenzar el verano en la capital alemana, en feliz sincronía con el lanzamiento del disco y el inicio de la gira de presentación.

Hoy lo acompaña el productor y DJ chileno radicado en Madrid Alejandro Paz, con quien lleva diez días ensayando el directo de The visitor, porque decidió sacar el computador de su set en vivo y llenar la mesa con drum machines, samplers, guitarras y sintetizadores. “Tratamos de transportar ese espíritu bien vivido, bien tocado del disco. Es medio arriesgada nuestra tocata, porque podemos cometer errores, no es un automatismo electrónico”, advierte cuando llega a su casa, desde donde habla, con calma y precisión, sobre The visitor y los cambios que trajo consigo.

—A diferencia de tus discos anteriores, The visitor es sumamente variado en ritmos, sonidos y voces. ¿Lo decidiste o fue el resultado natural del proceso de grabación?

—En un momento pensé que si hubiera agarrado éste y éste otro tema podría haber sacado diferentes discos: uno más de un color oscuro y otro un poco más alegre. Pero esa idea de que la obra tiene que ser algo conciso, cerrado, de una materialidad, color o sentimiento, como criterio artístico me empezó a interesar cada vez menos. Justamente esa variedad de maneras de acercarme al tema de cantar, a procesos de grabación, de producción o de tocar que nunca había usado antes, todo eso me interesó mucho más. En cada disco que he grabado he tratado de abordar otra manera de trabajo, porque me gusta ponerme en esa situación de sentirme que estoy haciendo algo por primera vez, sentirme realmente principiante. Justo en esas situaciones uno puede encontrar cosas sorprendentes o cometer errores.

¿Cuáles fueron esas nuevas formas de trabajo?

—Por ejemplo, el hecho de haber evitado, casi programáticamente, la pantalla. Sentí que la traducción visual del proceso musical por las pantallas es algo que a la larga no me pone muy contento, porque no creo que la música se mueva de izquierda a derecha. Eso, al final, lo hace a uno tomar decisiones visuales, pero para mí la música tiene otros movimientos. También la idea de tocar las cosas, la idea de toma: en vez de hacer unas pocas tomas y estar mucho tiempo delante de la pantalla editando, traté de aprenderme bien los temas y grabarlos con los menos errores posibles, lo que implica hacer muchas más tomas hasta que quede bien, pero eso para mí es un proceso más interesante.

En estos experimentos fueron claves Alejandro Paz, quien colaboró con voces y certeros consejos de armonía y composición, el ruso residente en Berlín Philipp Gorvachev en la grabación de baterías y otros detalles en el estudio y el músico canadiense Scott Montieth, conocido como Deadbeat, quien mezcló y coprodujo el disco. Aguayo ya había solicitado los servicios de Deadbeat para su EP I don’t smoke (Kompakt, 2011) y otros discos de Cómeme, pero esta vez la colaboración fue más profunda.

—Yo le había pasado unos ritmos a Scott para que me ayudara a mezclarlos, para que yo los pudiera tocar en fiestas e improvisar sobre esos ritmos, por eso hay todo un grupo de temas del disco en que las ideas fueron desarrolladas en fiestas. Así empezó, pero nos dimos cuenta de que esto tiraba más para álbum.

¿Qué te interesa del trabajo de Deadbeat en el estudio?

—Lo que me gustó de él fue que, a pesar de tener mucha experiencia como alguien que produce y mezcla, siempre está abierto a probar cosas muy poco usuales. Nosotros inventamos nuestra manera de producir, de grabar, de mezclar el disco. Mezclamos muchos elementos de la producción digital, moderna, con elementos mucho más antiguos. Hay percusiones que están grabadas a mano pero son percusiones electrónicas, y al revés: tratamos de tocar las percusiones más clásicas con precisión de máquinas, tratando de imitar los ritmos de las máquinas. Hay muchos niveles diferentes en la grabación y Scott ayudó mucho en eso.

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Una de las cualidades más atractivas de la música de Matías Aguayo es su desarrollada conciencia del ritmo. En los doce cortes The visitor esa faceta alcanza nuevos niveles de experimentación con poliritmias y claves fuera de lo común para la electrónica de baile actual. Aguayo exhibe solvencia para alternar y hace dialogar los pulsos eléctricos del house o el techno con galopes, cueros y maderas de África y su influencia en la tradición americana.

—Me gusta entender la música por su ritmo— confirma Aguayo—. Me gusta bailar diferentes ritmos o entender cómo funcionan diferentes ritmos más que los géneros, los géneros no me interesan mucho. Versiones modernas de música popular, como lo que en México llaman el tribal, últimamente es algo que me impactó. O, por ejemplo, toda la música africana que uno puede escuchar viviendo en París. Pero, al mismo tiempo, me he dado cuenta que también es como volver a la infancia. Muchos de esos ritmos, o específicamente si tú dices landó, eso para mí es absolutamente un recuerdo de haber vivido en Perú cuando chico.

