A mediados del año pasado empezamos con este proyecto. Un resumen de la década desde nuestro punto de vista, dividido –tal como lo venimos haciendo desde hace algunos años- en discos chilenos e internacionales. A medida que fueron pasando los meses lentamente empezamos a trabajar sobre esto hasta que el estallido social de octubre hizo que nos detuviéramos por completo por varias semanas.

Esta pausa nos ayudó a entender varias cosas que hemos estado insinuando poco a poco en las pocas actualizaciones que hemos tenido durante este último tiempo. Por lo pronto, continuar como un medio de comunicación musical ya resulta imposible. No tenemos ni los recursos ni el equipo necesario para seguir con el estándar de contenidos a los que nos debemos. Tampoco queremos convertir Super 45 en una pila de artículos irrelevantes o sobre temas que poco tienen que ver con lo que nos ha convocado siempre. Son 24 años de un trabajo que ha tenido resonancia en todo el continente y por lo mismo debemos respetar, por muy pretencioso que suene, nuestro propio legado.

Este resumen de la década pasada creemos que es el perfecto cierre para esta etapa. Diez años donde vimos cómo muchos de esos artistas que apoyamos en sus inicios se convirtieron en la generación de recambio de la música popular chilena. Una época en que el llamado “indie” nuevamente tuvo un alcance mainstream (con todo lo bueno y malo que eso conlleva) para terminar en casi los mismos nichos donde empezó.

Pero esto no es el fin de Super 45 ni mucho menos. Es el cierre de esta etapa. Estamos preparando una nueva fase, de la que ya estaremos dando noticias cuando tengamos algo más concreto que contar. En el intertanto, el sitio continuará tal como ahora y seguiremos publicando ocasionalmente material que nos llame la atención. Sin embargo, nuestro esfuerzo está en algo que esperamos compartir con ustedes en las próximas semanas.

45. The Avalanches – Wildflower (2016, Modular Recordings)


¿Es Wildflower una continuación? ¿Una secuela natural de Since I left you? Eso podría discutirse, aunque lo importante es consignar que el sonido de los australianos sigue siendo emocionante y fresco, acaso los adjetivos más llamativos que igualmente sirven para su recordado debut. Aunque no completamente liberados del trauma que supone firmar una obra maestra, luego de casi dos décadas de actividad The Avalanches siguen en el juego, en tiempos donde la idea de cortar y pegar resulta tan natural para los productores como la música en streaming para los consumidores (Freddy Olguín).

44. The Walkmen – Heaven (2012, Fat Possum Recordings)


La madurez no es sólo crecer y cumplir años: implica también llegar a un momento en donde hay que sentar cabeza, casarse y formar una familia. La madurez significa dejar a un lado las dudas post-adolescentes y la irracionalidad veinteañera para dar paso a un momento de aparente plenitud. Madurez mediante, queda claro que The Walkmen ya no son la misma banda que en sus inicios: lo que se escucha en Heaven es síntoma de un grupo en proceso continuo de crecimiento, donde el quinteto asume sus inquietudes musicales con entereza pero sin perder el rumbo. Sus canciones suenan sólidas y contundentes; sus letras parecen enfocadas en retratar el cotidiano de la banda y su visión de la adultez; y el amor, quizás la temática más recurrente de la música popular, es aquí tratada como un sentimiento a largo plazo y no como un impulso adolescente. (Gabriel Pinto)

43. Robyn – Body talk (2010, Konichiwa Records)


Si pudiéramos hablar de un disco que fue la punta de lanza para el pop durante la década, ese sería Body talk de Robyn. En él encontramos todos los tópicos que se repetirían a lo largo de estos diez años en artistas tan dispares como Beyoncé, Lorde o Carly Rae Japsen: canciones bailables pasadas por un filtro electro-house, baladas electropop retrofuturistas, hits maximilistas y, sobre todo, mucha experimentación. Sea a través del dancehall, el Hi-NRG o el synthpop, Robyn logró entregar un disco de pop en estado puro, influenciando a toda artista femenina de los últimos diez años (Gabriel Pinto).

42. PJ Harvey -Let England shake (2011, Island)


Con Let England shake Polly Jean Harvey ha dado un salto al vacío. Las guitarras lucen más tímidas que nunca y la inglesa se volcó a arreglos pop y punk que suenan retro, como si este disco fuese en realidad el primero de su carrera y lo hubiese grabado a finales de los 80s. Ello pues suena new wave, al estilo de Beat Happening, incluso de Echo and the Bunnymen, Suzanne Vega o Cocteau Twins (Rodolfo García).

