Hace un par de años circuló en la blogósfera un supuesto estudio que comparaba el uso de vocabulario de varios raperos. ¿El ganador? Nuestro hombre Ian Bavitz aka Aesop Rock, el más prominente letrista del universo rap según ese curioso análisis. Y aunque los fans del MC ya están al tanto de sus probadas habilidades verbales, siempre hay una nueva oportunidad para comprobarlo. The impossible kid, su último álbum, publicado por la disquera Rhymesayers, lo trae de vuelta al juego tras Skelethon, lanzado hace cuatro años.

Los que han seguido los pasos de Aesop Rock desde sus trabajos más alabados como Labor days (2011) o None shall pass (2007), notarán en este nuevo disco a un autor liberado al fin de la caricatura freak con la que suelen etiquetar a los MC’s cercanos al rock, folk o cualquier otro ítem no siempre asociado al hip-hop. Temas complejos como “Rings” o “Blood sandwich” son singles que no sólo lo muestran como un despierto liricista, además confirman sus dotes de productor, con instrumentales que no saben de modismos y siguen acudiendo a breakbeats de espíritu old school, scratches y todo tipo de sampleos de voces, guitarras o pianos. Una amplia lista de recursos de un tipo que ha firmado trabajos con Kimya Dawson y que ayudó a forjar el sonido de Definitive Jux, el desaparecido sello de El-P.

Relatos familiares no siempre alegres, reflexiones en torno a su lugar en el mundo e historias alucinadas salidas de alguna rara historieta, son los temas que obsesionan a Aesop, cuya verborrea por momentos puede desconcertar al oyente (“Dorks”), que arriesga caer rendido ante su virtuosismo vocal y su aparente escaso interés por acercarse a un formato canción. Cuando su voz y discurso nos suena a perorata, el tono de tracks como “TUFF” agregan una dosis necesaria de humor, aclarando que lo suyo siempre puede estar a la altura.