—¿Recordabas esos ritmos?

—Hace poco me preguntaron sobre mis primeros recuerdos musicales y dentro de eso estaban, obviamente, cosas que escuchaban mis papás, que fue cuando ellos se tuvieron que ir de Chile y yo crecí en Alemania. Mis primeros recuerdos musicales son Víctor Jara y Los Jaivas por un lado, pero por el otro lado los Beatles; y cuando nos fuimos al Perú, la música del Perú Negro. Muchas de esas cosas aparecen ahí, cuando estuve investigando y pensando y volviendo a escuchar mis primeros recuerdos musicales y encuentro que no me he alejado tanto de eso. Eso sí, existe mucho el peligro de definirse por referencias en la música y eso yo no lo encuentro muy productivo.

—¿A qué te refieres?

—Si todo está basado conscientemente en referencias, entonces al final hacer música es como hacer publicidad o moda, no creo que el camino vaya por ahí. Existe el peligro de someter la música a un descriptividad, quizás también por periodismo, por la necesidad de que hay que encontrar palabras para la música. Pero sí, como pudiste observar, de todas maneras el trabajo es conscientemente rítmico, de probar diferentes ritmos y cosas. Y en lo electrónico, ahí sí puedo observar que, por ejemplo, en Brasil me gusta mucho cómo se ha ido desarrollando el funk, en el sentido de que tenía una referencia muy clara, que era Miami bass o electro o algo así, y ahora se ha vuelto cada vez más brasilero, con esos ritmos que están entre los cuatro cuartos y los tresillados, están como entremedio, y todos esos ritmos que no son programables y que hay que tocar. Por eso muchos ritmos los tuve que tocar en el disco, porque no sabía cómo meterlos en la rejilla (el software) de la compu. Y también está el aporte de este chico colombiano, Miguel Cucharita Jaramillo, que toca percusiones clásicas, viene de una tradición bien salsera, pero también tocó baterías electrónicas.

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La plasticidad e imaginación vocal de Matías Aguayo es conocida desde After love (Kompakt, 2002), de su dúo con Dirk Leyers Closer Musik, más presente en su debut solista Are you really lost (Kompakt, 2005) y sobre todo en Ay ay ay (Kompakt, 2009), un álbum construido en base a cantos, gemidos, suspiros y onomatopeyas que reemplazan casi por completo las programaciones. En su tercer disco, Aguayo demuestra nuevamente su oficio como cantante, pero suma voces: la cubana Liset Alea (de Nouvelle Vague) en “Una fiesta diferente”, la productora argentina Ana Helder y un coro de amigos en “Las Cruces”, Juliana Gattas (de Miranda!) y la venezolana Aérea Negrot (de Hercules & Love Affair) en “Rrrrr”, el chileno Alejandro Paz en “Aonde” y el productor mexicano Daniel Maloso en “Levantate Diegors”, “El Camarón” y “Do you want to work”.

En The visitor predomina el castellano, pero también hay inglés, espanglish, modismos locales y palabras inventadas, todo mezcladas con libertad y humor en cortes como “Las Cruces” (balneario chileno donde Aguayo siempre vuelve), “El sucu tucu”, “Llegó el Don” (el Don es el mismo Matías) o la sabrosísima “El camarón”.

—Me gusta mucho observar cómo habla la gente, las melodías que desarrollamos hablando, porque todos somos unos vocalistas muy sofisticados, básicamente porque hemos ensayado todos los días. Muchas veces en esas conversaciones, observando acentos, dialectos, cuando escucho a Avril (su pareja mexicana), cuando te escucho a ti, cuando escucho a otra gente, la melodía que se crea ahí es algo que me interesa mucho, y partiendo de lo hablado siento que las melodías que yo creo son más interesantes.

Y si Aguayo habla de diálogos, el que sostuvo con Jorge González, un experto en la escritura de letras, fue decisivo en varias canciones del disco. Antes de ir juntos a un concierto de la cantante colombiana Totó La Momposina, González pasó por The District Union, escuchó los temas donde Aguayo estaba complicado y lo ayudó a resolver “Las Cruces” y “Una fiesta diferente”.

—A veces mis letras son muy improvisadas y más dictadas por ideas musicales que de contenido, porque hay palabras como “rebobinando” que tienen un tono, una melodía que me gusta pero que quizás en el contenido no se refleja tanto, lo que para mí es una decisión musical importante. En el caso de estas canciones fue muy bonito el diálogo que tuvimos con el Jorge.