41. DIIV – Oshin (2012, Captured Tracks)


DIIV, la banda de Zachary Cole Smith (también guitarrista de Beach Fossils), pertenece a una camada de grupos que usan la nostalgia como recurso artístico, en donde las guitarras distorsionadas, los muros de sonido y las melodías etéreas, vuelven a ser los principales protagonistas. Y a pesar de que en Oshin -disco debut- es un trabajo en donde la melancolía juega un rol importante, Cole Smith y compañía no sólo se limitan a calcar las formas musicales del shoegaze, sino que incorporan diversos elementos melódicos y rítmicos en sus canciones que poco tienen que ver con la candidez del dream pop, dotándolos de una capa abrasiva y oscura (Gabriel Pinto).

40. Jaakko Eino Kalevi – Jaakko Eino Kalevi (2015, Domino)


La única razón para que este homónimo disco del músico finlandés no tenga una posición más destacada en esta lista es que simplemente sigue siendo casi un secreto por este lado del mundo. Un álbum perfecto que equilibra el pop, tal como lo entendía Brian Eno a principios de los 70s, con una electrónica de baile retrofuturista y que hacen de este disco una introducción ideal hacia el muy personal universo de este escandinavo que, desde hace casi una década, no teme mezclar estilos, épocas ni influencias (C. Araya Salamanca).

39. Atlas Sound – Parallax (2011, 4AD)


Aquí suenan Brian Eno, Suicide, Stereolab y hasta Spiritualized, filtrados en un refugio acústico, donde la melancolía de las cuerdas se mezcla con texturas electrónicas y donde los teclados y las percusiones amplifican la sensación de extrañeza y belleza de este trabajo. La voz de Brian Cox (líder de Deerhunter), suena cada vez más expresiva y libre de efectos y esto es prueba de su comodidad dentro de un proyecto aislado, que parte desde la timidez más severa hasta llegar a lugares de férrea confianza y comodidad. Es en esta contradicción donde Parallax habita y triunfa. Porque esto es, a falta de términos, pop que confunde y altera la percepción de las cosas (Enrique Moraga).

38. Juana Molina – Halo (2017, Crammed Discs)


En cada disco de Juana Molina hay algo profundamente inquietante. No queda claro si esa sensación proviene de su voz susurrante, la parte rítmica de sus canciones (siempre sutil y aún así, omnipresente), la manera en que los sintetizadores flotan en sus canciones (como si fueran fantasmas) o algo que el oído no es capaz de identificar. Sea cual sea la razón de ello, Halo -séptimo trabajo de estudio- es un disco que se aleja de la sobresaturación que existe hoy en la música pop. Sin escándalo, sin prisas, sin estridencias y, tal como un espíritu benigno, con todo el tiempo del mundo para ser percibido por nuestros sentidos (Gabriel Pinto).

37. Beach House – Depression cherry (2015, Sub Pop)


La “depresión cereza” anunciada por Victoria Legrand y Alex Scally en el título de su quinto álbum se transmuta en una sensación de melancolía teñida de esperanza. Con un pie en el dream pop de sus inicios y el otro entrando en los senderos transitados por Slowdive y My Bloody Valentine, el dúo de Baltimore crea una delicada atmósfera que se mantiene sin esfuerzo desde los primeros acordes de “Levitation” hasta disolverse lentamente en la final “Days of candy”. Un disco deliciosamente adictivo.

36. Caribou – Swim (2010, City Slang)


Es una categoría fea pero cierta: este es un disco de electrónica para la gente que no le gusta la electrónica. Uno de esos álbumes que cruzan una frontera invisible pero poderosa entre los que vibran con los beats y los que no. Misteriosa, porque no está muy claro de dónde surge esta división de castas y, más aún, si hoy sigue siendo relevante. A Dan Snaith, cerebro de Caribou, ex Manitoba, le importa un huevo: Swim es todo lo bailable que no fue Andorra (City Slang, 2007), su anterior trabajo, un ejercicio perfecto de lenguaje orgánico. Pero para Snaith “bailable” no significa lo mismo que sus contrapartes europeas. Es cierto, hay pista de baile, hay beats que aceleran el ritmo cardiaco, pero por sobre todo hay una lógica compositiva que valora las texturas y la exploración como una forma de pop. Swim es capaz de transitar entre cortes para ser escuchados bajo una bola de espejos, como “Odessa”, a canciones como “Jamelia”, armada con trozos en apariencia inconexos pero que rematan apoteósicamente. El disco de un consagrado (Carmen Duarte).

35. Nick Cave & The Bad Seeds – Push the sky away (Bad Seed Ltd)


Push the sky away parecía en 2013 un puente a tierra de nadie. Cave se volvía en sí mismo para entregar un disco lento y opresivo que se despojaba del fuego que había encendido en sus últimos trabajos con las malas semillas y con Grinderman. El decimoquinto trabajo de la banda, no era solo un cambio musical. Aquí, Cave ya no es el narrador de historias prestadas o el interprete que lleva de la mano una historia de principio a fin. Cave repite, satura y reafirma su personalidad en versos casi impenetrables, en nueve canciones huérfanas de electricidad, donde los loops y los sintetizadores crean un ambiente sombrío y vicioso que recorre el álbum de principio a fin. Push the sky away son los cimientos sobre los que Cave ha construido desde entonces su propio purgatorio (Enrique Moraga).

34. Sleaford Mods – Divide and exit (2014, Harbinger Sound)

33. Daft Punk – Random access memories (2013, Columbia Records)


La banda que hacía la música del futuro sigue mirando hacia el pasado. El álbum parte con una declaración de principios, “Give life back to music” es una afrenta a los Deadmau5, los Skrillex y los Swedish House Mafia del momento. La música electrónica masiva con sus fórmulas predecibles había llegado a un extremo y los franceses volvieron a poner todo en orden. Daft Punk homenajeando a Giorgio Moroder recuerdan que la vanguardia no está definida por la novedad, sino por la actitud. El dúo logró superar la expectativa, reclutando a las mejores voces de varias generaciones y compusieron un disco lleno de éxitos instantáneos que pudieron haber sido escritos tanto hace 30 años como en el presente (Marcelo Mena).

32. El Guincho – Pop negro (2010, Young Turks)


Pop negro es un trabajo que a pesar de tomar como punto de partida el ideario explorado por Díaz-Reixa con anterioridad, expone una arista completamente distinta. El Guincho parece dejar a un lado ese afán enciclopédico que primaba en Alegranza (2008), para dedicarse a profundizar aspectos más concernientes a lo estrictamente musical. Si se presta atención a la monumental “Bombay”, al desarrollo rítmico in crescendo de “Soca del eclipse” o a las armonías corales de “Novias” (un tema que debe tanto al dominicano Juan Luis Guerra como al funk de las favelas brasileñas), está claro que el canario es capaz de armar redondas canciones pop que logran que olvidemos los desaciertos de Pop negro y, por sobre todo, las inútiles comparaciones con Panda Bear y toda la sosa neopsicodelia estadounidense (Gabriel Pinto).

31. MGMT – Little dark age (2018, Columbia)


¿Acaso tú también no dabas un peso por MGMT? Luego de ese debut arrollador de 2007 que fue seguido de dos discos bastante flojos y autoindulgentes nadie podría culparte. Cinco años pasaron desde su último lanzamiento y progresivamente fueron disgregando sus ideas, quedándose en un lugar indeterminado al punto de ser casi arrollados por las escenas neopsicodélicas que con mucho menos estaban logrando tanto más. Acá está la primera sorpresa de Little dark age: claridad. Es el disco más pop de MGMT, aunque sin hits de la talla de “Kids” o “Time to pretend”, las canciones son concisas, directas, más simples. Aún bajo la producción de Dave Friddman (Mercury Rev, Flaming Lips), se suman -entre otros- colaboradores como Connan Mockassin y Ariel Pink, que contribuyen a “retroactualizar” el ambiente general del disco. Cuando nos quejamos sobre lo dispersos o limitados que son muchos de los discos del pop neosicodélico post 2015, MGMT llega tarde, pero en gran forma a mostrar cómo se hace bien. Y si no pregunten a Matthew Dear que en un ejercicio de fanatismo poco visto decidió remixar el disco completo a modo de homenaje (C. Araya Salamanca).

30. Spoon – They want my soul (2014, ANTI-)


Podemos seguir esperando algo, lo que sea, de una banda que ya hace rato alcanzó ese incómodo estatus de “favorita de la crítica”. Desde Austin creen que sí y aunque pidan el alma a cambio entregan -otro- disco de canciones enormes. Los años que dejaron pasar desde Transference (2010) para cambiar de aires valieron la pena porque este álbum tiene un entusiasmo casi juvenil. Aparte de eso, no muchas más novedades a la formula krautrock + pop que llevan puliendo desde un poco más de dos décadas. Pero la verdad es que no hay necesidad. Spoon son –luego de Wilco- la mejor banda de guitarras estadounidense en actividad. Simple (C. Araya Salamanca).

29. Metronomy – The English Riviera (2011, Because Music)


Para aquel auditor desprevenido, encontrar la hermosa y evocadora portada de The English Riviera en el escaparate de alguna tienda del rubro puede convertirse, sin los resguardos adecuados, en un engaño a los sentidos. La portada, símbolo inequívoco de la zona costera del suroeste inglés y hogar de Joseph Mount (el cerebro detrás de esta obra) revela ciertamente lo que podemos encontrar en su interior, la romántica fantasía sonora de un affaire inglés, pero no expresa lo que Metronomy ha venido creando a lo largo de los últimos años y abstraerse de aquello puede transformarse en un equívoco mayor, que impide comprender que éste, el tercer larga producción del grupo inglés, es un paso tan programado y acertado como lo realizado en sus anteriores trabajos (Rodrigo Jara).