“Aonde”, en tanto, surgió como juego y adaptación al chileno del “Adónde” que repetía la banda del pianista y pionero de la salsa Eddie Palmieri en un concierto que vio Matías junto a Alejandro Paz.

—De ahí partió la idea de esa canción y la habíamos grabado ya, pero Jorge al final cambió, aparte del coro, toda la letra. La letra de “Aonde” es completamente escrita por Jorge González —reconoce.

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Desde 2009 a la fecha, el sello que fundó Aguayo ha editado 23 discos de artistas latinos y europeos, entre ellos los chilenos Alejandro Paz y Diegors. El año pasado, varios músicos de Cómeme pasaron una semana en una casa de campo en Alemania grabando todos juntos y revueltos sesiones que figuran en The visitor y otros títulos. Aquel espíritu comunitario se puede ver también en los periódicos showcases Noches Cómeme y la Radio Cómeme, un proyecto liderado por Ale Paz y Avril Ceballos que completa dos temporadas de programas en torno a música bailable, exótica o tradicional despachados por colaboradores desde muchos lugares del mundo. Por todo eso, no sorprende que en los dos singles de The visitor, “El sucu tucu” y “Levántate Diegors”, Aguayo hable, justamente, de sus amigos del sello.

—La forma en que opera Cómeme y este disco van en la dirección opuesta a esa idea, no muy alejada de la realidad, de que el productor de electrónica es una persona que trabaja aislada y es autosuficiente.

—Me he dado cuenta de que gran parte de la música que me gusta surge de un contexto más grande, más comunitario. La idea esa del productor como un autor, como un poeta que está encerrado en su habitación no me atrae tanto y creo que se pone mucho más interesante un diálogo que un monólogo musical. Cuando estoy probando algo con el Alejandro (Paz) o tengo el diálogo sobre los textos con Jorge (González) o me pongo a improvisar con Liset Alea o Juliana Gattas, creo que uno llega a otros niveles y además es más entretenido. También el trabajo comunitario es más interesante, porque el peligro que uno corre es que al final se trate todo el tiempo de ti y eso puede ser un poco aburrido. Me llena más sentir que estoy colaborando en un contexto en el que puedo ayudar, sentirme parte de una comunidad. Eso me gusta mucho, me motiva incluso más que la idea, no sé, de expresar mis sentimientos y lo que tengo que decir.

Coherente con esa idea de intercambio, en agosto Aguayo recibirá en Berlín a los hermanos Reinoso de Mostro, para desde ahí comenzar una gira europea interpretando canciones de The visitor o las que se creen en el camino.

—Después de la bonita experiencia de esa tocata en Santiago (leer crónica del concierto), con el Jaime y el Carlos (Reinoso, de Mostro) nos quedamos con muchas ganas de seguir tocando juntos, entonces se dio la oportunidad de invitarlos con la Casa de las Culturas y mi idea sigue siendo que hagamos una gira y que toquemos lo más posible para seguir desarrollándonos como músicos. Si la gira se pone muy intensa y tocamos mucho no sé si vamos a alcanzar a grabar, pero yo creo que va a ser moderada la gira y vamos a encontrar el tiempo.

No hay un plan definido.

—Todos los procesos, por ejemplo la Radio Cómeme o el disco que hicimos, fueron cosas no muy premeditadas, no es muy conceptual la cosa. Me está interesando cada vez más esa cosa de seguir con las colaboraciones y veo que dentro del grupo de Cómeme surgen nuevas colaboraciones y la idea de tocar realmente juntos. Uno nunca sabe para dónde nos van a llevar esas cosas, quizás Cómeme algún día no va a ser un sello sino una banda, una orquesta. Ojalá que resulte algo así.

–Cada disco que lanza Cómeme es más colaborativo, ahora tocas con Alejandro Paz, Diegors anda girando por Europa junto con otros músicos del sello, luego va Mostro…

—Yo creo que está empezando una nueva fase como The District Union, que así le llamamos al estudio pero también a las bandas que vamos formando. Philipp Gorvachev va a hacer un disco y ahí yo voy a tomar el rol de acompañante con otros instrumentos, estoy seguro que el Ale Paz no va a tardar mucho en hacer un álbum también y después tenemos ese proyecto en Medellín, donde hicimos unas grabaciones muy interesantes con el Sano y el Gladkazuka. Se está profundizando más la música, está cada vez más esa idea de hacer las cosas en conjunto y ver las producciones como una cosa más compleja, con más gente involucrada, que a mí me recuerda la época en que trabajé mucho en teatro, como actor, director, asistente de dirección, de todo. Este disco fue un cambio importante, esa cosa de reunir a un grupo de gente y terminar un proyecto artístico juntos me está gustando mucho y creo que nos va a llevar a un próximo capítulo dentro de lo que estamos haciendo.

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