28. Courtney Barnett – Sometimes I sit and think, and sometimes I just sit (2015, Marathon Artists)


Tiene labia, tiene rabia, tiene estilo y es tan directa como vulnerable. Guitarra eléctrica, ritmo dominante, voz ronca y ahínco recorren todo el disco de Courtney Barnett que dejó a toda la prensa musical a sus pies el año de su publicación. Entre bromeando y en serio dice “put me on a pedestal and I’ll only disappoint you” en uno de sus singles con más gancho “Pedestrian at best”. También encontramos títulos tan sarcásticos como “Nobody really cares if you don’t go to the party”. En un proceso de composición en que la cantante se preocupa de pulir hasta minutos antes de grabar, encontramos canciones dispares desde un ataque de alergia y relaciones interpersonales hasta la gentrificación. Este es un álbum que contribuyó a poner a Australia nuevamente en el mapa del rock alternativo, con énfasis en lo femenino y con fuerte influencia en aquel de los años 90s. (Macarena Lavín).

27. Ariel Pink’s Haunted Graffiti – Before today (2010, 4AD)


Before today tiene una singularidad tan poderosa que el hype sólo le suma. De la nada -donde “la nada” es una carrera de varios discos grabados durante la década en condiciones ínfimas, y de los cuales la mitología cuenta que dieron inicio al término chillwave, o el amor por ese pop A.M. gringo de los años 70s y 80s revisitado en grabaciones de casete- apareció este disco que fue uno de lo más excéntricos de la temporada. Añada su cuota de Hall & Oates, una pasada del post punk de NYC, un asomo de Stevie Wonder post Talking book, un aura arty de Bowie modelo Heroes y, por sobre todo, una especial devoción por los coros que son más grandes que la vida misma, y tenemos un favorito instantáneo que termina por sonar cromáticamente extraterrestre, especialmente cuando alcanza alturas como “Fight night (Nevermore)” y “Round and round” (Carmen Duarte).

26. Flying Lotus – Cosmogramma (2010, Warp)


Steven Ellison busca pasar al siguiente nivel sin sacrificar sus glorias pasadas y agrega mucho más de jazz y psicodelia. Se obsesiona por encontrar una fórmula definitiva mezclando el hip-hop experimental de Los Angeles, del cual es referente e impulsor indiscutido, su tradición como miembro de la familia Coltrane y las formas nuevas de dubstep, IDM o house. Y lo logra, aunque su altura de miras en algunos pasajes lo haga sonar un tanto pretencioso (lo peor para un productor de alcoba). De todas maneras y con el permiso de Dilla y los millones de sucedáneos que se expanden por el globo, Ellison sigue siendo el rey. (Freddy Olguín)

25. David Bowie – Blackstar (2015, Columbia)


Concebido como la despedida, Blackstar fue grabado secretamente en New York por David Bowie junto a un grupo de jazz, consciente de que el tiempo no estaba de su lado. El resultado es un experimento oscuro, denso y adictivo, donde caben la música electrónica, el jazz, el hip hop y el rock más arriesgado. Escuchándolo, es imposible no pensar en los rumbos que habría tomado su música de no haber sido por el trágico final que todos ya conocemos (Pablo Meneses).

24. Bill Callahan – Dream river (2013, Drag City)


Bill Callahan, quizás el cantautor más subvalorado que haya existido, hace canciones cuyas letras van en perfecta armonía con su música. Sin adornos, directas, minimalistas, que en una frase sobrecogen o desgarran, pero en años recientes también reconforta y complacen. En Dream river se muestra menos acústico y con una banda perdida en el tiempo, dejando la sorpresa para sus crípticas letras (“tomando, con extraños durmiendo que sin saberlo me hacen compañía, mientras estoy en un bar de hotel”); describiendo su presente y pasado (“las únicas palabras que he dicho hoy son cerveza y gracias. Cerveza, gracias”) e insinuando una tensión sexual que ya hemos visto en su etapa como Smog. “Small plane”, quizás su canción más romántica en años, una metáfora de una relación entre dos personas manejando una avioneta, con doble mando en el que se toman turnos manejando, donde cada uno disfruta del control del otro. Quizás Callahan no saque otro disco del año en su carrera. Pero sabemos que si nos sigue brindando joyas, lo tendremos al lado de Cohen, Cave y Cash (Marcelo Mena).

23. Run The Jewels – Run The Jewels (2013, Fool’s Gold)


No es casualidad que este álbum apareciera en la mayoría de las listas con lo mejor del año en que fue editado. Y aunque en la vida real eso importe nada, El-P y Killer Mike lo tienen merecido. Ambos con una trayectoria casi irreprochable en el circuito del rap underground, y a ratos dando señales de desprejuicio y creatividad en algún coto indie, el dúo firma un (mini) álbum que desde el título y portada juega a las escondidas. Su contenido en parte resume varios años de hip-hop librepensador, agregando elementos que coquetean con las nuevas formas de concebir el rap. Mientras varios se peleaban por el trono del mejor MC de Nueva York, un par de veteranos vinieron a reclamarlo sin querer, queriendo (Freddy Olguin).

22. Kendrick Lamar – DAMN. (2017, Aftermath)


Con la crítica a su favor tras el estupendo To pimp a butterfly, Kendrick deja de lado las ambiciones desmedidas para contar historias basadas en los vicios y virtudes del ser humano. Suena simple y a la vez pretencioso, pero el MC esta vez elude a su filósofo interior y vuelve a la calle para preguntarse “¿Quién va a orar por mí”, a través de canciones raperas donde el pop, la tradición hip-hop y los modismos pueden convivir de manera armónica. Reuniendo en una misma placa a artistas de distinta procedencia como Rihanna, U2, BadBadNotGood O Zacari, además de los avezados trucos de producción del misterioso Bekon (Daniel Tannenbaum, que al comienzo permaneció en las sombras), además de Mike Will Made It, Sounwave o The Alchemist, Kendrick logra coherencia y sentido, ítems no siempre cumplidos en los discos de rap mainstream, generalmente marcados por el exceso de ideas, featurings y búsqueda de hits. DAMN, en cambio, tiene coartada back to basics, pero con una muy estudiada fórmula (Freddy Olguín).

21. Arca – Arca (2017, XL)


En un año en que el indie-rock parecía haber vuelto en gloria y majestad, el tercer disco de estudio de Arca (el alias del venezolano Alejandro Ghersi) se alzó como el contrapunto perfecto para tanta canción con guitarras. Sobre un trabajo de producción tan inquietante como fascinante y desestructurando géneros tan diversos como el trap, el pop de cámara e incluso el techno, Ghersi se atreve con un disco de canciones de ¿electrónica experimental? ¿pop raro? en donde aborda el sexo, las fascinación por el cuerpo y el desgarro por el amor, desde un lugar incómodo y aún así, cautivante. Con estos antecedentes, no caben dudas del por qué Björk, otra pionera en la construcción de complejos armazones sonoros, lo ha elegido como compañero de producción en sus últimos trabajos (Gabriel Pinto).

20. Beach House – Teen dream (2010, Sub Pop)


La diferencia entre Teen dream y Devotion (2008), el disco anterior de los de Baltimore, es la que existe entre ver videos en Youtube y el cine en 3D. Probablemente aburridos de la comparación con Mazzy Star y alentados en partes iguales por experiencias personales y su fichaje en Sub Pop, el dúo ha logrado superar su hermoso disco precedente con uno compuesto de diez favoritos automáticos. Con un sonido preciso, monacal, han sido capaces de salirse del molde shoegaze y la experimentación anterior para abrir las puertas del pop. Del dream pop, como lo llaman los siúticos de siempre. No me imagino mejor canción que “Take care”, la que cierra Teen dream, para apagar la tele el domingo, pedir un abrazo y dejarse ir (Claudio Ruiz).

19. Kendrick Lamar – To pimp a butterfly (2015, Aftermath)


La flexibilidad vocal y lírica de Kendrick Lamar se tradujo en una multiplicidad de personalidades que empatizaron con toda una generación norteamericana negra y su ocupada agenda de lucha frente a una temporada racialmente controversial. Los interludios teatrales y sus personajes, los arreglos de jazz, la reflexión y el drama hacieron de este disco una verdadera ópera hip-hop que se ha consolidado como un himno de batalla para la minoría que alza la voz (Sebastián Rodillo).

18. Frank Ocean – Blonde (2016, Boys Don’t Cry)


Es verdad, el Ocean del cada vez más bueno Nostalgia, ultra (2011) y el estupendo Channel orange (2012) sigue presente en esta entrega, aunque luce un poco oculto entre capas de sonido impredecibles, skits/interludios fantasmas o canciones de producción a ratos cercana al pop. En muchos tracks de Blonde, Ocean continúa jugando a las escondidas aclarando quizá que no pretendía firmar el disco definitivo de R&B moderno. El hilo conductor de este disco siguen siendo las historias, autobiográficas o llenas de ficción, pero siempre guardando un rasgo emotivo, porque transformar la nostalgia en algo cool es algo que a nuestro amigo Frank Ocean le resulta muy bien (Freddy Olguín).

17. Jessy Lanza – Pull my hair back (2013, Hyperdub)


En los últimos años, y de la mano de sellos como Tri-Angle o Hyperdub, el R&B ha tomado nuevos aires y recuperado el afán experimental que lo llevó a coronar todos los rankings a principios de este siglo, incorporando elementos de la electrónica más oscura, así como del dubstep y la música industrial. Coproducido por Jeremy Greenspan (Junior Boys), el álbum debut de Jessy Lanza se enmarca en este contexto, explorando a través de sinuosas melodías y sub bajos profundos, un R&B que es tan áspero como sensual, en donde Lanza entrega piezas que funcionan tanto en la pista de baile como en una noche de sexo sudoroso y jadeante (Gabriel Pinto).

16. Rhye – Woman (2013, Polydor)


A la primera escucha, desconcierta saber que esa seductora voz pertenece a un hombre, la del canadiense Michael Milosh que junto al danés Robin Hannibal son Rhye. Se nota también que hacen la música que quieren y no la que pueden. Canciones de romances interrumpidos que imploran al otro quedarse un tiempo más, a aprovechar el tiempo juntos hasta el último minuto. Quizás la canción más representativa es “The fall” con una progresión house, con piano en vez de sintetizador, y voces a-la Sade, muestran que se puede mirar al futuro con guiños al pasado con una línea difusa entre lo bailable y lo romántico (Marcelo Mena).

15. The War On Drugs – A deeper understanding (2017, Atlantic)


Desde Lost in dreams sabíamos que The War on Drugs no podía sino aspirar a grandes cosas, sin tener que ser grandilocuentes necesariamente. Dos años después afinan todos sus recursos en un disco que está en lo mejor de la tradición del rock estadounidense, donde se puede encontrar trazos del mejor Springsteen setentero y muchas de esas historias mínimas que lo acercan a los mejores cuentahistorias de su país. Dad rock and proud. (C. Araya Salamanca)

14. The Radio Dept – Clinging to a scheme (2010, Labrador)


Cuatro años pasaron desde su excelente Pet Grief, que los encumbró a las más altas cumbres de la escena indie en su momento. Aunque lo que presentan ahora no es ese sonido shoegaze clásico, sino un pop purista de baja fidelidad hecho con guitarras y sintetizadores, resulta grato y efectivo. Es otra apuesta, un tono más ligero y grácil que tal vez los disipe en cómo encaran algunas canciones, pero a la vez les abre un acceso a públicos no acostumbrados a estridencias mayores. Johan Duncanson y Martin Larsson dejan entrever por ahí su gusto por el synth pop ochenteno, aunque los devaneos en los que se sumergen al pulsar sus teclados hacen, de repente, surgir un acercamiento a Grandaddy, ¿o es idea mía? Hay que darse la oportunidad de repasarlo algunas veces y, entre la bruma, irá asomando cada vez más (Rodrigo Salinas).

13. The Weeknd – House of ballons (2011, XL)


La irrupción en la alicaída escena R&B del joven Abel Tesfaye -alias de The Weeknd- más que provocar extrañeza por su inusual y fulminante éxito (facilitado gracias a las redes sociales y una que otra ayuda del rapero Drake), produce una sensación de honesto alivio y entrega una luz de esperanza para el género. Reciclando las mejores ideas de la electrónica actual (allá un sub-bajo dubstep, por acá un sintetizador chillwave e incluso un elegante uso del autotune), la interpretación de The Weeknd está más enfocada en devolver sensualidad al género que en sorprender por su amplio registro vocal, más cerca de la desaparecida Aaliyah que de Rihanna o Ciara. La andrógina voz de Tesfaye, es el perfecto complemento para las cachondas y exquisitas bases que corren a lo largo de este mixtape. (Gabriel Pinto)

12. Yo La Tengo – Fade (2010, Matador)


Las bandas deben evolucionar. Experimentar nuevos sonidos, aventurarse, explorar apuestas, pues es parte del desarrollo esperado. Y hablaría un poco mal sonar en todos los discos iguales (aunque ejemplos sobren). Sin embargo hay discos que en la trayectoria de una banda son puntales y que definen el estilo que más le acomoda. Discos que podrían dar cuenta de una esencia. Y en el caso de Yo La Tengo esa pasa por un estilo susurrante, delicado y mágico con arrebatos sónicos repentinos combinados con melodías pop simples y cariñosas. Desde And then nothing turned itself inside-out (Matador, 2000) que la banda de Hoboken no se arrimaba a ese sonido en forma tan notoria como en esta decimotercera entrega. Sin aspavientos y sostenidos en su calidad se imponen en la vorágine de producciones rimbombantes e insulsas. Simplemente una vez terminado de oírlo deja una sensación de gratitud y satisfacción por haber digerido con placer un gran bocado sonoro (Rodrigo Salinas).

11. Tame Impala – Currents (2015, Modular Recordings)


Dejando a la guitarra distorsionada en un segundo plano, Kevin Parker se aventura a producir en solitario para dejar el pasado rockanrolero atrás y entrar al mundo del pop. Las vibras setenteras de los sintetizadores análogos y los ritmos R&B se afianzan con un proceso de mezcla frénetico que le añade una frescura más de este siglo, todo coronado con letras de contrapunto que se pasean entre la esperanza, la derrota, la adoración y el desamor. Un disco simple pero tremendamente entretenido (Sebastián Rodillo).

10. James Blake – James Blake (2011, Polydor)


Lo de James Blake es un caso bien especial. Un joven músico inglés de apenas 22 años y que de la nada sale a deslumbrar a la crítica especializada y a entusiastas musicales, haciendo algo que un par de años atrás nadie en el ámbito de la música independiente hubiera imaginado: la mezcla de todo un aparataje vocal muy ligado al soul con una instrumentación predominantemente electrónica, exploratoria y también minimalista. La combinación funciona y su disco homónimo es uno de esos raros casos de pop sofisticado, pero al mismo tiempo universal, con la capacidad de unir a diversos públicos muy disímiles entre sí (José Luis Báez).

9. Deerhunter – Halcyon digest (2010, 4AD)


Halcyon digest es un disco poderosamente evocador, de un dream pop comedido y elegante basado en guitarras reverberantes. La banda, en su veta más pop, aplaca la tensión que se genera entre lo “oreja” y la capacidad que tiene para armar espacios sonoros, y ahí está “Helicopter”, que debe de ser una de las canciones más bonitas del año, perfecta en su melancolía dulce. Tras repetidas escuchas queda claro: Deerhunter puede trascender el pop como formato de cuatro minutos. Es inevitable: la banda debe de estar entre las mejores de su generación y Bradford Cox entre esos genios raros con vidas recluidas que aparecen de vez en cuando (Carmen Duarte).

8. Julia Holter – Have you in my wilderness (2015, Domino)


En más de alguna crítica se compara el salto entre Loud city song (2013) y este álbum de alguna manera similar al que experimentó Joni Mitchell entre Ladies of the canyon y su fundamental Blue (1972). Y no es que tengan una conexión sonora directa – que algo hay – sino que más bien que ambas pasaron de ser unas estupendas artistas a unas que pueden definir su época. Have you in my wilderness es apenas la constatación de lo que Holter venía anunciando en discos anteriores; que es la songwriter aventajada de su generación. Sólo que ahora tenemos esa evidencia en diez canciones. Ambicioso, emocionante e intenso, el cuarto disco de la norteamericana es un punto casi ineludible para referirse al 2015 (C. Araya Salamanca).

7. LCD Soundsystem – This is happening (2010, DFA)


El inicio de la década nos dejaba con sabor agridulce en la boca: LCD Soundsystem volvían luego de tres años con un nuevo disco, que sería también el último de su carrera. Era la carta de despedida con la que James Murphy y compañía cerraban una época dominada por hibridismo entre el punk, el house y la electrónica. Si en sus anteriores trabajos, LCD Soundystem apostaban por una producción contundente y ambiciosa, en This is happening (2010) se contenían en este aspecto, pero ofreciendo a cambio una mayor consistencia, y de paso, algunas de sus mejores canciones. Fuera a partir de las referencias acid en la muy Talking Heads “Pow pow”, la abiertamente punk “Drunk girls”, o ese maravilloso tributo a la trilogía berlinesca de Bowie que dejaban caer con “I can change”, LCD Soundsystem entregaban la guía definitiva para orientarse con respecto a la década pasada. Aunque volvieran unos años después con el inmenso American dream (DFA, 2017), Murphy y compañía habían logrado mejor que nadie definir el sonido de hace dos épocas y abrir nuevas vías para los diez años posteriores (Gabriel Pinto).

6. Sufjan Stevens – Carrie & Lowell (2015, Asthmatic Kitty)


La muerte de la madre es uno de los temas más desgarradores (e inspiradores) que un autor puede atreverse a desarrollar. Carrie & Lowell asume el riesgo, y es a la vez de esas obras que describen tanto la inquina como la complicidad presente en las historias familiares, con canciones provistas del tono funerario más emocionante de esta temporada. (Freddy Olguín)

5. Kanye West – My beautiful dark twisted fantasy (2010, Roc-A-Fella)


Dispuesto justo dos años después de 808s & Heartbreak (2008), mejor conocido como el disco raro y bueno de Kanye, que a su vez sucede a la exitosa trilogía hip-hop también mejor conocida como “the old Kanye”, es decir los primeros tres álbumes del artista de Chicago, My beautiful dark twisted fantasy viene a poner las cosas en su lugar e inaugurar una nueva era. Una época en la que Kanye renuncia a la idea imposible de ser un gran MC, para convertirse en el mejor curador de sí mismo y de los materiales que lo rodean. West es aquí un actor, al mismo tiempo un director de cine que reúne a un gran elenco, en un amplio espectro que va desde Bon Iver a Raekwon. De esa forma factura canciones sinceras o frívolas que aún siguen un formato hip-hop (“So apalled”, “Gorgeus”), en ocasiones con extensos pasajes instrumentales (“Devil in a new dress”, “Runaway”). En el camino toma prestado del pop (“All of the lights”), folk (“Lost in the world”) y lo que sea que llame la atención del hiperactivo y épico Kanye, en cuya fantasía oscura y delirante también hay cabida para el guiño político, como demuestra en la final “Who will survive in America” (Freddy Olguín).

4. Destroyer – Kaputt (2010, Merge)


Destroyer debe ser unos de los proyectos más interesantes que se consolidaron en los ‘00 y que tiene a Dan Bejar como el artista a los que algunos acudirán sin vacilación en borracheras o en momentos de iluminación. Porque Bejar se está volviendo ese tipo de cantautor y Kaputt inevitablemente lo deja como un artista aventajado, que ha sido capaz de entroncar su ímpetu y su ambivalente persona en un disco de pop de elegante factura. Una estelar primera escucha para quienes no lo conozcan (Carmen Duarte).

3. Grimes – Visions (2012, 4AD)


Tratando de no aburrir con tanta clasificación, a lo sumo puede decirse que Grimes entrega aquí un electro-pop de última generación, etéreo, liviano pero lleno de texturas a la vez. Visions, el tercer disco de la canadiense y primero con 4AD, puede ser la mejor banda sonora para un viaje astral en tiempos de acabo de mundo. Bajo el mando de su incorpórea voz, “Oblivion”, uno de sus mejores tracks, será referencia obligada cuando recordemos qué hacíamos el año en que creímos que se iba todo al carajo. Como bien refleja su clip respectivo, un par de audífonos puede ser el arma definitiva para vivir una existencia fantasmagórica en medio de tanta tontera humana… y sobrevivir en el intento (Claudio Salas).

2. My Bloody Valentine – m b v (2013, m b v)


m b v es un disco valiente que se atreve a usar las bases conceptuales que hemos repasado hasta el hartazgo y que, sin explícita novedad, se las arregla para mostrarse fresco y maduro. Kevin Shields deja la angustia y toma el método, usa lo que sabe como herramienta y no como limites a romper, ofreciendo la posibilidad de discriminar detalles entre sus planos sonoros y, más importante aún, seleccionando elementos para hacerlos progresar dramáticamente, aportando una narrativa emocional antes no vista, resaltando en la superposición para transformar la dulzura simplemente en belleza (“Only tomorrow”). m b v propone momentos que exigen dejar lo que se esta haciendo para poner atención en lo que escuchas. Las guitarras para Shields no son búsqueda, sino determinación. La superposición de planos se enriquece en cuidados detalles (teclados, timbre electrónico, síncopas, quiebres) y en la opción de permitirles ser reconocidos en la masa sonora que esta vez se despliega y no se dispersa (Rodrigo Perez).

1. Frank Ocean – Channel ORANGE (2010, Def Jam)


Channel ORANGE fue el gran debut de un joven oriundo de New Orleans, pronto establecido en Los Angeles, desde donde inspiró a todo el mundo con irresistibles canciones de profundo contenido emocional. Hijo de la era del mixtape, deudor de la herencia del R&B, soul y hip-hop, pero con el deseo natural de no prestar atención a los lugares comunes, ya en su mixtape Nostalgia, Ultra (2011) se quejaba de las voces autotuneadas y la escasez de emoción. Channel ORANGE lo perfiló como una suerte de Marvin Gaye de la era del streaming, un tipo que no teme a cantar sobre los distintos tipos de amor, apelando a una diversidad hasta entonces inédita en el mundo del R&B.

Historias, Frank cuenta historias. Describe el mundo y el amor como solo lo puede hacer un gran compositor. Estar enamorado de alguien que nunca te podrá querer es una mala religión, explica en “Bad religion”, y al exponer el tono confesional del disco, nos sumerge a todos en múltiples relatos, esparcidos en canciones austeras y perfectas como “Thinkin bout you”, “Pyramids” o “Pink matter”. En todas ellas el drama se funde con el pop de manera surreal, utilizando un adjetivo extraído del abanico de palabras y expresiones contenidas en el universo que es Channel ORANGE. (Freddy Olguín)

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